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El Príncipe Felipe, el ‘molt honorable’ Mas y el Melilla, en Nueva York
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Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

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El Príncipe Felipe, el ‘molt honorable’ Mas y el Melilla, en Nueva York

La proyección de una imagen de Cataluña diferenciada de la de España se ha convertido en una prioridad para el Gobierno catalán. El president ya ha

La proyección de una imagen de Cataluña diferenciada de la de España se ha convertido en una prioridad para el Gobierno catalán. El president ya ha estado inmerso en una gira europea para explicar el mantra del déficit fiscal que, como sucede con las presas del cazador fanfarrón, crece cada vez que menciona su tamaño. La contabilidad dinámica valora ya el expolio en 20.000 millones de dólares al año.  Mas podría habérselo explicárselo en Madrid a Montoro, para intentar corregirlo, o a Esperanza Aguirre, para encontrar en la Comunidad de Madrid un aliado en su reclamación. Pero optó por la agenda exterior. El  gran interés europeo sobre su disertación fiscal exigió que el Govern financiase con premura conferencias en Lisboa, Bruselas y Paris.

Ojalá la Secretaria d´Afers Exteriors tenga algo más de suerte que en su reciente cruzada atlántica, donde coincidió (en Boston y Nueva York) con el Príncipe de Asturias. Una visita que puso de manifiesto que la urgencia en “demarcarse de España” a toda costa puede acarrear comparaciones no desadas. Ni con la ayuda  de la altura del ‘quatre de vuit’ ni con la del ‘pilar de sis’ de los Castellers de Villafranca, que acompañaban al séquito catalán, su agenda logró ensombrecer   los cuatro días de actos, reuniones y visitas del representante de la Corona española.

El president trabajó, y no es criticable su intención de abrir mercados, atraer turismo, promover la investigación o captar inversiones. Visitó el MIT, acudió a la presentación de un informe sobre Cataluña (encargado  por la Generalitat a Ernst&Young), saludó a expatriados, paseó por la feria de Biotecnología de Boston, se reunió con el Gobernador de Massachusstts y firmó de un protocolo de intenciones y un acuerdo universitario, desayunó con el excandidato Dukakis,  impartió una conferencia sobre el transporte sostenible y su financiación en Northeastern University (aplicable tal vez a los problemas del metro de BCN y de rodalies) y dio apoyo a las exhibiciones de folclore catalán a cargo de los castellers.  Una agenda densa aunque dispersa al servicio de dos ideas. Una, un poco naif, que da continuidad a la ensoñación de comparar a Cataluña con Massachusetts y en dibujar un imaginario triángulo de las Bermudas entre Barcelona, Boston y Tel Aviv (Jerusalén seguramente quedó descartada tras la visita de Carod  Rovira) basado en la preocupación por la educación (Cataluña ya alcanza la media española en el sangriento informe PISA), infraestructuras (aunque el discurso doméstico sea justamente el de criticar su déficit) y salud e investigación biomédica.

Mientras Mas subrayaba ante la prensa local desplazada la urgencia en separarse de España, el Príncipe Felipe dictaba una importante conferencia en Harvard titulada ‘España, una nación americana’ y reivindicaba -por cierto, en un excelente inglés- la hispanidad del hemisferio americano

Dos, sustraer a Cataluña del influjo negativo de la marca España, para convencer al mundo de que en Cataluña no hay espacio para ni fiestas y derroches ni para toros, y que la deuda de 42.000 millones acumulada por la Comunidad (record inter pares) se debe a la solidaridad interregional y no a la mala gestión de los gobiernos catalanes que precedieron al suyo. Esta es una letanía conocida, pero escoger el campo de batalla exterior para repetirla ante el mismo auditorio que  el del representante de nuestra corona, embarcado en un viaje diplomático de primer nivel,  es una estupidez.

El príncipe y su entorno se han dado cuenta de que España necesita una regeneración y un liderazgo que emane del trabajo bien hecho. Hacer patria saludando a los súbditos desde las páginas del Hola o desde las cubiertas de embarcaciones deportivas se ha terminado. Por eso, en lugar de aplaudir al equipo nacional de fútbol desde Polonia, alguien pensó con acierto que el príncipe debía estar en Boston, Jersey o Nueva York.

Mientras Mas subrayaba ante la prensa local desplazada la urgencia en separarse de España, el Príncipe Felipe dictaba una importante conferencia en Harvard  titulada ‘España, una nación americana’ y reivindicaba -por cierto, en un excelente inglés- la hispanidad del hemisferio americano. Mientras Mas defendía la identidad diferenciada de un pequeño pueblo del sur de  Europa, el príncipe apoyaba al Instituto Cervantes, promotor de una industria, el español, valorada en 150.000 millones de euros. Mientras Mas dibujaba triángulos estratégicos imaginarios, el príncipe presidía el foro empresarial Estados Unidos-España y conversaba en franca complicidad con Hillary Clinton, número dos del Gobierno americano.

Siempre he creído a Mas cuando defendía el entramado de embajadas diciendo que, en verdad, eran una suerte de oficinas comerciales. A lo mejor éstas pueden hacer su labor completando la de nuestro servicio diplomático en lugar de intentar un absurdo despliegue paralelo. Así, Mas hubiera podido acompañar al príncipe a la sede neoyorkina de la prestigiosa institución educativa catalana IESE, donde pronunció un discurso de marcado contenido europeísta.

España atraviesa circunstancias complicadas de las que cualquier profesional de la política es responsable. Intentar soslayarlo inventando una realidad paralela es infantil. Pero desaprovechar ocasiones como la que brindaba a Cataluña una puesta en escena internacional coordinada con España es incomprensible. No sé si ‘El Melilla’, jefe de los castellers desplazados (apodado el Johan Cruyff de la colla y encarnación como el holandés de talento nacional exportable) entendió el alcance de su misión al servicio de la diferencia. Al que desde luego hubo que explicárselo,  fue al embajador americano Alan D. Solomont, reconvenido por presentarse ante Mas con un pin con las banderas española y estadounidense entrelazadas…

Definitivamente, la prioridad catalana debe ser aumentar la deuda e invertir más impuestos en pedagogía.

*Álvaro Robles Cartes es economista y consultor político y de comunicación.

La proyección de una imagen de Cataluña diferenciada de la de España se ha convertido en una prioridad para el Gobierno catalán. El president ya ha estado inmerso en una gira europea para explicar el mantra del déficit fiscal que, como sucede con las presas del cazador fanfarrón, crece cada vez que menciona su tamaño. La contabilidad dinámica valora ya el expolio en 20.000 millones de dólares al año.  Mas podría habérselo explicárselo en Madrid a Montoro, para intentar corregirlo, o a Esperanza Aguirre, para encontrar en la Comunidad de Madrid un aliado en su reclamación. Pero optó por la agenda exterior. El  gran interés europeo sobre su disertación fiscal exigió que el Govern financiase con premura conferencias en Lisboa, Bruselas y Paris.