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El taxi de la democracia
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Fernando Matres

El Zaguán

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El taxi de la democracia

Reducirlo todo a elegir entre quienes defienden la amnistía o quienes tiran piedras en la calle Ferraz es tan simplista como tramposo

Foto: Un grupo de bomberos apaga una barricada en Ferraz durante la nueva protesta contra la amnistía. (Sergio Beleña)
Un grupo de bomberos apaga una barricada en Ferraz durante la nueva protesta contra la amnistía. (Sergio Beleña)

Siempre me pareció muy gráfica esa metáfora que se refiere a la manera en la que alguien puede elegir la mejor opción posible entre todas para confiar en ella en unas elecciones, ya sean municipales, autonómicas o generales. Se trata de una explicación especialmente didáctica para quienes ejercen por primera vez su derecho al voto y albergan dudas sobre qué partido le representa de un modo más fiable. Es la historia que asemeja esa decisión a coger un autobús, que difícilmente te va a llevar hasta la misma puerta de tu destino, por lo que la cuestión es encontrar aquella alternativa que más cerca te deje, que más se aproxime.

Es prácticamente imposible compartir en su totalidad los postulados de una formación política, incluso para sus afiliados, por lo que hay que decantarse por aquella que más puntos de coincidencia tenga con nuestros propios principios. Sucede no obstante que en estos tiempos en los que las opiniones parecen tener una fecha de caducidad inmediata cada vez se hace más difícil dar con la línea más adecuada. Porque puede ocurrir que te subas a un bus que cambie el itinerario sin previo aviso una vez que ya está en marcha. Y te quedes con la cara de esos viajeros despistados que acaban en Bucarest cuando en realidad querían ir a Budapest.

placeholder La falangista Isabel Peralta, en las protestas de Ferraz. (X: @palomarinigo)
La falangista Isabel Peralta, en las protestas de Ferraz. (X: @palomarinigo)

Pensaba en ello al conocer los resultados en Andalucía de la consulta realizada por el PSOE a sus bases sobre los acuerdos para conseguir la investidura de Pedro Sánchez. Más participación y un mayor respaldo que la media nacional y, lo más sorprendente, un menor porcentaje de votos negativos que en la propia Federación Catalana. Más pedristas que Pedro y más proamnistía que los propios independentistas.

Imagino la sorpresa, por no decir indignación, de más de un votante del PSOE que depositó su papeleta tras haber escuchado a Sánchez repetir durante la campaña que la amnistía era imposible porque no tenía encaje ni en la legislación ni en la Constitución. Como si coges un autobús para ir al centro y te deja tirado en medio de la nada. “Pedí un sofá y me trajeron una lámpara”, dijo Rafa Benítez cuando era entrenador del Valencia y el club fichó a dos jugadores que no satisfacían las necesidades de su plantilla.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez durante la rueda de prensa ofrecida tras la cumbre informal de la Unión Europea. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Cuestiones como estas explican el desapego de buena parte de la sociedad hacia la clase política y hacen entender qué lleva a una persona a mostrar su rechazo a la amnistía en la tarde-noche de un dia laborable en plena calle bajo el frío. Si el instrumento de participación para hacer oír la voz es depositar una papeleta en la urna y la cruda realidad demuestra que a menudo se hace bajo unas reglas del juego que cambian abruptamente en mitad de la partida, es absolutamente comprensible optar por mostrar la opinión de otro modo. El derecho a la protesta es un recurso legítimo, tal vez el único que le queda a los ciudadanos en estas circunstancias, pero siempre que se realice por los cauces adecuados.

Para ello debe ejercerse en manifestaciones autorizadas, por supuesto sin ningún atisbo de violencia, ni física ni verbal, y no en concentraciones frente a las sedes de partidos políticos que se convierten en escraches en los que se roza el acoso, si es que no se incurre en él. Protestar contra la impunidad de quienes cometieron delitos en las calles de Cataluña provocando graves desórdenes públicos e insultando a los policías es como pretender parar las extracciones de petróleo dándole martillazos a la Venus del espejo.

placeholder Dos ecologistas del grupo 'Just Stop Oil' rompen el cristal que cubre la pintura 'La Venus del espejo'. (EFE/Just Stop Oil)
Dos ecologistas del grupo 'Just Stop Oil' rompen el cristal que cubre la pintura 'La Venus del espejo'. (EFE/Just Stop Oil)

Claro que esto es aplicable a todos los casos, sea cual sea el motivo de la reivindicación y sea quien sea su convocante. Porque observar el carrusel perfectamente organizado de condenas enérgicas (quizás ya va siendo hora de actualizar el adjetivo) de los dirigentes socialistas provoca bastante vergüenza ajena. “Atacar las sedes del PSOE es atacar a la democracia y a todos los que creen en ella”, sentenciaba Pedro Sánchez en un mensaje en su cuenta de la red social X. Claro, porque alentar a concentrarse frente al Parlamento andaluz el día de la investidura de Juanma Moreno como presidente e incluso fletar autobuses para participar en la protesta debe ser entonces defender la democracia.

“Formar un Gobierno sobre la base de los que critican algunos principios fundamentales de nuestra Constitución es vergonzoso”, decía Ander Gil, por aquel entonces presidente del Senado, para justificar la concentración por el acuerdo de investidura del PP con Vox. “Ataques a las casas del pueblo, dirigentes y militantes del PSOE increpados, concentraciones delante de las sedes… La derecha está alentando discursos y actitudes muy preocupantes, pero no nos van a arrugar”, proclamaba el pasado lunes. Debe ser que es menos grave incumplir directamente la Constitución, como hacen sus socios catalanes, que simplemente criticar algunos de sus principios.

Tampoco son aceptables las posturas tibias, de “rechazo, pero…” que ha venido mostrando el PP. La violencia y las algaradas no tienen cabida, sea cual sea el motivo que las genere, porque en ningún caso las justifica. Ni siquiera puede entenderse por el temor a perder el protagonismo en el rechazo a la amnistía frente a Vox, ya que esa es una carrera que conduce hacia la nada. Como ir de excursión por el abismo.

Reducirlo todo a elegir entre quienes defienden la amnistía o quienes tiran piedras en la calle Ferraz es tan simplista como tramposo. Entre unos y otros, nos quieren condenar a estar con algo o contra ello, a llamar equidistantes a quienes distinguen los grises en una política de blanco o negro. Nos incitan a olvidarnos de ese autobús, porque cualquier término medio es mal visto, pero a este paso los demócratas van a caber en un taxi. Y las imágenes de los disturbios de estos días nos hacen “darnos cuenta de lo frágil que es nuestro mundo”, por decirlo en palabras de Philippe Sands.

Siempre me pareció muy gráfica esa metáfora que se refiere a la manera en la que alguien puede elegir la mejor opción posible entre todas para confiar en ella en unas elecciones, ya sean municipales, autonómicas o generales. Se trata de una explicación especialmente didáctica para quienes ejercen por primera vez su derecho al voto y albergan dudas sobre qué partido le representa de un modo más fiable. Es la historia que asemeja esa decisión a coger un autobús, que difícilmente te va a llevar hasta la misma puerta de tu destino, por lo que la cuestión es encontrar aquella alternativa que más cerca te deje, que más se aproxime.

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