Al sur del sur
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El coleccionismo como un arte en sí mismo
Hay mucho presunto coleccionista suelto por el mundo. Tienen dinero, compran de forma compulsiva sin orden ni concierto y acumulan objetos sin la menor relación entre ellos
Hace unos años desconocía la mera existencia de Briones y Fundación Vivanco era para mí un vino más de los múltiples que se producen en La Rioja. De la posible existencia allí de una colección de arte dedicada al vino no tenía la menor idea. Un buen amigo, con el que tanto quiero, me descubrió todo aquello. De la misma manera que la verdadera amistad consiste, entre otras cosas en compartir hermosos conocimientos y no solo adversidades, coleccionar no es algo tan sencillo como pueda parecer a simple vista.
Tener dinero y comprar compulsivamente sin orden, ni concierto en una simple acumulación de objetos sin la menor relación entre ellos. Una colección tiene que estar dotada de coherencia, de una línea conductora, de un sentido, de una narración continuada de lo que se quiere expresar. Hay mucho presunto coleccionista suelto por el mundo.
La colección de arte de la Fundación Vivanco, que se expone actualmente en el Centro Cultural de la Fundación Unicaja de Málaga (el bellísimo edificio que albergaba el antiguo Palacio Episcopal) que he tenido la alegría y el honor de comisariar, es una verdadera colección, no una acumulación de piezas y posee todas las características y requisitos a los que anteriormente me he referido, que se sintetizan en la muestra de hermosas obras de arte, que enseñan el mundo del vino a lo largo de la Historia. Desconozco la razón por la que alguna gente cree que la exposición está basada en botellas de viejos vinos y documentos más o menos interesantes para un estudioso.
Nada más lejos de la realidad. Cuadros, esculturas, bronces, mármoles, mosaicos, plata, porcelanas, terracotas, marfiles, tapices desde la más remota antigüedad egipcia hasta el mundo del arte contemporáneo, a través de todos los estilos artísticos, siempre que estén referidos al vino y su cultura. Las hermosas viñas riojanas son el hilo conductor, la arteria que riega de vino la multiplicidad de delicados y ricos objetos en un recorrido pleno de coherencia.
Normalmente esta colección se encuentra en el museo que la propia bodega posee entre sus múltiples dependencias, que incluye hasta una amplia biblioteca. Este tipo de cosas no suelen ser corrientes en este país, en el que siempre y por motivos terribles cuyo odioso origen desconozco, poseemos una incontenible furia destructora y un torpe ensañamiento contra la belleza, que parece que fuera la responsable de injusticias y penalidades. Pura ignorancia y extendido analfabetismo. Pero a veces salta la chispa del genio, suena el acorde de la hermosura y se produce la reconciliación, al menos temporal, entre bondad y belleza. Ese hombre que hizo posible la existencia de este tesoro se llamó Pedro Vivanco Paracuellos.
Su intensa actividad comercial, que le llevó a ser uno de los bodegueros más respetados en toda La Rioja, junto con el empuje de su mujer Angélica Sáenz, le llevó con su inteligencia y visión a buscar y coleccionar toda suerte de objetos relacionados con el vino. Y lo depositó en Briones en la Rioja Alta, como un tesoro que sale del lugar donde se ocultó para ser mostrado al mundo. Visitar aquel lugar y que a uno lo dejen vagar a sus anchas entre tanta belleza, constituye uno de esos momentos especiales en la vida, sobre todo cuando uno va con un cuaderno tomando nota de todo lo que va a pedir cedido temporalmente para llevarlo a su ciudad al otro lado de España, con la casi segura certeza de que el acuerdo va a llegar.
Briones es un bellísimo pueblo situado en un altozano, de calles adoquinadas, casas solariegas en piedra de cantería, largas balconadas, anchos aleros en los tejados y puertas blasonadas con escudos heráldicos. Claras influencias de las colindantes tierras vascas y navarras. El silencio hace que los propios pasos resuenen en el eco de las esquinas, las frecuentes lluvias confieren un especial brillo a las piedras y al anochecer el olor a sarmientos que arden en las chimeneas de los hogares hacen que a pesar de la soledad, uno sienta que se encuentra en un lugar tranquilo, acogedor, amable. El ancho y apacible Ebro transcurre mansamente, como los grandes ríos ajenos a sus parientes pobres los arroyos, que galopan alocada y desordenadamente hacia corrientes mayores.
Existen dos poderosas razones para que la colección Vivanco haya venido a Málaga. La primera que la terrible filoxera, que arrasó los viñedos malagueños, encontró su curación en tierras riojanas, cuando las cepas se injertaron con las traídas de América, que habían sido llevadas allí durante el tiempo en que los malagueños Galvez fueron virreyes de Nueva España en el XVIII. Hoy Málaga, siempre aficionada a abandonar la memoria de sus hijos más preclaros, empieza a honrar a algunos de los miembros de esta familia.
En segundo lugar, algunas de las más ilustres familias malagueñas, como los Heredia, o los Larios salieron de aquí, de La Rioja, de la cercana Sierra de Cameros. Muchos de ellos eran arrieros, los transportistas de aquellos tiempos, que llevaban el intercambio de productos locales de norte a sur y viceversa, hasta que llegaron a la conclusión que era más dulce la vida junto al templado Mediterráneo, que en los fríos páramos del norte. Y la creatividad, impulso, tesón y afán de enriquecimiento que encerraban en sus mentes, como en la de Pedro Vivanco, impulsaron decisivamente la industrialización de nuestra ciudad.
La Fundación Unicaja ha llevado a cabo un esfuerzo económico importante para que esta exposición, de una extraordinaria elegancia, merezca incluso una excursión a Málaga a contemplar tantos objetos bellísimos dedicados a engrandecer el consumo del vino en el marco de unas salas que combinan en las paredes el color del tinto gran reserva, que se me ocurrió en el fastuoso museo Balenciaga de Guetaria y la estera color corcho que alfombra los suelos. Incluso uno ha descubierto, a través de un bastón ceremonial de marfil del XVII, que el narval que me aparecía como el trasunto marino del mítico unicornio terrestre de relatos medievales, es un animal realmente existente bajo la inmensa capa de hielo del Océano Ártico.
A veces los sueños se hacen realidad. Por eso el día de la inauguración de la exposición, cuando Santiago Vivanco entró en la sala de griegos y romanos, egipcios y nabateos, las lágrimas caían realmente por su cara y solo acertaba a decir “si mi abuelo hubiera visto esto…”
Hace unos años desconocía la mera existencia de Briones y Fundación Vivanco era para mí un vino más de los múltiples que se producen en La Rioja. De la posible existencia allí de una colección de arte dedicada al vino no tenía la menor idea. Un buen amigo, con el que tanto quiero, me descubrió todo aquello. De la misma manera que la verdadera amistad consiste, entre otras cosas en compartir hermosos conocimientos y no solo adversidades, coleccionar no es algo tan sencillo como pueda parecer a simple vista.
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