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El PP cierra su campaña con una explosión de patriotismo rebelde
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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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El PP cierra su campaña con una explosión de patriotismo rebelde

En el cierre de campaña ha estado el candidato García Albiol, seguido por Alícia Sánchez Camacho y Mariano Rajoy, temblorosos como sombras, flanqueado por el amigo erasmus, Nicolas Sarkozy

Foto: Acto de cierre del PP. (EFE)
Acto de cierre del PP. (EFE)

El viejo viva España, de repente, se levanta en Barcelona. Son miles y han venido en autobuses desde muchos pueblos de Cataluña para arropar al PP y quitarle el sabor de boca del acto central de campaña, aquel de Badalona, que quedó tan mustio. Han traído consigo banderas y estandartes, levantan la voz, discuten y se animan los unos a los otros a mantener el tipo, a no retroceder ni un paso, parece que vayan a cantar el “ya hemos pasao” de Celia Gámez.

A empellones se atrincheran en el acorazado Potemkin del Palacio de Congresos de Cataluña. En unos minutos aparecerá el líder, Xavier García Albiol, seguido por Alícia Sánchez Camacho y Mariano Rajoy, temblorosos como sombras, y flanqueado por el amigo erasmus, Nicolas Sarkozy, que ha venido sin Carla Bruni porque los españoles somos todos unos golfos.

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Y los periodistas, más golfos todavía. Nos han recluido en el sótano, en una mazmorra de prensa con dos pantallas de plasma. Suerte que me he vestido tan elegante. Le doy la vuelta a la acreditación de prensa que llevo sobre el chaleco, paso con cara de estrés por un arco voltaico de dos vigilantes jurados y me meto en la conversación de un par de jubiladas para hacerme pasar por un nieto pepero.

Ya vamos todos para adentro. Camino de la sala, una mujer pierde al marido, grita su nombre y entonces descubre que lo tiene detrás. Qué alegría le da verlo: le pega un banderazo en la cabeza provocando la admiración de las mujeres y el cachondeo de los maridos. Es una locura este torrente, han desbordado las previsiones de asistencia. Por todas partes se levantan banderas de España que ondean como un desafío. Una mujer de cuarenta que viene con dos críos me dice que ser español es un acto de rebeldía. Sigo preguntándome qué clase de rebeldía es haber nacido en España y el jaleo me da la respuesta: celebran unos hombres la hazaña de Alberto Fernández cuando forcejeó para enseñar una bandera en el balcón del ayuntamiento.

Y ya estamos dentro del auditorio. No cabe nadie más pero siguen empujando como refugiados, quizás este palacio sea el Arca de Noé y luchen para no acabar bajo el diluvio. En el escenario hay un grupo de pop que versiona y empeperiza clásicos laicos de los ochenta. Algún motivado grita viva España y todo el auditorio le responde con un viva, brilla el sudor bajo esta luz halógena que tiene la textura de tarde en tendido sombra.

Yo me quedo hablando con la señora de Mollet, que es un encanto. Ha venido envuelta en logotipos del PP y cuelga de la baranda del gallinero una bandera española con gestos de poner a secar las sábanas. Le pregunto si tiene indepes en su familia.

-Mira, pues claro, todas las familias tienen dos o tres o cuatro independentistas, nos pasa a todos los que estamos aquí. Mi hijo mediano, el segundo, es indepe perdido, el pobre. Anda que si supiera que estoy aquí con la gorra del PP y la banderita, ¡cómo se iba a poner!

-¿Y cómo lo llevan en casa?

-Pues muy bien. Nosotros vivimos en Mollet y el granuja se va a pegarle gritos a los del PP, y claro, yo estoy ahí, y mi hijo me grita: ¡Fascista! Y yo le grito: ¡Hijo de puta! Y él me grita: ¿A qué hora voy a comer, fascista? Y yo: ¡A las dos y media, hijo de puta!

Con su propia historia, la de Mollet se parte de risa. Me agarra las mollas del brazo y me dice que mañana los tiene a todos a comer en casa, a los indepes y a los otros. Me doy cuenta de que esta mujer es Cataluña personificada, y me gusta haberla encontrado aquí, envuelta de gorras y trapos peperos como podía haber estado en un acto de Junts pel sí.

Así es Cataluña, este es el hecho diferencial catalán, la demostración de que esta tierra no podrá dejar de ser España ni aunque las instituciones europeas le pongan alfombra roja a su independencia. Me explico: aquí han venido los 'peperos', y los 'peperos' son partes de familias donde se mezcla la izquierda y la derecha, el independentismo y lo español. Ningún resultado en las urnas, ni ahora ni dentro de cincuenta años, podrá convencer a la de Mollet para que suelte su bandera que le gusta.

Aunque una pareja comentaba que no le agrada que venga Sarkozy porque los franceses siempre nos vuelcan los camiones de la fruta, el galo sube al escenario y consigue encadenar una ovación detrás de otra. Este gabacho anuncia sin cortarse que es pepero. Dedica su discurso a Mariano Rajoy, le dice que es su verdadero amigo, clama que no podríamos tener mejor presidente. Sin darse cuenta, Sarkozy está repitiendo como comedia la tragedia de los Cien Mil Hijos de San Luis.

Pero las encuestas van bajas y esta noche el PP necesita sacar los dientes. Ahí tenemos ya a Albiol, que empieza su discurso. Ha recuperado la dureza a cuarenta y ocho horas de los comicios y grita que está orgulloso de haber limpiado Badalona, que no se arrepiente de su tono, que quiere hacer lo mismo en toda Cataluña. Le interrumpen hombres exacerbados que dejan salir gritos guerreros del pecho. Cuando habla Albiol las banderas flamean con furia, los rebeldes elevan sus cánticos, a ratos no sabes si asistes a un desahogo o la advertencia de hierro de Numancia.

Suerte que tenemos a Rajoy para enfriar los ánimos. La sombra se proyecta sobre el escenario y empiezan a descomponerse las fortalezas. El presidente se aplica, lee sus notas, mueve la manita, traga saliva, y me recuerda a Colin Firth en El discurso del rey. Su fragilidad de manos largas atenúa la forja de rebeldes, y antes de darnos cuenta estamos bajando las escaleras para regresar a la calle. Aquí se genera un tumulto donde la multitud empuja porque se ha encendido en las señoras ese resorte temible que usan para saltarse la cola del súper. Ahora son fieras que dan codazos y te aprietan los pechos contra la espalda para derribarte.

Yo sólo quiero volver a casa. Quiero que acabe la campaña. He aprendido cosas, como diría Rajoy. He aprendido, por ejemplo, que si Cataluña no es España, tiene a España hasta los tuétanos. Pero para escribir esto tengo que sobrevivir a las cargas de tetas y codos, levanto un brazo y lo estiro hacia la puerta al borde del desmayo, y en ese momento, sin saber cómo, Rajoy, que también intenta salir, me estrecha la mano.

El viejo viva España, de repente, se levanta en Barcelona. Son miles y han venido en autobuses desde muchos pueblos de Cataluña para arropar al PP y quitarle el sabor de boca del acto central de campaña, aquel de Badalona, que quedó tan mustio. Han traído consigo banderas y estandartes, levantan la voz, discuten y se animan los unos a los otros a mantener el tipo, a no retroceder ni un paso, parece que vayan a cantar el “ya hemos pasao” de Celia Gámez.

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