Es noticia
Resacón en Barcelona tras la macrofiesta del 9-25N
  1. España
  2. Ángulo Inverso
Álvaro Robles Cartes

Ángulo Inverso

Por

Resacón en Barcelona tras la macrofiesta del 9-25N

¡Qué dolor de cabeza!  Los estragos de una macrofiesta de casi veinte días son así. Y lo mejor es que la juerga sigue. No han terminado

Foto:

¡Qué dolor de cabeza! Los estragos de una macrofiesta de casi veinte días son así. Y lo mejor es que la juerga sigue. No han terminado de limpiar la sala y el president ya ha convocado a los maldormidos, según salían del after, a dos años más de festejos ilegales. Menudo festival democrático por el derecho a decidir: una juerga de la que por fin el de 2 de diciembre hemos sabido el número de asistentes: 2.344.848. No se sabe si el portero encargado del conteo estaba en el baño o a sus jefes no terminaba de cuadrales que nadie entrara en el club desde hacía semanas, pero el número no ha convencido a los organizadores.

Tras la colosal tabarra con la consulta, no es normal que asistentes y resultado final salgan en un recuadrito en la página 14 de La Vanguardia. No descarten que estén mal contados; el daño neuronal no es infrecuente en celebraciones tan prolongadas.

Tampoco es que los analistas de la llamada caverna tengan razón. Siguen derrochando tinta para proclamar que la rave resultó aburridísima. Fracaso, simulacro, farsa… Un rollo, vamos. Vano intento el de convencer a los asistentes de que realmente no se divirtieron sorteando las restricciones legales. El 9-N demostró que quien tiene ganas de marcha no necesita ni autobuses ni bocadillos para quedar a pasar un buen rato.

Y eso que el Gobierno había prohibido la macrofiesta argumentando el peligro de intoxicaciones etílicas masivas. Aunque terminó transigiendo con que el personal fuera colocado, siempre que bebiera agua y ‘cerveza sin’. Vale. Luego intentó vender tal componenda como la aplicación estricta de la ley antibotellón y como un triunfo del Estado de derecho, lo que, aunque sonaba a broma, tampoco desentonó en pleno ambiente festivo.

Mandar a la legión –con cabra incluida para triscar papelinas y papeletas– no era la solución, pero hubiera sido razonable evitar la convocatoria del macroevento semanas antes. Lástima que el concejal mayor de festejos no encontrara a quien entre tres millones de servidores del Estado –cientos de miles más que los fiesteros– tuviera una sola idea para detener el show. Tal vez sean pocos, como dicen en Podemos, y el principal problema nacional es que necesitamos más funcionarios y abogados del Estado.

Sea como fuere, la respuesta oficial–“Moncloa sigue atentamente los acontecimientos por televisión”– quedó deslucida ante la puesta en escena de Mas, quien simultaneó el papel de profeta con el de exitoso empresario de noche. El president ha demostrado conocer su oficio paralelo. Las filas con millones de asistentes a sus celebraciones temáticas le salen bordadas en vista aérea y por más que la gente disfruta a rabiar, suele evitar altercados y destrozos. Es cierto que la gente murmura, pero parece que su local está limpio. El president se lo monta tan bien que hasta ahora todas las fiestas le han salido gratis.

Superar en astucia a todos los compañeros de trabajo, los servidores públicos del Estado, debe hipertrofiar el ego. Esta podría ser la explicación para que, en pleno subidón de adrenalina, Mas haya secuestrado la mesa de mezclas y amenace con seguir haciendo bailar al personal dos años más con la misma canción. Desde "La Macarena", una sinfonía al lado de la monocorde cantinela presidencial, no se veía nada igual.

La Caverna, entre bisonte y bisonte, debería dibujar con rapidez un nuevo escenario. El problema no era el diez de noviembre, sino los onces de septiembre, los nueve de noviembre y el resto de días de los años 2014, de 2015, de 2016 y siguientes. Artur Mas, como decía Don Mendo en la cárcel que él no tiene pinta de pisar, “trece, catorce, quince, dieciséis, todos iguales para mi seréis, se ha abonado a un contínuum de legislatura temática presidencialista. Su megalomanía crece a la misma velocidad que mengua su representación.

El problema para España, en contra de lo que creía el pequeño Nicolás y acaso el Gobierno al que decía representar, no son las malencaradas tribus urbanas que llevan tatuadas las siglas ERC en sus antebrazos. Tal vez lo fueran hace años, hoy no. Artur Mas conoce la noche, y hay que reconocer que ha sabido pinchar la música adecuada para que los chicos rebeldes bailen junto a los pijos su tema estrella: “no-me-voy/ no- me- voy/ no-me/no-me /no-me/ vooooy”. El profeta encontró a DJ Guetta. Entre tanto decibelio, el principal obstáculo para hacer posible el diálogo necesario con Cataluña es él. Lo sabe cualquiera que no esté jaleando en la pista sus gracietas y consignas.

La nueva, por cierto, es hacer un presupuesto para 2015 descuadrado y jugar a que el Gobierno del que se ha reído pinte los ingresos antes de negociar posibles acuerdos. Ya es urgente quitarle el micrófono al maestro de ceremonias y obligarle a desaparecer entre el humo de hielo carbónico. Los catalanes no tendrán el derecho a hacerlo porque Mas no va a convocar elecciones para perderlas. Tal vez la justicia, encargada de comprobar sus permisos para abrir fuera de hora y, en especial, de revisar sus excesivas licencias, se atreva.

¡Qué dolor de cabeza! Los estragos de una macrofiesta de casi veinte días son así. Y lo mejor es que la juerga sigue. No han terminado de limpiar la sala y el president ya ha convocado a los maldormidos, según salían del after, a dos años más de festejos ilegales. Menudo festival democrático por el derecho a decidir: una juerga de la que por fin el de 2 de diciembre hemos sabido el número de asistentes: 2.344.848. No se sabe si el portero encargado del conteo estaba en el baño o a sus jefes no terminaba de cuadrales que nadie entrara en el club desde hacía semanas, pero el número no ha convencido a los organizadores.

Artur Mas Esquerra Republicana de Catalunya (ERC)