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Nacionalismo madrileño
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Vicente Vallés

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Nacionalismo madrileño

El concepto es una de esas fútiles ideas que periódicamente inundan la discusión política en España. Busquen a un vecino de Madrid y pídanle que enumere el origen de sus amigos

Foto: El entonces delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco. (EFE)
El entonces delegado del Gobierno en Madrid, José Manuel Franco. (EFE)

La convocatoria adelantada de elecciones en la Comunidad de Madrid el 4 de mayo es igual de extemporánea que la convocatoria adelantada de elecciones en Cataluña el 14 de febrero. Ninguna de las dos citas con las urnas era necesaria, porque en ambos casos la legislatura autonómica tenía suficiente margen de tiempo por delante –en Cataluña hasta diciembre de este año y en Madrid hasta mayo de 2023– como para convertir en superflua la decisión de forzar una nueva votación que, además, es sanitariamente inconveniente ante el empuje de la pandemia y en medio del proceso de vacunación. Cuando todos –en primer lugar, las administraciones públicas– deberíamos dedicarnos a salvar vidas, se nos entretiene con campañas electorales evitables y rellenas de condimentos sobrantes y hasta obscenos. Porque se han priorizado los motivos partidistas por delante de los sanitarios.

Uno de esos condimentos maliciosos es el lugar común que se ha extendido en el debate público sobre un pretendido nacionalismo madrileño. Como primera providencia, los términos 'nacionalismo' y 'madrileño' no pueden ir juntos en la misma frase, salvo que se siga la fabulada tesis propuesta en su día por el líder del socialismo madrileño, José Manuel Franco –hasta esta semana delegado del Gobierno y, desde ahora, secretario de Estado para el Deporte–, de que Madrid también sería una nación en ese Estado plurinacional que el PSOE lleva años diseñando, pero sin llevar nunca a la práctica: "Si tiene que ser nación, nación. Si el Estado es plurinacional, como nosotros defendemos, que (Madrid) sea una nación dentro del Estado español. No debe asustarnos el nombre". Ahí queda eso. Esta ocurrencia tan pintoresca flotó en el ambiente durante menos tiempo del que se tarda en pronunciar las palabras que la componen, pero en esa línea tan imaginativa están aquellos que defienden lo que algunos llaman el "'procés' madrileño". Otra 'boutade' que ha hecho fortuna.

Los términos 'nacionalismo' y 'madrileño' no pueden ir juntos en la misma frase, salvo que se siga la fabulada tesis de José Manuel Franco

Este fantasioso 'procés' de los nacionalistas madrileños es una invención de quienes sí son nacionalistas en sus respectivas comunidades o se han untado de filonacionalismo porque las tendencias centrífugas de los verdaderos nacionalistas les resultan seductoras. Y porque, en un inaudito retorcimiento de la historia, consideran que el nacionalismo es progresista, cuando siempre han sido conceptos incompatibles. Como consecuencia, muestran una enorme dificultad para entender lo que es Madrid y lo que pasa en Madrid.

El concepto de nacionalismo madrileño es una de esas fútiles ideas que periódicamente inundan la discusión política en España. Busquen ustedes a un vecino de Madrid y pídanle que enumere el origen de sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus amigos o los alumnos con los que comparte aula.

Como ejemplo, quien firma estas líneas trabaja cada día con canarios, castellanoleoneses, baleares, asturianos, extremeños, valencianos, andaluces, una venezolana, gallegos, navarros, catalanes, cántabros, vascos y, excepcionalmente, algún madrileño de nacimiento. Lo extraño en Madrid es encontrar un madrileño con ocho apellidos madrileños. De hecho, no existe tal cosa calificable como apellido solo madrileño. El apellido más común en Madrid es García. Pero lo es también en Andalucía. Y lo es en Cataluña. Y lo es en el conjunto de España. Y lo más importante es que en Madrid a nadie le importa qué origen tiene tu apellido.

placeholder La presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
La presidenta de la CAM, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Son madrileños los nacidos en Asturias, Aragón, Galicia o Cantabria, que gustan de visitar a sus familias cuando pueden disfrutar de un puente. Ellos son la bomba vírica a la que se refieren determinados presidentes autonómicos. También son una bomba vírica los jóvenes castellanomanchegos, valencianos, andaluces, castellanoleoneses, extremeños o murcianos que estudian en universidades de Madrid y aspiran a volver a sus lugares de origen en Semana Santa.

Y estos madrileños, que son de todas las esquinas de España, son también de todas las ideologías: de extrema derecha, de derechas, de centro, de izquierda y de extrema izquierda. Y muchos votarán en las elecciones del próximo 4 de mayo porque están empadronados en Madrid y no por ello dejan de ser de allá de donde sean. Porque no hay en España un lugar en el que la mezcla sea más natural que en Madrid.

En un país en el que los hechos diferenciales de los territorios se han convertido en una justificación para exigir privilegios y en el que se tiende a defender "lo mío" frente a "lo de todos", Madrid se ha convertido ahora en el escenario de la madre de todas las batallas políticas. Será el 4 de mayo. El PP quiere transformar una posible victoria de Isabel Díaz Ayuso en cabeza de playa para que Pablo Casado asalte la Moncloa. Podemos pretende salvar a su líder y al partido mismo. Ciudadanos quiere existir. Vox quiere resistir. Y el PSOE confía en solidificar al presidente Pedro Sánchez al frente del Gobierno, con aspiraciones de eternidad. Madrid no es España, pero España es muy madrileña.

La convocatoria adelantada de elecciones en la Comunidad de Madrid el 4 de mayo es igual de extemporánea que la convocatoria adelantada de elecciones en Cataluña el 14 de febrero. Ninguna de las dos citas con las urnas era necesaria, porque en ambos casos la legislatura autonómica tenía suficiente margen de tiempo por delante –en Cataluña hasta diciembre de este año y en Madrid hasta mayo de 2023– como para convertir en superflua la decisión de forzar una nueva votación que, además, es sanitariamente inconveniente ante el empuje de la pandemia y en medio del proceso de vacunación. Cuando todos –en primer lugar, las administraciones públicas– deberíamos dedicarnos a salvar vidas, se nos entretiene con campañas electorales evitables y rellenas de condimentos sobrantes y hasta obscenos. Porque se han priorizado los motivos partidistas por delante de los sanitarios.

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