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María José Caldero

Los lirios de Astarté

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Te doy mis manos

La materia de la Semana Santa está forjada por las manos de hombres y mujeres que recogieron la herencia de talleres artesanales anclados en la historia de una tierra, la andaluza, madre y maestra cuando de crear se trata

Foto: Virgen de la Esperanza de Triana. (EFE/José Manuel Vidal)
Virgen de la Esperanza de Triana. (EFE/José Manuel Vidal)

La cera se ha ido consumiendo con el paso de las horas. La materia menguante ha hecho tangible el transcurrir del tiempo, depositando en el castigado adoquín una amalgama cromática que firmaría el mismísimo Pollock. Un drippin cofrade. El cirio ha ido cumpliendo sus distintas funciones en esta Semana Santa a las puertas de la Resurrección. Ha alumbrado la espesura de la noche, ha manchado alguna chaqueta de estreno, ha quemado alguna mano o ha engrosado el orbe de papel de aluminio de los niños que cumplen años a la par que centímetros su pequeño tesoro esférico.

La materia de la Semana Santa está forjada por las manos de hombres y mujeres que recogieron la herencia de talleres artesanales anclados en la historia de una tierra, la andaluza, que es madre y maestra cuando de crear se trata.

Foto: Un nazareno de la Macarena pasa junto a un cartel que prohibe el uso de sillas portátiles. Foto: José Luis Losa
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José Luis Losa

Quizá la cera que se consume en una alegoría luminosa de la vida y la muerte en la candelería de algún palio que hayan visto proceda de Andújar, de la única cerería que utiliza cera virgen de abejas tratada en una producción artesanal exclusiva que está detrás del blanco de unos cirios que da pena mancillar con el fuego.

En la era de lo virtual, de la inteligencia artificial, de lo ultraprocesado, encontrar resquicios de pureza y autenticidad en el mundo que nos rodea es un lujo infravalorado.

El sol juega a resbalarse por las curvas sinuosas de los bordados del manto de una Dolorosa. Setillo, hojilla, canutillo, técnicas de bordado con hilos de oro y plata que van dibujando sobre terciopelo o tisú un programa iconográfico que habla de pureza virginal, de redención, de esperanza, de salvación. Sobre un amplio bastidor está extendida la pieza y, en torno a ella, se disponen las bordadoras. Algunas ya peinan canas y el luto de sus vestidos camiseros delatan ausencias y dolor. Otras, más jóvenes, ondas al agua en el pelo y camisas blancas, aprenden el oficio de las expertas manos malabaristas de aguja y dedal. Me miran curiosas a través de una vieja fotografía que recoge una tradición artesanal del bordado que sigue viva en talleres actuales que han sabido reinventar el oficio y ante los que han venido a postrarse primerísimas figuras de la alta costura mundial.

placeholder Paso de la Sentencia de la Macarena vuelve en la mañana del Viernes.
Paso de la Sentencia de la Macarena vuelve en la mañana del Viernes.

Unos dedos infantiles imitan el gesto supersticioso, y negligente para con el patrimonio, de adultos que tocan la canastilla dorada de un paso de misterio que pasa milagrosamente por la estrechez de una calle. Si Jesús era hijo de un carpintero, es justo y necesario que las andas sobre las que procesiona estos días hayan salido de un taller donde el olor a madera lo coloniza todo. Tallar, lijar, dorar, bruñir, verbos con sabor de siglos y un instrumental de cirugía de la madera en manos de maestros como el utrerano Ruiz Gijón que ya en el siglo XVII sentó las bases de lo que debía ser un paso procesional con la extraordinaria obra que talló para el Gran Poder en Sevilla. Cuatro centurias después, los talleres de carpintería artística sobreviven milagrosamente, aunque siguen necesitados de atención y protección.

En un taller cordobés se mantiene viva la tradición de orfebrería y platería que tiene en Córdoba una de sus mejores cunas. Hay un diseño en un papel, la alquimia de manos artesanas le dará la tridimensionalidad deseada. El trabajo del cincel sobre la plancha de metal va marcando un soniquete que rompe el silencio monástico del taller. Hojas de acanto, clavos del martirio, escudos heráldicos, cruces de órdenes mendicantes, escenas de la Pasión, miniaturas de patronas, relicarios, pasadores, broches, coronas que hablan de realeza de la Madre con el brillo del oro y la plata fundidos en la trastienda de estos santuarios del trabajo hecho a mano.

Foto: Feijóo (2d); junto a Juanma Moreno (2i) y el candidato popular a Sevilla, José Luis Sanz (d) en la Semana Santa de Sevilla. (Joaquín Corchero/Europa Press)

Me sobresalta el redoble de tambor de la banda de una Cruz de Guía. Un bebé pestañea al compás que marca el mazo que golpea el bombo. En Baena, ese sonido se construye y fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Un sonido que nace de los tambores fabricados con unas técnicas artesanales que se siguen manteniendo a pesar de que la cera de nuestro tiempo sigue menguando. Se curten las pieles, se da forma curva a los aros, se colocan los cordeles, se monta el tambor y se prueba el sonido, en una simplificación que les he hecho de un trabajo minucioso que origina algo único, material en lo inmaterial.

¿Cuántas manos son hacedoras de toda la belleza que hemos visto estos días? ¿Cuántas veces fue denostado en otro tiempo una labor que manchaba las manos? ¿Cuántas veces se sigue menospreciando hoy día el trabajo artesanal cuando regateamos el precio de un artículo y elegimos el made in China?

Vivimos en la era del no pararse, de la no curiosidad, del consumo rápido, del efecto 24 horas, de lo aparente pero vacío.

La artesanía es el hilo de oro enhebrado en la aguja que sujeta María mirándome a través del tiempo medido en bolas de cera.

La cera se ha ido consumiendo con el paso de las horas. La materia menguante ha hecho tangible el transcurrir del tiempo, depositando en el castigado adoquín una amalgama cromática que firmaría el mismísimo Pollock. Un drippin cofrade. El cirio ha ido cumpliendo sus distintas funciones en esta Semana Santa a las puertas de la Resurrección. Ha alumbrado la espesura de la noche, ha manchado alguna chaqueta de estreno, ha quemado alguna mano o ha engrosado el orbe de papel de aluminio de los niños que cumplen años a la par que centímetros su pequeño tesoro esférico.

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