Al Grano
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Lo que no podrá ocultar la cancelación de Ábalos
No es mayor el pecado de Ábalos por no haber vigilado a Koldo que el de Sánchez por no haber vigilado a Ábalos
El PSOE de Sánchez y uno de los grandes arquitectos del PSOE de Sánchez (por lo menos, aparejador) libran una absurda carrera de sacos en nombre de la dignidad. Pero en el enfrentamiento de la dirección del partido con quien fuera su número tres, ahora declarado en rebeldía, no hay más que miseria política. Así que poco debería importar a los ciudadanos, pues solo sirve para eludir el fondo del asunto.
A la opinión pública el discurso llega empaquetado en grandes palabras de ida y vuelta (“transparencia”, “honor”, “sacrificio”, “ejemplaridad”, “exigencia ética”, “compromiso”). Pero ninguna de ellas, acompañadas del respectivo rasgado de vestiduras y utilizadas con la misma convicción por ambas partes, explica cómo un pícaro empotrado en el poder, el tal Koldo García, pudo desviar más de cinco millones de dinero público hacia su bolsillo y el de sus amigos sin que el jefe, José Luis Ábalos, se diera por enterado, a pesar de la documentadísima complicidad personal y política entre ambos.
No va de responsabilidad penal, porque el exministro de Fomento no está imputado. Va de responsabilidad “política”, sostienen en Ferraz. De ahí la requerida devolución del acta de diputado que Ábalos ha desobedecido. Significa que en la apresurada compra de mascarillas no supo o no quiso saber de las malas prácticas de su más cercano colaborador.
Eso nos remite al consabido latinajo: in vigilando. Nadie se cree, empezando por la dirección del PSOE, que Ábalos conociera los chanchullos de Koldo García solo al hacerse público el resultado de una larga investigación policial, ya judicializada, a principios de la semana pasada. Su pecado: no haber vigilado debidamente al asesor.
Y justo en este punto procede desviar la carga de la prueba hacia quien también cometió el pecado de no vigilar debidamente al entonces ministro de Fomento y secretario de Organización del PSOE. Evidentemente, me refiero al presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, cuya proximidad al ahora estigmatizado, desde los tiempos fundacionales del sanchismo, está sobradamente documentada. Ergo, no es mayor el pecado de Ábalos por no haber vigilado a Koldo que el de Sánchez por no haber vigilado a Ábalos, que era su fiel escudero en el Gobierno y en el partido.
La depuración del individuo no redime a la especie. Los males del grupo no se borran con la “cancelación civil” (Ábalos dixit) de uno de sus miembros. Mucho menos si se trata de quien estuvo en el origen y el desarrollo de lo que Savater ha llamado “versión venenosa del socialismo”. Ni Ábalos, ni Sánchez, ni el fallido mediador entre ambos, Santos Cerdán, son ajenos al proceso de descomposición que afecta al sanchismo germinado sobre los avales custodiados por Koldo en mayo de 2017.
En el PSOE, lo prioritario es achicar agua de los chaparrones para ir retrasando el hundimiento. Al cumplirse los primeros 100 días de un Gobierno asentado sobre un balcanizado pedestal de partidos empiezan a ser muy visibles las grietas en una estructura de poder que opera sobre un PSOE amordazado por Sánchez y un Sánchez sometido a las exigencias del independentismo.
Añádanse el declive electoral, la desnaturalización de un partido histórico, el larvado malestar interno, los choques institucionales que está generando la amnistía a los procesistas catalanes, etc. Todo eso es lo que difícilmente tapará el culebrón llamado a ramificarse en las palabreras comisiones de investigación que se avecinan.
El PSOE de Sánchez y uno de los grandes arquitectos del PSOE de Sánchez (por lo menos, aparejador) libran una absurda carrera de sacos en nombre de la dignidad. Pero en el enfrentamiento de la dirección del partido con quien fuera su número tres, ahora declarado en rebeldía, no hay más que miseria política. Así que poco debería importar a los ciudadanos, pues solo sirve para eludir el fondo del asunto.