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Floro y Laporta: todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros
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Nacho Cardero

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Floro y Laporta: todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros

Meter mano a estos dos señores, como a cualquier tema sensible del fútbol español, es tan impopular como recortar las pensiones. Mejor subirlas y patada a seguir

Foto: Florentino y Laporta, en una imagen de archivo. (EFE/Fernando Alvarado)
Florentino y Laporta, en una imagen de archivo. (EFE/Fernando Alvarado)
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Por encima de los tres poderes que vertebran el Estado, esto es, ejecutivo, legislativo y judicial, y por encima del cuarto poder, el de la prensa, que en este apartado exhibe una servidumbre de muy difícil deglución, se encuentra otro poder, el del fútbol, que se sitúa por encima de los anteriores. En el fútbol impera la anomía o, en el mejor de los casos, unas leyes escritas en un códice que no rige para el común de los mortales.

El mundo del fútbol, que es un mundo visceral, no puede ser entendido desde la razón, sino desde la fe, lo que exime de cualquier responsabilidad a los que somos agnósticos del balompié. La religión del fútbol moviliza masas como nazarenos la Semana Santa sevillana. El aspecto sacro de este deporte nos lo puso de relieve Mauricio Macri en una de sus últimas visitas a España. Para el argentino, que lo ha sido todo en su país, nada es comparable ni te da más titulares ni mayor poder de seducción que reinar en la Bombonera, la cancha del Boca Juniors. Ni siquiera la Casa Rosada.

Foto: El presidente azulgrana, en una rueda de prensa. (EFE/Alejandro García)

Por eso, nadie se atreve a poner pies en pared ante el olor a detritus que desprende el caso Negreira y los pagos millonarios del Barça al que fuera número dos de los árbitros. No quieren saber de este escándalo, como tampoco querían saber del contrato con los turcos de Limak para las obras del Spotify Camp Nou hasta que Marcos Lamelas lo destapó en El Confidencial. Nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Ni la Real Federación Española de Fútbol, ni LaLiga, ni su íntimo enemigo de juego, el Real Madrid. No les interesa. Sancionar al Barcelona con merma de puntos o un descenso de categoría implicaría devaluar sus propios negocios.

Porque una cosa es escupirse en el terreno de juego y otra muy distinta pegarse un tiro en el pie y, por ende, en la cartera, especialmente ahora que andamos con obras faraónicas y rondas de financiación, que hay que dar de comer al circo de tres pistas de "asesores, representantes, agentes, el padre de la estrella que reclama su parte, comisionistas, intermediarios, la prima de fichaje, la voracidad del propio jugador que quiere otro coche en el garaje, el que cobra por decir que hay que cambiar el escudo, los fondos de inversión… la lista es obscena e interminable", escribe Alejandro Requeijo en Invasión de campo.

Nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Ni la RFEF, ni LaLiga, ni su íntimo enemigo de juego, el Real Madrid. No les interesa

De entre todos los silencios, el más clamoroso es el de Florentino Pérez. Arguyen en la casa blanca que no habrá respuesta oficial ni un comunicado institucional hasta comprobar los derroteros que toma la investigación de la Fiscalía. Oficiosamente, Laporta ―y por ende, el Barça― es el aliado del Madrid en la Superliga y a los amigos, clama el ser superior, no se les deja tirados por un quítame allá esas pajas.

El futuro de la Superliga, que pretende ser una liga de clubes europeos de élite, independiente de las nacionales y las europeas impulsadas por la UEFA, con el objeto de generar ingresos y aliviar sus maltrechas cuentas de resultados, se dirime actualmente en los tribunales. Real Madrid, Barcelona y Juventus de Turín son los tres conjuntos que siguen al frente del proyecto, mientras los otros nueve equipos fundadores restantes se han caído del mismo.

Foto: Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA. (EFE/EPA/Stephanie Lecocq)

Al Barça le ha estallado el caso Negreira, al tiempo que la Juventus ha sido sancionada con 15 puntos por la Comisión de Apelación de la Federación Italiana al haber detectado irregularidades contables en los traspasos de jugadores. De confirmarse ambas corruptelas, el proyecto debería ser rebautizado como la Superliga de Florentino y los 40 ladrones. "El fútbol hace tiempo que se convirtió en la cueva de Alí Babá. Un puerto en el que atracan los piratas de todo el mundo", dice Josep Martí.

Florentino Pérez espera que la opinión pública se olvide de Negreira, como se olvidó de los audios en los que ponía a caldo a las grandes estrellas que han desfilado por el Real Madrid o, antes que eso, de la recalificación de los terrenos de la ciudad deportiva en la que se emplazan las cuatro torres (hoy cinco) del skyline madrileño, el mayor pelotazo blanco y el mayor escándalo deportivo de la democracia, en palabras de José María García. Pero a los capos del balompié todo se les perdona. El poder del fútbol es gigantesco y se mide por Champions League. Ahí no hay nadie que gane al Real Madrid. Difícilmente lo habrá.

A los capos del balompié todo se les perdona. El poder del fútbol es gigantesco y se mide en Champions. Ahí no hay nadie que gane al Madrid

Por eso, nadie quiere tocar a Florentino Pérez, como tampoco a Joan Laporta, en tanto en cuanto mandamás de una institución mundialmente conocida y respetada (al menos, hasta ahora) como el Barcelona. Meter mano a estos dos señores, como a cualquier tema sensible del fútbol español, es tan impopular como recortar las pensiones. Mejor subirlas y patada a seguir. Por eso, Luis Rubiales se encuentra todavía al frente de la Real Federación Española de Fútbol a pesar de todas las informaciones y pruebas en su contra.

Por eso, PSOE y PP decidieron retirar a última hora unas enmiendas de la nueva ley del deporte que no eran del gusto de Florentino. Por eso, se eliminó la obligatoriedad de que los directivos de un club que no es sociedad anónima deportiva, caso del Barça, tengan que avalar el 15% del presupuesto del club con su patrimonio personal, lo que hubiera situado a Laporta en la puerta de salida. El poder político, postrado de hinojos.

Los protagonistas patrios se lavan las manos con el caso Negreira. Otra cosa son los foráneos. La UEFA podría dejar al FC Barcelona sin jugar en sus competiciones europeas si se demuestra que los pagos se hicieron con el objetivo de conseguir favores arbitrales, aunque Laporta, como Rubiales, siempre podrá aducir que él no tiene nada que ver, que es un saco de cocaína que le han metido en el maletero del coche. Para los capos del fútbol no hay Estado de derecho que valga. Para los capos del fútbol, como para los cerdos de la granja Orwell, todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros.

Por encima de los tres poderes que vertebran el Estado, esto es, ejecutivo, legislativo y judicial, y por encima del cuarto poder, el de la prensa, que en este apartado exhibe una servidumbre de muy difícil deglución, se encuentra otro poder, el del fútbol, que se sitúa por encima de los anteriores. En el fútbol impera la anomía o, en el mejor de los casos, unas leyes escritas en un códice que no rige para el común de los mortales.

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