Antítesis
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El 4-M suspende al 'Gobierno Frankenstein'
Sánchez ha sufrido un estruendoso fracaso en primera persona del singular. Por primera vez desde que recuperó la secretaría general en 2017, se vuelven a producir ataques de tos dentro del PSOE
Aquel caluroso día de mediados de junio de 2014, el secretario general del PSOE madrileño, Tomás Gómez, recogió con su coche cerca del Congreso al joven y semidesconocido diputado socialista Pedro Sánchez. Unos minutos después entraban en el reservado de un hotel de las afueras de Madrid. Según cuenta con sumo detalle la periodista Ainara Guezuraga en su libro “El PSOE en el laberinto”, allí y en secreto, Zapatero, Ximo Puig, Susana Díaz y el propio Gómez comprometieron el apoyo a Sánchez de las federaciones socialistas madrileña, andaluza y valenciana para que ganase las primarias, aunque su objetivo real era que las perdiera Eduardo Madina. Eso fue lo que ocurrió al cabo de pocas semanas.
Solo siete meses después, una fría mañana de febrero de 2015, varios agentes de seguridad privada de la sede federal socialista de la calle Ferraz fueron enviados precipitadamente a la sede del Partido Socialista de Madrid (PSM) en la plaza de Callao, mientras un operario realizaba el simbólico y humillante ejercicio de cambiar la cerradura. Pedro Sánchez acababa de fulminar al secretario general del PSM, Tomás Gómez.
Nadie ha tosido en Ferraz desde que Pedro Sánchez recuperó el liderazgo del partido en 2017
A los veinte meses, el 1 de octubre de 2016, el fulminado fue Sánchez en una virulenta reunión del Comité Federal socialista —órgano que ahora nadie recuerda cuándo se convocó por última vez—. Pasados tres meses, en enero de 2017, Sánchez anunció que volvería a presentarse a las primarias. Y en mayo recuperó la secretaría general sometiendo a Susana Díaz. Esa noche, Sánchez y los suyos celebraron la victoria cantando 'La Internacional', puño en alto.
En aquellos tiempos, Sánchez le dijo a Jordi Évole en LaSexta que “el PSOE tiene que trabajar codo con codo con Podemos”. De ahí pasó al “no dormiría por la noche” si tuviera ministros de Podemos. Y, en cuestión de días, a la coalición con Podemos, con Esquerra Republicana y Bildu como damas de honor en la boda.
Nadie ha tosido en Ferraz desde que Pedro Sánchez recuperó el liderazgo del partido en 2017. El debate interno se ha gasificado y sus hinchas han creado un halo de invencibilidad en torno a la figura del presidente por sus actos audaces —incluso, temerarios—: enfrentarse y ganar a Madina y a Susana Díaz en las primarias; revolverse contra el aparato que le echó de la secretaría general y recuperar el cargo; impedir el sorpaso de Podemos en 2016; protagonizar la primera moción de censura victoriosa de la historia; y consolidarse después en Moncloa. Pero no todas las bulas se extienden hacia la eternidad ni hay Papa infalible, a pesar del dogma.
Pedro Sánchez ha sufrido, y en primera persona del singular, un estruendoso fracaso en Madrid. Le ha humillado en las urnas la ninguneada, insultada y menospreciada Isabel Díaz Ayuso. Y ahora, por primera vez desde que recuperó la secretaría general del PSOE en 2017, se vuelven a producir ataques de tos dentro del partido.
El 4 de mayo ha sido el día en el que se han terminado de romper las costuras que empezaron a agrietarse —aunque sin apenas crítica interna— cuando los estrategas de Moncloa forzaron en noviembre de 2019 la repetición de las elecciones de seis meses antes, en el convencimiento de que pasarían de 123 a 150 escaños. Pero perdieron tres. En las elecciones gallegas y vascas de julio de 2020, el impulso de la coalición PSOE-Podemos fue nulo para los socialistas. En las catalanas del pasado febrero, el 'efecto Illa' hizo ganar escaños al PSC, pero a costa de facilitar una mayoría absoluta ampliada de los independentistas. Luego llegó el engendro de la fracasada moción de censura en Murcia, el segundo engendro de la fracasada moción de censura en Castilla y León, el 'dribling' de Ayuso convocando elecciones en Madrid y el destrozo del 4 de mayo. José Luis Ábalos, brazo ejecutor de Sánchez, mostró su satisfacción porque, en medio de esta serie de catastróficas desdichas, el PSOE había conseguido la alcaldía de Murcia, “la décima ciudad del país”, puntualizó.
Susana Díaz ahora defiende la “libertad de los militantes” y rechaza subir “impuestos que se cargan sobre los trabajadores”
El análisis público del PSOE sobre los resultados de Madrid se ha limitado a culpar a los votantes tabernarios. Ni Podemos ni el PSOE —salvo en Cataluña, con su microcosmos político— levantan cabeza electoral desde que se formalizó la coalición de Gobierno. Y Madrid ha sido un examen con suspenso para el modelo que Rubalcaba bautizó con el descriptivo nombre de Frankenstein. ¿No será que, además de gustarles los berberechos, hay votantes socialistas que desaprueban la camaradería con Podemos, ERC y Bildu?
Ha resultado, además, que las banderas ayusistas de la libertad y los impuestos bajos han tenido un éxito arrollador. Y ya hay réplica en el bando socialista. Pedro Sánchez ha forzado primarias en Andalucía para aniquilar a la díscola Susana Díaz, y la líder andaluza ha aceptado el desafío defendiendo la “libertad de los militantes” y su rechazo a subir “impuestos que se cargan sobre los trabajadores” (en referencia al peaje en autovías que propone Sánchez). Y se apellida Díaz. Como Ayuso
Aquel caluroso día de mediados de junio de 2014, el secretario general del PSOE madrileño, Tomás Gómez, recogió con su coche cerca del Congreso al joven y semidesconocido diputado socialista Pedro Sánchez. Unos minutos después entraban en el reservado de un hotel de las afueras de Madrid. Según cuenta con sumo detalle la periodista Ainara Guezuraga en su libro “El PSOE en el laberinto”, allí y en secreto, Zapatero, Ximo Puig, Susana Díaz y el propio Gómez comprometieron el apoyo a Sánchez de las federaciones socialistas madrileña, andaluza y valenciana para que ganase las primarias, aunque su objetivo real era que las perdiera Eduardo Madina. Eso fue lo que ocurrió al cabo de pocas semanas.
Solo siete meses después, una fría mañana de febrero de 2015, varios agentes de seguridad privada de la sede federal socialista de la calle Ferraz fueron enviados precipitadamente a la sede del Partido Socialista de Madrid (PSM) en la plaza de Callao, mientras un operario realizaba el simbólico y humillante ejercicio de cambiar la cerradura. Pedro Sánchez acababa de fulminar al secretario general del PSM, Tomás Gómez.