Jornada de reflexión

Pensar y considerar un asunto con atención o detenimiento para estudiarlo, comprenderlo bien, formarse una opinión sobre ello o tomar una decisión.

Reflexionar.

Esto es lo que nos piden a los andaluces que hagamos hoy sábado antes de la cita electoral de mañana. No sé cómo lo verán ustedes, lectores de este rincón, pero está el panorama para elegir un lugar agradable en el que sentarse a reflexionar sobre lo que nos depara el futuro a cuatro años vista. Quien dice sentarse y reflexionar, dice dejarse llevar por la belleza e historia de enclaves patrimoniales repartidos por los ochenta y siete mil quinientos noventa y nueve kilómetros cuadrados de tierra andaluza.

Si dejamos que salga el sol por Antequera, vayamos a ver cómo se derrama la luz dorada por la monumental fachada de la Real Colegiata de Santa María la Mayor antequerana. ¿No la conocen? Vayan a verla. Está considerado el primer edificio construido en Andalucía con un sentido renacentista y uno de los primeros de España. Levantada durante la primera mitad del siglo XVI, en su imponente fachada concebida a modo de arco de triunfo, aún perviven elementos góticos que nos hablan aún de una época que no termina de desprenderse de lo medieval.

El entorno en el que se levanta la Colegiata sirve de magnífico telón para contextualizar un recinto que fue lugar de formación religiosa y creación literaria y musical en el Siglo de Oro. Hoy nos va a servir como primera parada de reflexión. O de contemplación admirada.

La segunda parada reflexiva vamos a hacerla de la mano de uno de esos genios que no nacen en Andalucía, pero que dejan una huella en su patrimonio merecedora de todas las medallas y títulos de hijos adoptivos de la tierra. Hablo de Andrés de Vandelvira, extraordinario arquitecto que supo dotar de personalidad propia las bases constructivas y estéticas del Renacimiento que llegaban desde Italia. Era un enamorado de la obra del gran arquitecto del Quattrocento italiano, Filippo Brunelleschi. La inspiración del italiano está en las bellísimas bóvedas vaídas con las que Vandelvira cubrió los cielos de la Catedral de Málaga o de esa joya que es la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda. Amén de toda la maestría que dejó repartida entre la ciudad ubetense y Baeza, como el Hospital de Santiago o los palacios de Vázquez de Molina y de Vela de los Cobos.

Úbeda y Baeza, miren, como para pasar una jornada de reflexión a la semana. Ay.

Cuesta irse de este paraíso renacentista, pero debemos seguir haciendo nuestro ejercicio de reflexión conciezuda y la tercera parada vamos a hacerla en La Cartuja de Granada, proyectada por el arquitecto lucentino Francisco Hurtado Izquierdo, destacadísimo maestro del barroco español.

Yo sé que a estas alturas tienen las cervicales muy exigidas, pero merece la pena extender un cheque de miradas a las alturas en el interior de esta Cartuja que es uno de los ejemplos más acabados de decoración barroca churrigueresca.

Reflexionemos en la sacristía cartujana sobre el damero blanco y negro de su enlosado en contraste con el mármol de Lanjarón del zócalo, centremos la mirada en las hornacinas y retablo con esculturas de Jose de Mora, Tomás Ferrer y Alonso Cano y, finalmente, perdamos la vista en las yeserías de los muros y bóvedas y en las artes suntuarias hermosísimas de las puertas y cajoneras de caoba, palo santo, ébano, concha, marfil y plata.

Pasear es un muy recomendable ejercicio compatible con la reflexión. Hagámoslo por las calles de tres Conjuntos Histórico-Artísticos.

En Priego de Córdoba, la parada es obligada en la maravillosa Capilla del Sagrario de la Iglesia de la Asunción, bajo la imponente cúpula gallonada con ocho ventanas por las que irrumpe la luz para alumbrar las blancas yeserías por las que juguetean ángeles y puttis. A Priego hay que añadirla también en la lista de lugares a los que ir a reflexionar con frecuencia.

El paseo nos va a llevar a contar las esbeltas y bellísimas torres barrocas que se recortan en el cielo de Écija: San Juan, San Gil, Santa María, Santiago, Santa Ana, Santa Cruz, Santo Domingo, el Carmen, la Concepción, la Trinidad y la Victoria.

Paseando desde la hermosa Astigi, llegamos a Arcos de la Frontera. Joya de los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz. La basílica de Santa María de la Asunción es por sí misma un manual de historia del arte. De origen mudéjar, posteriormente fue remodelada para adquirir un imponente aspecto gótico en su interior donde destaca el espectacular retablo mayor firmado por Juan Bautista Vázquez el Mozo, Jerónimo Hernández y Andrés de Ocampo. Al exterior, es imposible no clavar los pies al suelo ante la portada de Santa María, evolución del gótico final al plateresco renacentista. En Arcos se reflexiona y se queda uno a vivir si hiciera falta.

Miren, tiene esta basílica de la Asunción de Arcos una torre que si se fijan en el único cuerpo de campanas que tiene les va a recordar a la Giralda.

Y aquí me quedo yo, no en Arcos, que lo haría gustosamente paseando hasta la parroquial de San Pedro, sino en mi Ítaca particular, almohade por obra de Ibn Basso y Alí de Gomara y renacentista por la gracia de Hernán Ruiz el Joven.

Reflexionen. Es sábado.

Vivan la vida con mayoría absoluta.