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Aquello que dábamos por bueno
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Mariano Vergara

Al sur del sur

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Aquello que dábamos por bueno

No es un ensayo, ni una narración al estilo de los memorialistas ingleses, ni un tratado, ni una prosa novelada o poética, pero es todo eso a la vez. Es la obra de un gran periodista, y uno siempre vuelve a sus orígenes

Foto: Presentación de 'Aquello que dábamos por bueno', de Nacho Cardero, en Málaga. (Fundación Unicaja)
Presentación de 'Aquello que dábamos por bueno', de Nacho Cardero, en Málaga. (Fundación Unicaja)

Ocurre con cierta frecuencia que al terminar un escrito, sea de la clase que sea, uno tarda un cierto tiempo en encontrar un título adecuado, porque no basta con tener una idea, sino que esa idea, llevada al papel o a la pantalla, ha de ser nombrada de alguna forma. Y no es fácil. Por ello en este caso he tomado el de la obra escrita por Nacho Cardero para hacer la recensión de la misma. Y no solo por amistad, sino porque me parece un libro importante. Me gustan los títulos largos. Son descriptivos, muchas veces muy hermosos. Dan estabilidad al texto, ponen en situación al lector y despejan el camino. Donde habite el olvido, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Un tranvía llamado deseo, La casa de los veinte mil libros, Las alegres comadres de Windsor, El sueño de una noche de verano… podríamos citar decenas de ellos.

Mayoría de obras pertenecientes al mundo anglosajón. Ahora se une a esta lista Aquello que dábamos por bueno, cuyo solo enunciado trae consigo un punto de melancolía, de decepción, de desilusión, aunque Nacho se confiese como "un optimista a largo plazo". La semana pasada tuve el honor de presentar el libro, junto a Marta García-Aller, en el Centro Cultural de la Fundación Unicaja en Málaga, situado en el antiguo y bellísimo Palacio Episcopal, de líneas italianas y barroco contenido. El salón de actos se encuentra situado en lo que era la capilla, hoy desacralizada, pero en la que el cardenal Don Ángel Herrera Oria, periodista y fundador de El Debate antes que cura, administraba el sacramento de la confirmación a los niños de hace muchos años.

Hombre preocupado por los problemas sociales, creador en la Málaga de entonces de las escuelas rurales que enseñaron a leer no solo a los niños, sino también a sus padres analfabetos en pueblos perdidos de las sierras béticas: pero también un cardenal de entonces, que como príncipe de la Iglesia llevaba la pompa y el boato a rajatabla a mayor gloria de Dios. Ni Don Ángel, ni los niños confirmados, podíamos imaginar que décadas después, aquella hermosa capilla se convertiría en un salón de actos de una fundación moderna y laica en la que se celebrarían actos de presentación de libros escritos por hombres librepensadores, modernos, demócratas y liberales. Todos dábamos por bueno que aquello sería así por los siglos de los siglos. Y nos equivocamos, como casi siempre ocurre con estas cosas.

El paso del tiempo y el viento de la Historia barren del escenario a intérpretes, figurantes, luces, tramoyas y decorados de forma implacable. Si a ello se une la expansión por el mundo a velocidad del rayo de una pandemia producida por un virus desconocido, de origen más o menos sabido y aparentemente solucionado por vacunas y mascarillas, muchas veces fraudulentas, de procedencia mafiosa, que han hecho millonarios a laboratorios, investigadores y comisionistas e intermediarios sin escrúpulos y sin vergüenza, los efectos son devastadores. Porque de eso va el libro, del Covid (o de la Covid) porque en este caso tampoco estoy seguro del sexo del asesino y la corrección política, de asfixiante tufo calvinista puritano, me obliga a apuntar ambas posibilidades, no sea que la venganza de los reformadores me alcance como en la Ginebra del XVI.

Foto: El actor Jack Lemmon en una escena de la película 'Primera plana'.
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Nacho Cardero

Aquello que dábamos por bueno no es un ensayo, ni una narración al estilo de los memorialistas ingleses, ni un tratado, ni una prosa novelada o poética, pero es todo eso a la vez. Es la obra de un gran periodista, que se debate entre ser Walter Mathau o Jack Lemon en Primera plana. Es la obra de un liberal convencido, no en términos económicos, sino como firme creyente de la teoría de la defensa de la persona como ser individual e irrepetible, pero que es la única responsable de sus actos, porque es titular de derechos y obligaciones inalienables e irrenunciables. La persona como sola responsable de sí misma y de las consecuencias de sus actos.

