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De Ruz a Castro: canibalismo judicial
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Nacho Cardero

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De Ruz a Castro: canibalismo judicial

Me encontré a Teddy Bautista en una casa de comidas en la calle Infanta Mercedes, en Madrid. Tocado con una gorra de paño, vestía con una

Foto: El juez Pablo Ruz. (Reuters)
El juez Pablo Ruz. (Reuters)

Me encontré a Teddy Bautista en una casa de comidas en la calle Infanta Mercedes, en Madrid. Tocado con una gorra de paño, vestía con una camisa gruesa de franela, no bebía alcohol y se declaraba seguidor acérrimo de la serie Sons of Anarchy. En definitiva, un tipo aparentemente muy peligroso. Luego de un rato de conversación, Bautista, alias Belcebú –o al menos así lo dibujan en las redes sociales, con rabo y tridente–, empezó a narrar sin acritud, en un tono sosegado, propio de un hombre que se autocalifica de cartesiano, sus vicisitudes y posterior lapidación al frente de la SGAE. Desgranaba los hechos acaecidos casi sin comprender, como si todavía buscara una explicación. “Nunca nadie sabe lo que en el pasado le espera”, se lamentaba parafraseando a Sabina.

La denominaron Operación Saga contra la SGAE y ocupó titulares gruesos en los diarios, amén de escandalizar a la opinión pública y mandar a alguno de sus protagonistas a pasar unas breves vacaciones a Soto del Relax. “Se abrieron cuatro frentes judiciales”, recapitulaba Bautista. “En el primero, el laboral, hay sentencia solemne que nos da la razón; en el segundo, el arquitecto que nos llevó a los tribunales porque decía que inflábamos los presupuestos ha perdido en el Supremo; en el tercero, el de la Asociación de Internautas y Luis Cobos, que nos acusaban de no pagar los derechos de autor, también hemos ganado; y en último lugar, en el caso de Microgénesis, que instruye el juez Ruz, todavía no se sabe nada”. En resumen, trataba de hacerme ver, el caso se va diluyendo como azucarillo en café.

Uno, que reniega del canon digital y todavía tiene frescas en la memoria las imágenes de decenas de agentes con chalecos antibalas invadiendo la sede de la SGAE como si se tratara del asalto al Banco Central de Barcelona, no podía por menos que tomarse con precaución las palabras de Bautista. Sin embargo, hoy, dos años y medio después de la intervención de la Sociedad General de Autores, la realidad es que la instrucción se encuentra en un inexplicable punto muerto y que, según apunta el exhaustivo trabajo de investigación llevado a cabo por El Confidencial, adolece de unas taras y falta de pruebas que hace presagiar que el caso, como otros muchos asuntos judiciales que ahora nos vienen a la cabeza, quedará en agua de borrajas.

Los magistrados se automutilan y devoran a sí mismos subyugados por intereses exógenos que nada o muy poco tienen que ver con el interés general

La Justicia en España ha dejado de ser sólida. En la actualidad, se muestra más bien líquida, como agua sucia que adquiere formas diversas e impredecibles. Así, los argumentos legales que llevaron a varios directivos de la SGAE a pasar un mes en prisión por, presuntamente, cobrar demasiado por unos servicios previamente aprobados en consejo de administración no han servido, en cambio, para Iñaki Urdangarin, que ni siquiera llegaba a realizar los informes por los que luego facturaba. Es lo que el periodista Manuel Cerdán denominaba en su pieza sobre el indulto a Garzón como “canibalismo judicial”. Los magistrados se automutilan y devoran a sí mismos subyugados por intereses exógenos que nada o muy poco tienen que ver con el interés general.

La agencia Reuters tomó prestada una frase al juez Elpidio José SilvaSpain, no country for judges– para dar título a su ocre retrato sobre la Justicia española en el que, grosso modo, quedaba patente la fragilidad de nuestro Estado de Derecho en tanto en cuanto la ciudadanía ha perdido la fe en los tribunales. “Debido a la lentitud de los procesos judiciales, los españoles tienen la impresión de que hay poco interés en investigar y que existe algún tipo de conflicto entre el Gobierno y los jueces. Esta lentitud es lo que da una sensación de poca fiabilidad en el sistema”, aducía José Juan Toharia, presidente de Metroscopia, en la citada información de Reuters. Zarzalejos abundaba en esta misma idea en su artículo del miércoles en El Confidencial: “Vivimos tiempos revueltos, tiempos de implacabilidad, tiempos en los que existe la sensación –tantas veces cierta– de que la justicia ha sido eludida por los más poderosos”.

placeholder El juez José Castro. (EFE)

Unas sospechas que lamentablemente se ven corroboradas con escritos como el de ayer de Pedro Horrach. Sin eufemismos ni medias tintas, el fiscal anticorrupción acusaba al juez Castro de haber urdido una conspiración para imputar a la infanta Cristina y pedía que testificaran los inspectores de Hacienda y los responsables de la UDEF para que limpiaran la imagen de Doña Cristina de cualquier delito fiscal. Vistos los arrestos de Castro por llevar el caso hasta sus últimas consecuencias y las energías de la Fiscalía por tumbarlo, ¿quién con un mínimo de sentido común no apostata de los tribunales?

La Justicia es una especie de pandemónium donde un juez, Pablo Ruz, otorga su plácet a la manifestación de Bilbao convocada por la izquierda abertzale y otro togado, Eloy Velasco, la prohíbe pocos minutos después al considerar que está promovida por la desarticulada Herrira; en el que el juez Castro se ve obligado a hilvanar un auténtico tratado de Derecho (227 folios, poco más y le sale una novela como las de Dan Brown) para evitar que la Fiscalía, la Casa del Rey y resto del engrudo institucional le empitonen; en el que una barahúnda de jueces y fiscales progresistas solicitan al Gobierno que indulte a Garzón y deje en papel mojado sus once meses de inhabilitación por prevaricación esgrimiendo la trascendencia mediática de sus casos –Al Kassar, Berlusconi, BBVA y Jersey, el lino, los genocidas argentinos, Guantánamo–, pero olvidándose de que la mayoría de los mismos acabó con los acusados en la calle y fuertes críticas a la instrucción.

Antes de franquear las puertas del tribunal, te advierten de que los pleitos siempre sabes cómo empiezan, pero nunca cómo terminan. Y que lo que para uno se muestra como una verdad impepinable, para el magistrado puede no ser más que una fábula. La verdad, desgraciadamente, es relativa y cambiante y depende de la maza que te caiga encima. Ya lo decía el bueno de Sancho Panza: “Según lo que aquí he visto, es tan buena la justicia, que es necesaria que se use aun entre los mismos ladrones”.

Me encontré a Teddy Bautista en una casa de comidas en la calle Infanta Mercedes, en Madrid. Tocado con una gorra de paño, vestía con una camisa gruesa de franela, no bebía alcohol y se declaraba seguidor acérrimo de la serie Sons of Anarchy. En definitiva, un tipo aparentemente muy peligroso. Luego de un rato de conversación, Bautista, alias Belcebú –o al menos así lo dibujan en las redes sociales, con rabo y tridente–, empezó a narrar sin acritud, en un tono sosegado, propio de un hombre que se autocalifica de cartesiano, sus vicisitudes y posterior lapidación al frente de la SGAE. Desgranaba los hechos acaecidos casi sin comprender, como si todavía buscara una explicación. “Nunca nadie sabe lo que en el pasado le espera”, se lamentaba parafraseando a Sabina.

Iñaki Urdangarin Infanta Cristina