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La famélica legión muere en el mar
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Antonio Casado

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La famélica legión muere en el mar

No fue lo mismo acudir al rescate de 5 millonarios haciendo turismo que el de 50 parias en una zodiac a la deriva

Foto: Llega un cayuco con 38 migrantes de origen subsahariano en el puerto de Los Cristianos, en Tenerife. (EFE/Miguel Barrento)
Llega un cayuco con 38 migrantes de origen subsahariano en el puerto de Los Cristianos, en Tenerife. (EFE/Miguel Barrento)
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En la patológica tendencia de la izquierda a trocear la Declaración Universal de los Derechos Humanos (defiende unos, pero olvida otros), asistimos aquí y ahora a un ruidoso debate nominalista sobre los atropellos al fuero de la mujer, señalamos a quien se atreve contra los excesos del orgullo gay, nos escandalizamos si alguien no respeta la transexualidad y pregonamos un parón del progreso con el advenimiento de la ultraderecha a las ecuaciones del poder.

Tan saturados están los circuitos de broncas propias de sociedades satisfechas, que apenas queda un hueco reservado en la página de sucesos a la enésima tragedia marina de los pobres del mundo. Si se trata de ricos, cambia el cuento, aunque sea por tierra. Fronteras de hormigón para los menesterosos. Entonces se hace más escandalosa la burla internacional al principio de la libertad de movimientos, también de pobres, que es uno de los 30 derechos humanos mundialmente reconocidos.

Tampoco fue lo mismo acudir al rescate de 5 millonarios en un minisubmarino que de 50 parias en una lancha neumática

Sobre la condición moral del hombre, decía León Battista Alberti (siglo XV), uno de los precursores del Humanismo, que los seres humanos son lo que quieren ser. Unos actúan inspirados en la necesidad, otros en el capricho. No es lo mismo morir apaleado en la valla de Melilla (hoy hace un año de la tragedia que avergüenza a España y Marruecos) que haciendo turismo en las profundidades del océano.

Tampoco fue lo mismo acudir al rescate de 5 millonarios en un minisubmarino que de 50 parias en una lancha neumática entre el Sahara y Canarias. Impresionante despliegue de medios públicos (tecnología robótica, barcos, aviones…) con preferente atención mediática centrados en el rescate de cinco personas. En cambio, toneladas de desidia político-administrativa y desinterés informativo para los treinta y cinco que, casi al mismo tiempo, se estaba tragando el mar. Doce horas transcurrieron desde que se avistó la lancha, en peligro de naufragio, hasta que una patrullera marroquí acudió sin poder salvar a la mitad de los ocupantes de la zodiac.

El minisubmarino de turistas a 250.000 dólares por cabeza mantuvo al mundo el vilo, según las crónicas. Ni media lágrima, oiga, por la "pérdida catastrófica de presión" en la cabina del sumergible. Pero avergüenza la comparativa emocional con el cadáver de una niña de cinco años flotando boca abajo porque la prisa por evitarlo se subordinó a una estúpida disparidad de opiniones sobre jurisdicción de aguas donde medio centenar de seres humanos estaban a punto de naufragar (España se lavó las manos y dejó la tarea a Marruecos).

Foto: El defensor del pueblo, Ángel Gabilondo. (EFE/Luis G. Morera)

En todos los casos (la valla de Melilla, la implosión del Titán o la lancha neumática hundida camino de Gran Canaria) ni siquiera sirve rezar porque, como decía Battista Alberti, "los dioses no pueden detener lo que los hombres han puesto en marcha". Se ha globalizado la defensa de los derechos humanos en la declaración de intenciones, no el compromiso de garantizarlos y de evitar su violación.

Alguien más que el Defensor del Pueblo debería estar buscando a los responsables de lo ocurrido el miércoles cerca de las Islas Canarias. Una ocasión para que Dolores Delgado debute como fiscal de sala del Supremo, por si alguien hubiera incurrido en una "omisión del deber de socorro". Inmigración "ilegal", diría el ministro Marlaska. Vale, pero no menos ilegal que fletar un sumergible sin homologación técnica.

Los soldados de la famélica legión son los que por tener una vida mejor se juegan la única que tienen a las puertas de Europa o EEUU. Los pobres del mundo globalizado se hacen visibles en esas dramáticas salas de espera junto a las fronteras que separan la miel de las moscas, como una vez le oí decir a Santiago Carrillo. Nunca una figura retórica me pareció tan cruel y al mismo tiempo tan realista.

En la patológica tendencia de la izquierda a trocear la Declaración Universal de los Derechos Humanos (defiende unos, pero olvida otros), asistimos aquí y ahora a un ruidoso debate nominalista sobre los atropellos al fuero de la mujer, señalamos a quien se atreve contra los excesos del orgullo gay, nos escandalizamos si alguien no respeta la transexualidad y pregonamos un parón del progreso con el advenimiento de la ultraderecha a las ecuaciones del poder.

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