Nacho Cardero es un periodista profundo, inteligente, con un cierto aire de bohemia despistada, aunque no se le escapa un detalle de lo que ocurre alrededor de su cabeza rapada, que recuerda en su forma a un faraón egipcio. Durante los meses del confinamiento, aquel periodo demoniaco en que llegaron a parecernos normales las no ciudades de calles desoladas por decisión de quienes nos hacían creer que saliendo a las ventanas a aplaudir a unos médicos que morían por salvar a los demás, cosa que difícilmente conseguían. O que sin comunicarnos, ni tocarnos, ni abrazarnos, ni rebelarnos, aquello pasaría solo, durante ese tiempo, repito, el periodismo que bulle en el cerebro de este alcarreño, empezó a tomar notas, a hacer apuntes, a pensar y reflexionar sobre lo que estaba pasando, a emborronar cuartillas o carpetas de ordenador...

Foto: Imagen: Sergio Beleña.

Sin sospechar, claro, que la muerte también rondaba cerca y que el ángel de la muerte que asesinó a los primogénitos de los judíos, iba a entrar sigilosamente por debajo de la puerta de la casa familiar en Guadalajara. Y mitad por negligencia criminal y mitad por ignorancia culposa, iba a llevarse por delante a la persona más querida, su padre. Es hermoso leer padre y madre, como él llamaba a los suyos, padre y madre, como en un tiempo pasado, como antes, como el reconocimiento constante de la relación que le unía con dos personas que nunca le fallaron, padre y madre. Y aquí aparece un Nacho desconocido. Nunca he creído en el tema de los estereotipos nacionales, ni mucho menos regionales, o comarcales.

Volver a las raíces

Pero el hombre que empieza a escribir sobre esta tragedia y se deja llevar por la emoción y el amor, descubre una sensibilidad prodigiosa y me lleva a sospechar que pueda ser cierto eso de que los castellanos, bajo una coraza de aparente impasibilidad y un rostro atezado por los fríos vientos mesetarios, escondan a veces en su corazón las cenizas de un poeta. Aconsejo vivamente la lectura de este libro que, insisto, es inclasificable porque a todo lo anterior une una importante parcela de crónica periodística brillante, que abarca cuanto de humanidad, sensibilidad, preocupación social, política, cultural, musical puede encerrar el cerebro de un intelectual formado, de un hombre profundo, que en los momentos de dolor vuelve indefectiblemente al recuerdo del hogar paterno, a pesar de ser feliz con una mujer como Marta y dos hijos pequeños a los que arropar, cubrir, cuidar y defender.

Pero uno siempre vuelve a las raíces. Entre capítulos, escuchen a Serrat y canten Tu nombre me sabe a yerba, como él cantaba a su hija prematura y minúscula Catalina. Escuchen a Philippe Jaroussky cantando a Händel, o el tercer movimiento de la Sinfonía número 9 de Bruckner. Asómense a la ventana y recuerden a los millones de personas que murieron solas, abandonadas, como perros, sin duelo. Comprobarán la grandeza de otro poeta, despreciado hoy por los estúpidos analfabetos a la violeta, Gustavo Adolfo Bécquer. Cuánta sensibilidad, belleza e inteligencia encierra uno solo de sus versos: "Dios mío, qué solos se quedan los muertos".

Ocurre con cierta frecuencia que al terminar un escrito, sea de la clase que sea, uno tarda un cierto tiempo en encontrar un título adecuado, porque no basta con tener una idea, sino que esa idea, llevada al papel o a la pantalla, ha de ser nombrada de alguna forma. Y no es fácil. Por ello en este caso he tomado el de la obra escrita por Nacho Cardero para hacer la recensión de la misma. Y no solo por amistad, sino porque me parece un libro importante. Me gustan los títulos largos. Son descriptivos, muchas veces muy hermosos. Dan estabilidad al texto, ponen en situación al lector y despejan el camino. Donde habite el olvido, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Un tranvía llamado deseo, La casa de los veinte mil libros, Las alegres comadres de Windsor, El sueño de una noche de verano… podríamos citar decenas de ellos.

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