Atando cabos
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Crisis en Cataluña: el riesgo de perder el relato internacional
La imagen internacional de España se encuentra en jaque tras una sentencia que todos los Gobiernos de Europa y del planeta respetan…, pero que muy pocos alcanzan a entender bien
En diciembre de 1918, a los pocos meses del fin de la Primera Guerra Mundial, se constituyó en París el denominado Comité Nacional Catalán. Eran poco más de diez los activistas que, inspirándose en el modelo del Comité Nacional Checo, intentaron poner en marcha una estructura que diera voz internacional al independentismo. Amparándose en la legitimidad de los caídos de la "Legión catalana", que —en una cantidad siempre discutida— se habían enrolado en la Legión extranjera francesa, el Comité llegó a enviar una carta al presidente Wilson donde le pedía "la revisión del ignominioso Tratado de Utrecht y permitir que la Nación Catalana, libre e independiente, entre a ocupar en la Sociedad de Naciones el lugar que le corresponde por su pasado glorioso y por su florecimiento presente".
Nunca recibieron respuesta. Antes, en julio de 1918 se había creado en Barcelona un Comité pro-Catalunya, que encabezaba Vicenç Ballester, el mismo que había diseñado la estelada como símbolo independentista inspirándose en la bandera cubana. De los nervios que todo ello provocó en el Gobierno de entonces da cuenta un viaje de Romanones a París, para intentar contrarrestar tales esfuerzos.
No hay nada nuevo bajo el sol, recuerda la Biblia, y así lo pensarán algunos al descubrir este breve apunte histórico que ha descrito muy bien entre otros el historiador Albert Balcells y resulta tan actual. Pero sí han cambiado mucho los tiempos y el entorno internacional en el que nos movemos. Aquella España cerrada en la que una mayoría de catalanes clamaba entonces por alguna forma de elemental autonomía (y unos pocos pedían ya una completa independencia) ha dejado paso a la España moderna y democrática que conocemos. Y no hace falta detenerse mucho en la radical diferencia entre nuestra irrelevancia internacional de entonces y el papel de España en la Europa y el mundo de hoy.
No pretendo ofender a nadie si digo que en la sociedad catalana (en sus instituciones, sus universidades, sus entidades sociales y culturales) ha existido durante décadas una sensibilidad internacional mucho mayor a la de muchas estructuras y entidades equivalentes en España. Algo semejante podría decirse de sus líderes. Y eso tiene consecuencias. Las relaciones transfronterizas institucionales y personales no se improvisan: se van tejiendo a lo largo de muchos años de encuentros y de intercambios.
De esas relaciones trabajadas con el tiempo nacen complicidades y resultan imágenes y simpatías que no se desmontan de un día para otro. Como tampoco se pueden construir de un día para otro, si —como ha sido durante años el caso de muchos en España— se ha dejado del todo abandonado ese terreno. Es ilustrativo comparar por ejemplo el analfabetismo lingüístico de tantos dirigentes políticos, sociales y empresariales españoles, a veces acompañado de un punto de arrogancia, con el plurilingüismo que han tenido casi todos los presidentes y una gran mayoría de 'consellers' y cuadros dirigentes de la Generalitat catalana. Algo similar puede decirse de las relaciones con la prensa: simbólicamente, mientras la Moncloa de Rajoy clausuraba su oficina de comunicación internacional y dejaba a los corresponsales a ciegas, en Barcelona se dedicaban recursos humanos y materiales para facilitar al máximo la interacción con los medios extranjeros acreditados en España y con las redacciones de medio mundo.
Y así hemos llegado al momento actual: la imagen internacional de España se encuentra en jaque tras una sentencia que todos los Gobiernos de Europa y del planeta respetan…, pero que muy pocos alcanzan a entender bien. Y todo es más difícil aún si salimos de la relación formal entre gobiernos y examinamos la percepción que se tiene de nuestra realidad política y jurídica en el complejo tejido internacional que forman asociaciones profesionales de carácter global, grandes medios de comunicación, ONG, universidades o centros de análisis y pensamiento.
Conviene repetirlo, cuando España ha sido "examinada" en algún 'ranking' de independencia judicial, de calidad democrática o de transparencia, ha salido muy bien parado
Es cierto, y conviene repetirlo, que cada vez que España ha sido "examinada" para medirla en algún 'ranking' objetivo de independencia judicial, de calidad democrática o de transparencia, nuestro sistema democrático ha salido muy bien parado. Y hace bien el Gobierno y su flamante estructura de la España Global en esforzarse por difundir esos datos. Pero no es suficiente, y no lo es especialmente ante el esfuerzo descalificador que de forma tenaz y bien preparada lidera el independentismo. De hecho, la narración de hechos probados de la propia Sentencia del Supremo, cuando detalla la malversación de fondos atribuida a Raül Romeva y al Diplocat, es un auténtico homenaje a la profesionalidad internacional del 'procés': me pregunto cuántos en el Gobierno de entonces tendrían una agenda de contactos y una capacidad de convocatoria de personalidades comparable a la que ahí se describe.
Durante un tiempo no se hablaba en España de otra cosa que del relato y su importancia. Pues ahora ha llegado el momento del relato internacional. Y ahí es importante admitir que, por las razones expresadas y por esa desconexión de tantos años, la España democrática y hasta hace poco ensimismada parte con desventaja. Quiero dejar claro que a veces esa mirada crítica desde fuera sobre nuestra crisis territorial no es necesariamente algo negativo.
A nivel internacional, es importante que los hechos se conozcan como son, y no a través de la lente manipulada del independentismo
En ocasiones es muy saludable escuchar verdades incómodas de boca de quienes te quieren y respetan. No tenemos por qué esperar un acrítico aplauso internacional a nuestra forma de resolver nuestras dificultades. Pero sí es importante que los hechos se conozcan como son, y no a través de la lente manipulada del independentismo. O, de lo contrario, podríamos ver pronto votaciones muy incómodas en asambleas democráticas nacionales o europeas, fundadas en una realidad distorsionada que no hemos sido capaces de explicar.
De la imagen exterior de nuestra democracia dependen muchos intangibles políticos y económicos. Y ahí queda mucho trabajo por hacer.
En diciembre de 1918, a los pocos meses del fin de la Primera Guerra Mundial, se constituyó en París el denominado Comité Nacional Catalán. Eran poco más de diez los activistas que, inspirándose en el modelo del Comité Nacional Checo, intentaron poner en marcha una estructura que diera voz internacional al independentismo. Amparándose en la legitimidad de los caídos de la "Legión catalana", que —en una cantidad siempre discutida— se habían enrolado en la Legión extranjera francesa, el Comité llegó a enviar una carta al presidente Wilson donde le pedía "la revisión del ignominioso Tratado de Utrecht y permitir que la Nación Catalana, libre e independiente, entre a ocupar en la Sociedad de Naciones el lugar que le corresponde por su pasado glorioso y por su florecimiento presente".