Mirar al dedo de la bajada de impuestos

Cuando Juanma Moreno anunció en el Hotel Palace que iba a suprimir el Impuesto de Patrimonio no solo estaba poniéndole nombre y fecha a la sexta rebaja fiscal de su Gobierno, también estaba pidiendo el foco para Andalucía, y de paso para él. No es habitual que la agenda política se marque desde el sur, y lamentablemente cuando se hace suele ser por algo negativo. En esta ocasión, el presidente levantó la mano, que lo de alzar la voz no va con su carácter, y acaparó todas las miradas.

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La decisión de hacer pública la medida en Madrid estuvo absolutamente estudiada. Arropado por el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y en la comunidad cuya presidenta le sirve de modelo fiscal y abandera la confrontación con Pedro Sánchez… al menos hasta ahora. Porque la noticia, tan inesperada como oportuna, ha provocado una catarata de reacciones hasta tal punto que ha convertido el tema en el debate de actualidad y a Moreno, en el protagonista.

Hay quien lo ha simplificado hasta el esperpento, una práctica desgraciadamente habitual en esta política de tuits y zascas, al intentar reducirlo a que si bajas los impuestos, baja la recaudación y hay peores servicios públicos. Y también hay quien ha demostrado no enterarse de nada, como la portavoz socialista en el Parlamento andaluz, Ángeles Ferriz, quien ha calificado la medida con un término tan de Despeñaperros para arriba como "una paguita para los cayetanos”, mientras criticaba que fuera anunciada en Madrid.

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De tal manera que, aunque sea por unos días, la diana de los dardos de la izquierda no ha sido Feijóo ni Isabel Díaz Ayuso, sino el presidente andaluz. “Competencia desleal”, “dumping fiscal”, “secesionismo fiscal” o “inmoral regalo para los más ricos” han sido algunas de las acusaciones que ha recibido la supresión del Impuesto de Patrimonio. En este clima permanente de precampaña que nos ha tocado vivir, la última polémica responde a un planteamiento casi tan viejo como la propia política: en época de crisis, ¿hay que subir o bajar los impuestos?

Una pregunta que no tiene una respuesta única, pues no solo hay teorías contrapuestas que argumentan académicamente tanto una cosa como la contraria, sino que depende de numerosas circunstancias. La duda no debería ser si subirlos o bajarlos, más bien habría que cuestionarse cuáles, a quién y, sobre todo, para qué.

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No es necesario estar familiarizado con la famosa “curva de Laffer”, esa hipótesis que asegura que una menor presión fiscal se traduce en una mayor actividad económica, y por lo tanto una recaudación superior, para saber que cuando uno paga menos impuestos tiene más dinero para consumir. Igual que el empresario que tiene más margen de maniobra económica puede contratar a más trabajadores. Claro que para ello hay que analizar la situación sin el filtro del partidismo, que es tan mentiroso como los de Instagram pero mucho más peligroso.

En cualquier caso, en San Telmo pensarán que eso es lo de menos. Porque en estos días muchos se han quedado absortos mirando al dedo de la rebaja fiscal sin reparar en la flamante luna llena del rol asumido por Juanma Moreno. Entre las críticas por su presunta insolidaridad o por la OPA lanzada a las empresas catalanas y los elogios por convertir a Andalucía en la segunda comunidad con menos presión fiscal, algunos han pasado por alto que ya no solo compite con Ayuso en bajadas de impuestos.

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Su alianza con Feijóo para aupar al líder gallego a la presidencia después del golpe de Estado contra Pablo Casado le concedió un papel predominante dentro del partido, incluso instalando a hombres de su máxima confianza en la planta noble de Génova 13. La apabullante mayoría absoluta lograda en las elecciones hizo que se convirtiera en un ejemplo entre los barones populares. Por conquistar de manera incontestable un feudo históricamente socialista y decisivo para las generales y por marcar el camino de absorber a Ciudadanos y frenar a Vox. Su “cruzada fiscal” le ha situado en el centro de la alternativa al PSOE, al que ha marcado el paso de manera inusual.

La alusión del ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, a una recentralización fiscal, desautorizada de manera inmediata por Pedro Sánchez, o el anuncio apresurado del estudio de un nuevo impuesto a las grandes fortunas como contrapeso a la supresión del de Patrimonio lo demuestran.

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Aunque más sorprendente aún fue la inusual reacción de Juanma Moreno al prometer “una contundente respuesta judicial” si el Gobierno central se entromete en la autonomía fiscal andaluza. Hasta ahora, la presidenta madrileña era quien se caracterizaba por plantear pulsos, políticos y jurídicos, a las decisiones de Pedro Sánchez, una práctica que alcanzó su llamativo cénit durante la pandemia.

Entre la oposición firme, pero educada e institucional de Feijóo, y el trazo grueso y el “no a todo” de Díaz Ayuso, Juanma Moreno ha encontrado un espacio de relevancia nacional, una tercera vía que puede explorar ahora que sus 58 diputados le conceden tranquilidad para sacar adelante el día a día de su gobierno.