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Nacho Cardero

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Sánchez y Díaz, enemigos íntimos

Las generales se acercan y la tesis de que a Sánchez le interesa una Díaz fuerte para revalidar la Moncloa pierde fuerza. A Sánchez solo le interesa Sánchez

Foto: Pedro Sánchez, junto a Yolanda Díaz. (Reuters/Sergio Pérez)
Pedro Sánchez, junto a Yolanda Díaz. (Reuters/Sergio Pérez)
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Hay gestos que indican por dónde sopla el viento. El pasado viernes, la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, llenó la emblemática sala de columnas del Círculo de Bellas Artes, con cola para entrar "que daba la vuelta a la esquina y avanzaba por la calle Alcalá", describía la crónica. Participaba en un diálogo sobre precariedad y desigualdades junto a Thomas Piketty, ese economista francés que desde que escribió ‘El capital en el siglo XXI’ se repite más que las sopas de ajo en los discursos progresistas contra el turbocapitalismo. Entre los asistentes, Eduardo Madina.

El menú daba de qué hablar y remedaba otro acto similar que tuvo lugar hace justo ahora cinco años también en el Círculo. ¿Se acuerdan?

Era Pedro Sánchez en la presentación de su proyecto para la reconquista de la secretaría general del PSOE, febrero de 2017. El hoy presidente del Gobierno, considerado entonces poco menos que un paria tras abandonar Ferraz por la puerta de atrás, tuvo que levitar para sortear la masa ingente que abarrotaba las instalaciones. Querían tocarle, besarle y lo que fuere. En su discurso, cargó contra el neoliberalismo imperante de una forma similar a como lo hizo Díaz. En el público, Ábalos, Tezanos, Cerdán y un largo etcétera, la mayoría hoy con puesto y mando. Las apuestas de las primarias experimentaron un vuelco ese día. Fue premonitorio.

Foto: La secretaria general del PSOE andaluz, Susana Díaz. (EFE)

Lo que ocurrió después forma parte ya de la leyenda del socialismo, una leyenda amplificada por esos improvisados trovadores salidos de debajo de las piedras al calor de la victoria. Pasó sobre Susana Díaz como una apisonadora y se hizo posteriormente con la presidencia del Gobierno gracias a la moción de censura y al apoyo de populistas y nacionalistas, apoyo que aceptó sin ningún rubor y que no solo mantiene a día de hoy, sino que ha conseguido naturalizarlo, de forma que algunos españoles, un tanto confundidos, empiezan a creer que el interés de ERC y Bildu es el mismo que el de España, cosa preocupante.

Rubén Amón describió a Sánchez como el "puto amo" porque "maneja a su antojo la amnesia y la dimensión líquida de la política", lo que le convierte en el líder más competitivo. Tal eficiencia es posible, básicamente, porque no tiene ni escrúpulos ni tampoco amigos, tal y como confiesan sus próximos, y esto ya supone partir con ventaja. Que se lo pregunten a Iván Redondo o José Luis Ábalos, a los que sacó de la curva cuando más le convino, o a Óscar López y Antonio Hernando, que los ha recuperado para la Moncloa por idénticos motivos, sin que haya mediado apenas comunicación previa con sus antiguos colaboradores ni haya transcurrido el tiempo necesario para restañar heridas.

Esa imagen que transmite de político a quien no hay nada ni nadie que se le ponga por delante son las mismas trazas que exhibe Yolanda Díaz

También se dijo que lo de este PSOE era irreal. Que Sánchez, como buen taxidermista ideológico, había vaciado el partido por dentro, lo había desprovisto de los principios y valores legados por Pablo Iglesias (Posse, que no Turrión) y de su sentido de Estado, y le había dejado únicamente las siglas para secuestrar el caudal de votos aparejado a las mismas. Pudiendo ser todo ello cierto, no lo parece cuando un expresidente como Zapatero aplaude continuamente cualquiera de sus decisiones, por muy polémicas que sean estas, u otro expresidente, como González, se pone a su servicio y le ofrece lealtad.

Esa imagen que transmite de político a quien no hay nada ni nadie que se le ponga por delante son las mismas trazas que exhibe Yolanda Díaz, con la ventaja añadida de que, además de recuperar el discurso ideológico de Sánchez en sus orígenes, la vicepresidenta atrae votos del PSOE y cae bien incluso a aquellos que no comulgan con su programa, caso de los empresarios durante las negociaciones de la reforma laboral.

Foto: Nadia Calviño junto a Yolanda Díaz. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

En el último Observatorio Electoral de El Confidencial, se ve cómo el ‘efecto Díaz’ ha resucitado a Unidas Podemos, partido al que el electorado asocia la imagen de la vicepresidenta, pero del que está dispuesta a desembarazarse (como Sánchez con el viejo PSOE) para ampliar campo de juego. La formación morada ha pasado del 10,6% de estimación de voto a un 12,1%, lo que se traduce en 30 escaños. En apenas mes y medio, Sánchez, que se está dando un baño de realidad, ha perdido 460.000 votos. Díaz ha recuperado 364.000.

Resulta necesario destacar tal circunstancia, ya que, como describimos en el análisis de este lunes de Iván Gil, se está extendiendo la idea de que hemos iniciado un cambio de ciclo. Al tiempo que se ha activado la espoleta electoral con los comicios de Castilla y León, los choques del PSOE y Unidas Podemos se suceden y son cada vez más violentos. Lo son por la necesidad de Yolanda Díaz de marcar discurso propio —una vez que el PSOE ya no necesita de sus servicios tras la aprobación de los PGE de 2022— y evitar ser canibalizada, pues su objetivo no es tanto alcanzar la presidencia como montar una plataforma transversal de izquierdas con la que recuperar cuotas de poder en el medio y largo plazo.

Las generales se acercan y la tesis de que a Sánchez le interesa una Díaz fuerte para revalidar la Moncloa pierde fuerza. A Sánchez solo le interesa Sánchez. Pero mientras este último recibe este lunes al nuevo canciller germano, en una instantánea en sepia que apenas despierta pasiones entre el electorado, Díaz se deja ver con Piketty, tiene audiencia con el papa Francisco y, además, llena aforos hasta la bandera como lo hacía otrora el presidente.

Hay gestos que indican por dónde sopla el viento. El pasado viernes, la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, llenó la emblemática sala de columnas del Círculo de Bellas Artes, con cola para entrar "que daba la vuelta a la esquina y avanzaba por la calle Alcalá", describía la crónica. Participaba en un diálogo sobre precariedad y desigualdades junto a Thomas Piketty, ese economista francés que desde que escribió ‘El capital en el siglo XXI’ se repite más que las sopas de ajo en los discursos progresistas contra el turbocapitalismo. Entre los asistentes, Eduardo Madina.

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