Caza Mayor
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El colapso del sistema: lo que no nos cuentan de la sexta ola
Esa es la cuestión que nadie quiere admitir: el sistema ha reventado. La pandemia lo ha hecho añicos y la sexta ola, que algunos políticos y expertos pretenden minusvalorar, le ha dado la puntilla
A principios de noviembre del año pasado, Fernando Simón, que es el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), algo así como nuestro servicio de Inteligencia para la cosa de la Salud, se mostró contrario a poner la tercera dosis de forma generalizada. También expresó sus dudas sobre la posibilidad de inocular la vacuna a los menores de 12 años porque “les afecta muy poco la enfermedad” y aseguró, en lo que parecía un comentario de barra de bar más que un diagnóstico experto, que la inmunidad iba a durar años y que, por tanto, como nos iban a sobrar vacunas en el corto plazo, podíamos cederlas a quien más lo necesitase. Ni aposta uno se puede equivocar tanto. A día de hoy, Simón, como tantos otros, continúa en su puesto como voz autorizada en coronavirus.
Sus reflexiones no nos salieron gratis. El ministerio se las creyó a pies juntillas y comenzó a donar vacunas que ni siquiera pasaron por España. De ahí el retraso de nuestro país con la tercera dosis. Cuando la pandemia se puso fea en diciembre, no nos llegaba la camisa al cuerpo. Lo mismo ocurrió con los fármacos contra el covid. En el Gobierno pensaron que no habría sexta ola y prefirieron no meterse en el grupo de compra europeo para las monoclonales. Tampoco quisieron negociar a riesgo, es decir, bilateralmente, con las farmacéuticas, como han hecho Alemania e Italia, entre otros. Solo cuando los hospitales comenzaron a decirlo a voz en grito empezaron a darse cuenta de los errores de cálculo de Simón.
Así que, con la fanfarria trompetera habitual y ese exceso de soberbia que son incapaces de sacudirse, Pedro Sánchez adelantó en entrevista en la Cadena SER que el Gobierno había comprado una remesa de fármacos contra el covid. Más concretamente, 344.000 unidades de un antiviral oral denominado paxlovid y fabricado por Pfizer, un medicamento que tiene la peculiaridad de que debe tomarse en los primeros cinco días desde la aparición de los síntomas. Los españoles dimos por bueno el trágala sin pensárnoslo dos veces, acostumbrados ya como estamos al gustirrinín de los masajes craneales que nos dan en Moncloa para apaciguar nuestra histeria pandémica y retornar a eso que llaman la nueva normalidad.
La cuestión, sin embargo, no era tanto que hayamos comprado una remesa de paxlovid —como hace el grueso de países sin ufanarse de ello—, negociando de tú a tú con las farmacéuticas, sino que, a día de hoy, carecemos del resto de fármacos necesarios. De eso hablan menos o directamente no hablan los portavoces oficiales. Nos referimos, entre otros, a los anticuerpos monoclonales, que son proteínas elaboradas en laboratorio que ayudan a reactivar el sistema inmunológico. A la falta de rapidez de la Unión Europea para aprobar dichos medicamentos hay que sumar la burocratización del modelo español. Desde que solicitan los informes terapéuticos y económicos hasta que las comunidades autónomas los ponen en el mercado, se nos ha caído el pelo y a algunos incluso hasta los dientes.
La Agencia Española de Medicamentos apenas ha autorizado tres de los 10 medicamentos que han sido avalados por la Comisión Europea. Es el fracaso del sistema. Si la gente no accede a los medicamentos, “tenemos un problema brutal”, confiesan quienes se encuentran en primera línea del frente vírico.
Esa es la cuestión que nadie quiere admitir: el sistema ha reventado. La pandemia lo ha hecho añicos y la sexta ola, que algunos políticos y expertos pretenden minusvalorar, le ha dado la puntilla. La ómicron ha bloqueado la entrada de miles de pacientes al sistema sanitario, esto es, a la atención primaria. En la primera de las olas se bloquearon las hospitalizaciones y las UCI, provocando situaciones dramáticas que remedaban tiempos cuasi bélicos, pero al menos se podía acceder al sistema. Con la sexta ola ocurre justo lo contrario: a pesar de que la tasa de letalidad es menor, hay tal número de contagios, tal solicitud de bajas y altas laborales, tantas PCR practicadas, que resulta imposible atender a todos los que lo demandan.
En el último trimestre de 2021 apenas había fallecidos por covid, pero el índice de mortalidad seguía siendo superior al habitual. La gente se estaba muriendo de otras enfermedades y nadie sabía decir cuáles, si por infarto, por cáncer de mama o cualquier otra tratada a destiempo. Cuando tardas dos semanas en acudir al médico de cabecera por culpa de la lista de espera, ¿de qué te sirve el paxlovid, que tiene que ser suministrado en los cinco primeros días?
De ahí el riesgo de hablar de ‘gripalización’ y trivializar la sexta ola. Con 120.000 contagios y 200 muertes al día, resulta muy osado pronunciarse en estos términos. El 25% de ocupación en UCI y el 15% de hospitalizaciones siguen siendo guarismos demasiado altos para un sistema sanitario que ya estaba colapsado antes de la pandemia. Si queremos hablar de ‘gripalización’, previamente deberíamos provisionarnos de las herramientas necesarias para disminuir el impacto sanitario del coronavirus. O lo que es lo mismo, el grueso de la población debería estar vacunado de la tercera dosis, los fármacos contra el covid tendrían que llegar a los almacenes de los hospitales y el sistema debería recuperarse. Especialmente esto último.
La sociedad se ha embarcado en una carrera por olvidarse cuanto antes del coronavirus porque el olvido es la mejor forma de supervivencia. No deberíamos, sin embargo, hacerlo antes de tiempo. Porque los precedentes son fatales, porque abonaríamos la indolencia gubernamental, porque fracasaríamos como sociedad y porque, sobre todo, se lo debemos a nuestros muertos.
A principios de noviembre del año pasado, Fernando Simón, que es el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), algo así como nuestro servicio de Inteligencia para la cosa de la Salud, se mostró contrario a poner la tercera dosis de forma generalizada. También expresó sus dudas sobre la posibilidad de inocular la vacuna a los menores de 12 años porque “les afecta muy poco la enfermedad” y aseguró, en lo que parecía un comentario de barra de bar más que un diagnóstico experto, que la inmunidad iba a durar años y que, por tanto, como nos iban a sobrar vacunas en el corto plazo, podíamos cederlas a quien más lo necesitase. Ni aposta uno se puede equivocar tanto. A día de hoy, Simón, como tantos otros, continúa en su puesto como voz autorizada en coronavirus.