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¿Qué saben los turistas de Barcelona sobre la situación política catalana?
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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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¿Qué saben los turistas de Barcelona sobre la situación política catalana?

Unas chicas francesas me cuentan que Cataluña es una región oprimida. ¿Cómo lo saben? Han visto vídeos de policías pegando a manifestantes, imágenes que interpretan según el relato mitológico

Foto: Un grupo de turistas en Barcelona (Efe)
Un grupo de turistas en Barcelona (Efe)

-Yo he venido de Yunaidesteits ofemérica to Barsilona porque hago tourismo revolusionario -dice Collins, el sesentón greñudo que absorbe tinto de verano melancólicamente, no sé si con la boca o con la barba esponjiforme. Se refiere a una modalidad de turismo que triunfó en Belfast tras el cese de la violencia y que se basa en visitar escenarios de confrontación política y hacerse fotos delante de murales reivindicativos.

Movido por un espíritu combativo, certificado por su melena gris, su camiseta negra con la palabra FREEDOM y su barba ovillada, Collins ha viajado de Sarajevo a Chiapas y ahora se decepciona en un bar de la trasera de la basílica de Santa María del Mar. El hombre se tragó la versión de la propaganda que la Generalitat reparte por los cuatro confines y pensaba que podría disfrutar de una semana de tanquetas contra manifestantes en una ciudad cercada por las fuerzas represoras del estado Español, pero se ha dado de barbas con un escenario más parecido a la Italia que relató Curzio Malaparte en La piel, es decir: una ciudad que se desborda de pura masificación, tomada por turistas extranjeros.

De hecho, Collins ha cruzado el Atlántico para contribuir al verdadero problema político de la ciudad: el turismo insostenible que este mes se cuela en las portadas de los periódicos catalanes casi todos los días. Mientras Ada Colau y su grupo discuten sobre si dar el veto o el visto bueno al hotel del rascacielos Agbar (ahora llamado Torre Kyatt) y se implementa un proyecto piloto para convertir los pisos turísticos ilegales en vivienda social, pululan por todas partes riadas de carnes flácidas y hombros enrojecidos por la correa de la mochila.

Es un jueves de agosto y, tras dejar a Collins soñando con murales de Diego Rivera, constato que unos cincuenta manifestantes muestran sus pancartas al balcón vacío del Ayuntamiento. Son de UGT y protestan por las malas condiciones laborales de los trabajadores de hostelería. A su alrededor, un corro de guiris se dispara selfis. En las fotos los veremos sonreír delante de los trabajadores que les sirven en los bares y una pancarta: exigimos mejores condiciones laborales en el sector del hostelería. Josep María Álvarez, secretario general de UGT Cataluña, le pasa el megáfono a un compañero que hablará del nuevo convenio colectivo de Port Aventura, y me dice que se han citado con el teniente de alcalde Pisarello para sumar esfuerzos a fin de que el Ayuntamiento contribuya a mejorar las condiciones de los esclavos del turismo.

Si Barcelona se vende como una ciudad dispuesta para la playa, la paella y el gótico, Cataluña se vende según la visión ideológica de los consulados catalanes

Mientras hablamos, un alemán borracho se coloca detrás de nosotros y hace el símbolo de la victoria. Lo frecuente es que el guiri tenga tanta idea de las condiciones políticas del sitio que visita como la que puedan tener las estatuas de las plazas. No hay más que verlos, y no hay un punto en el centro de Barcelona donde los ojos no tropiecen con uno. Salen temprano de los pisos ilegales, los hoteles y las pensiones en grupos de tres o cuatro, y van pertrechados de mochilas, botellas de agua mineral, riñoneras, mapas, guías, gafas de sol, chanclas y gorras, como si hubieran decidido explorar el Montjuïc y no supieran que ya está urbanizado.

Pregunto a un matrimonio norteamericano qué saben sobre la situación política de Cataluña. Como respuesta, se encogen de hombros y me dedican una de esas sonrisas cuidadosas que los turistas emplean para tratar con los nativos. Sin embargo, unas francesas jóvenes responden a la pregunta con cierto nivel de conocimientos.

Las chicas me cuentan que Cataluña es una región oprimida. ¿Cómo lo saben? Han visto en internet vídeos y fotos de policías pegando a manifestantes, imágenes que ellas interpretan según el relato mitológico que trajo a Collins a esta ciudad, aunque probablemente estén protagonizadas por la Guardia Urbana, los Mossos d'Esquadra, o tal vez por la policía nacional en manifestaciones frente al Congreso de los Diputados de Madrid.

Pero no las culpo ni les aclaro nada, porque la imagen de policías pegando a manifestantes encaja con el relato político que Cataluña vende en el exterior. Si Barcelona se vende como una ciudad dispuesta para la playa, la paella, la sangría y el gótico, como un escenario despolitizado, Cataluña se vende según la visión ideológica de los consulados catalanes.

Existe, por ejemplo, la página Help Catalonia, donde participan personas relacionadas con la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y desde la que se promueve la idea la nación oprimida bajo la bota española.

Un fragmento de un artículo de la italiana y miembro de la ANC Rita Bocca servirá para retratar esta percepción: “Mientras vivía en Italia, prácticamente no sabía que existían ni Cataluña ni el catalán (…) Hace un par de años me dije 'hasta aquí hemos llegado'. Estaba harta de que me llegaran noticias de todo tipo sobre Cataluña y su relación con España que no me acababan de convencer. Mi marido (catalán norteño, de Perpiñán) siempre dice que Cataluña es la última colonia de España y yo pensaba: ¡qué exagerado! Pero sí: el verano pasado leí Delenda Est Hispania, de Albert Pont, y no lo podía creer. No podía creer que un país que se define como democrático como España pudiera mentir incluso en sus libros de historia”.

Espero que Collins haya visitado el Parque de la Ciudadela el miércoles por la tarde. Allí se habló de rebeldía y de opresión en el estreno de la plataforma Junts pel sí, con discurso de Lluis Llach y del cabeza de cartel, Raül Romeva, al que llaman el Varufakis catalán. Los touroperadores del tourismo revolusionario harían buena caja si incluyeran esta clase de actos en sus paquetes vacacionales.

-Yo he venido de Yunaidesteits ofemérica to Barsilona porque hago tourismo revolusionario -dice Collins, el sesentón greñudo que absorbe tinto de verano melancólicamente, no sé si con la boca o con la barba esponjiforme. Se refiere a una modalidad de turismo que triunfó en Belfast tras el cese de la violencia y que se basa en visitar escenarios de confrontación política y hacerse fotos delante de murales reivindicativos.

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