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Nadie es perfecto
Por
Paco Camps quiere ser el Andoni Ortuzar del PP valenciano
Para unos es el viejo PP, para otros, el de siempre. La cuestión es que se está reagrupando en torno al exbarón para influir orgánicamente ante Génova mientras deshoja la margarita de Mazón
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El episodio se cuenta solo. Eran los tiempos en que Francisco Camps manejaba el poder en la Comunidad Valenciana, aunque todavía en pleno pulso con su antecesor Eduardo Zaplana. Ignacio Sánchez Galán hacía puntos para reforzar su posición en Iberdrola. Fue gracias a la toma de una participación significativa de Bancaja en la eléctrica que Galán pudo repeler la OPA hostil que había lanzado Gas Natural en 2003. La orden llegó del propio Camps: la caja de ahorros puso su 6% al servicio del salmantino.
En ese idilio, con contraprestaciones como la elección de Valencia para la sede de Iberdrola Renovables, se produjo una invitación a Bilbao para compartir mesa a tres bandas con el entonces presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV), Josu Jon Imaz, hoy CEO de Repsol. Así fue la velada privada, sin focos: Galán, Camps e Imaz, con vistas a la Ría del Nervión y el Ibaizábal. Allí pudo el valenciano conocer de primera mano cómo funcionaban los jeltzales, con su bicefalia estructural, la orgánica e institucional, hoy representada en las figuras de Andoni Ortuzar, como presidente del Euskadi Buru Batzar, y el lendakari, Imanol Pradales. No hay gobierno fuerte sin un partido fuerte.
Camps siempre se tomó muy en serio lo de mantener vivo el partido, no dejarlo morir por la inercia del poder institucional. La tarea se la encargó a un grupo de jóvenes turcos, vestidos con trajes de Forever Young y liderados por Ricardo Costa, hasta que asomó el bigote de Álvaro Pérez y la Gürtel y se los llevó por delante en aquellos años de excesos, soberbias y cajas B. Hoy todos peinan canas.
Orillado durante años por el escándalo gurterliano, Camps está a la espera de que se resuelva el último recurso contra su absolución en la Audiencia Nacional para reclamar una vez más el derecho a regresar a la línea de la política activa. Lleva meses haciéndolo. Un martillo pilón. Como Philippe Rickwaert en Baron Noir. Generando no poca incomodidad a los actuales responsables del partido en Valencia, empezando por la alcaldesa María José Catalá, con la que no se lleva, y terminando con el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, que no sabe muy bien cómo torear ese miura, y ahora lo mira de reojo.
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El asunto no sería poco más que un molesto problema de gestión de frustraciones y nostalgias imposibles, si no fuera porque alrededor del expresidente valenciano han ido agrupándose en las últimas semanas un ingente número de antiguos cuadros populares, desplazados hoy del reparto de la tarta institucional y el favor de los nuevos responsables. El patio está muy revuelto. "No puede haber dos partidos. Todos somos el partido", transmite este colectivo. Decenas de camisas blancas se están desempolvando de los armarios para asistir a los actos organizados en torno a Camps, desacomplejadas por la percepción de que el PPCV transita por un compás de espera, con Génova deshojando la margarita del futuro de Mazón.
Hay de todo en esos grupos: rusistas, fabristas, blasquistas y hasta zaplanistas de primera hora. Pero, sobre todo, gran parte del campsismo de los viejos tiempos. A la vez, surgen escaramuzas reveladoras del momento anárquico que se está viviendo: léase la revuelta del PP de Castellón por el reparto de la Federación Valenciana de Municipios y Provincias (FVMP), tras el pacto con los municipalistas del exsocialista Jorge Rodríguez. "Lo primero son los nuestros, nuestra tierra y después va todo lo demás", se verbalizó desde el norte.
La primera sorpresa apareció el pasado seis de febrero, con el overbooking en el Hotel Only You de Valencia del acto de presentación del libro/encargo a Javier Más, 'Reenfocando España'. Camps es old school, pero tiene su público. De los que usan un libro como excusa para presentar credenciales. Un analógico en la era de TikTok. Más de 250 personas se dejaron caer por lo que antes fue el Astoria, el mismo emplazamiento en el que el exalumno de los jesuitas lanzó su primera candidatura a la Generalitat en 2003. Nada es casual en el imaginario simbólico de este reload popular. Tras el Only You llegaron Orihuela y Alicante y, este viernes, Paterna, con otro cartel de no hay billetes en la cena organizada por el exalcalde popular Lorenzo Agustí. El road show no ha hecho más que empezar. Se esperan nuevos encuentros en forma de comidas, cenas y reuniones. Los teléfonos están calientes.
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¿Aspira Camps a dar la batalla orgánica para después reivindicar voz en la elección de candidatos? Los que están detrás de la operación aseguran que, por ahora, no se trata de desafiar a Mazón, aunque no esconden que su intención es "influir" en la vida orgánica y, sobre todo, tomar posiciones ante un hipotético futuro congreso del PPCV todavía sin fecha en el que no terminan de ver al actual presidente revalidando liderazgo. Es la vía Ortuzar: la de tratar de manejar la organización para decidir en lo institucional.
"La cosa se ha puesto complicada. Génova no puede hacer dimitir a Mazón, pero lo que mucha gente piensa es que no volverá a presentarse y eso ha abierto la veda. Decidirán las encuestas. Es cruel, pero es así", cuentan quienes ya vivieron la experiencia de verse expulsados de la vida pública. "¿Quién podría sustituirle? ¿Catalá, (Vicente) Mompó…? Madrid antes de elegir tendrá que hablar con todo el mundo, también con nosotros", explican, lanzando el guante a Alberto Núñez Feijóo. A la vez, reclaman la necesidad de "dinamizar" y "movilizar" un partido que ahora consideran que "está muerto" por el bucle en el que ha entrado el actual inquilino de la plaza de Manises, concentrado en sobrevivir políticamente a la gestión de la DANA.
Hay quien ha diagnosticado un prematuro síndrome del Palau. Mazón, de naturaleza recelosa y desconfiada, vive rodeado de un reducido núcleo de colaboradores, tomando nota de lo que entiende como deslealtades o ausencia de cierre de filas. Demasiada gente de perfil, piensan. Pero esa misma suspicacia, ese desasosiego, está derivando en desafección por reacción. No por una predisposición a la traición, sino porque a estas alturas el personal ya no está para fidelidades ciegas. En el siglo XXI, la política va de seducir, no de imponer, digan lo que digan Trump y su ejército de caprichosos tecnoligarcas. El de Alicante debería tomar nota si no quiere perder definitivamente el control del PPCV. Pero errarán también quienes crean que el mazonismo ha sido una estrella fugaz y tiene las horas contadas. Se pelea centímetro a centímetro. Titular a titular. Relato contra relato. Todo está abierto. Con permiso de la jueza de Catarroja.
El episodio se cuenta solo. Eran los tiempos en que Francisco Camps manejaba el poder en la Comunidad Valenciana, aunque todavía en pleno pulso con su antecesor Eduardo Zaplana. Ignacio Sánchez Galán hacía puntos para reforzar su posición en Iberdrola. Fue gracias a la toma de una participación significativa de Bancaja en la eléctrica que Galán pudo repeler la OPA hostil que había lanzado Gas Natural en 2003. La orden llegó del propio Camps: la caja de ahorros puso su 6% al servicio del salmantino.