Es noticia
La guerra contra el terrorismo islamista y el papel clave del gran aliado de Occidente, Arabia Saudita
  1. España
  2. Con Lupa
Jesús Cacho

Con Lupa

Por

La guerra contra el terrorismo islamista y el papel clave del gran aliado de Occidente, Arabia Saudita

El periodista e historiador británico Paul Jonson, autor de Tiempos Modernos, conocido desde los años cincuenta a cuenta de sus ensayos en la célebre revista de

El periodista e historiador británico Paul Jonson, autor de Tiempos Modernos, conocido desde los años cincuenta a cuenta de sus ensayos en la célebre revista de la izquierda New Statesman, convertido después en íntimo de Margaret Thatcher y ahora de Tony Blair y George Bush, sorprendió ayer a medio mundo al asegurar que la guerra contra el terrorismo islamista está siendo “un gran éxito, en el sentido de que los extremistas, que han tratado siempre de traer la guerra hacia Occidente, particularmente hacia las grandes ciudades, están viendo ahora cómo Occidente ha pasado a la ofensiva y de forma gradual está logrando mantener a raya a los terroristas dentro de su propio territorio. En otras palabras, hemos logrado llevar la guerra hacia donde corresponde, al Medio Oriente, al corazón del mundo musulmán”.

Sin duda millones de perplejos habitantes de ese genérico Occidente, gente que acaba de conmemorar el quinto aniversario del 11-S con el corazón sobrecogido por el espanto de unas escenas de terror que han vuelto a llenar las pantallas del televisor a la hora de la cena, no estarán en absoluto de acuerdo con tan triunfalista dictamen, a la vista del avispero en que se ha convertido Afganistán, Iraq, Líbano, la propia Siria, y no digamos ya esa bomba –nunca mejor dicho- a punto de explotar que es el Irán de los ayatolás. En la geografía de la zona, en el dramatis personae de esta gran drama del terrorismo islamista que nos ha tocado vivir cuando, tras el final de la Guerra Fría, nos las prometíamos felices, hay un actor esencial, un protagonista principal cuyo nombre, sin embargo, permanece misteriosamente en la sombra, lejos de los focos: se trata de la Arabia Saudita, principal financiador consentido de ese terrorismo internacional que nos espanta y obsesiona.

Con dos millones de kilómetros cuadrados (casi cuatro veces España), Arabia Saudita cuenta con 27 millones de habitantes y posee el 25% de las reservas mundiales de petróleo (unos 250.000 millones de barriles) y es su principal exportador. Su PIB creció el año pasado por encima del 6%, con una renta per capita de 12.800 dólares, más menos la mitad de la española. Monarca absoluto desde el 1 de agosto de 2005 es el rey Abdallah bin Abdul Aziz Al Saud, fuertemente alineado, como sus antecesores en el trono, con los Estados Unidos. La realidad, sin embargo, es que dentro del país existen grupos de poder económico y político muy fuertes, tal que el movimiento wahabista, claramente antioccidentales y convertidos, con un petróleo a 70 dólares barril, en la principal fuente de financiación del terrorismo mundial.

El caso es que el papel de Arabia Saudita en el entramado de las redes terroristas musulmanas está cada vez más en entredicho, por claro. La influencia del wahabismo en la yihad salafista está fuera de duda en hombres y en dinero. Varios de los fundadores de Al Qaeda (tal que Ayman al-Zawahiri) son discípulos egipcios de esta doctrina. Osama Bin Laden es saudita y 15 de los 19 suicidas del 11-S también lo eran. El wahabismo, en el que se fundamenta la yihad salafista, se nutre con dinero saudita, y no hace falta ser muy listo para saber que en aquel país el dinero está concentrado en los 25.000 miembros de la familia real, particularmente en los 200 considerados “importantes”. ¿De qué dinero hablamos? De la cuarta parte de las reservas mundiales de petróleo, y de un PIB estimado en 270.000 millones de dólares.

La base del vicio y ostentación, a menudo simple corrupción en gran escala, de que hace gala la gigantesca familia real saudí en los círculos de la noche marbellí, en los Casinos de Cannes, en los clubs privados de Londres o en las tiendas de lujo de Avenue Foch en París, reside en el “dinero de protección” que pagan a los movimientos fundamentalistas wahabies para mantenerse en el poder. El pacto viene a ser algo así como “dejadnos vivir bien, y a cambio os daremos todo el dinero que nos pidáis para que hagáis lo que os dé la gana con el resto del mundo, particularmente si son infieles”. Sólo cuando alguna célula local se desmadra se ponen en marcha, con inusitada dureza, los muy eficaces servicios secretos sauditas, solo superados en organización por ingleses e israelíes.

El caso es que existen sospechas generalizadas en la mayoría de los gobiernos occidentales de que la familia Al Saud financia a grupos extremistas, con el solo objetivo de mantenerse en el poder y seguir disfrutando de la vida muelle a la que se han acostumbrado. Familias de shaheeds (mártires) palestinos e iraquíes, combatientes en Afganistán, terroristas en Líbano, madrazas extremistas en Pakistán: todos reciben dinero saudita.

Y bien, ¿por qué el llamado Occidente consiente este estado de cosas? Los motivos son varios: el primero, evidente, el enorme peso del crudo saudita en la economía mundial (y en las cuotas de la OPEP), que aconseja no menear el avispero. El pavor de las cancillerías occidentales a un golpe extremista en Arabia Saudita es de tal magnitud que, quien más quien menos, todos prefieren taparse la nariz para no oler la pestilencia que despide una familia corrupta, antes que ver a un nuevo grupo de clérigos fundamentalistas instalados en el poder.

A mayor abundamiento, el dinero saudita ha tomado instituciones, órganos de poder y Bolsas de valores del mundo occidental: inversiones financieras, acciones en blue chips, compra de armas... ¿Quién le pone el cascabel al gato saudita? Se trata, pues, de mirar hacia otra parte y hacer como que no pasa nada, como que nadie sabe nada. Que siga la fiesta. La situación resultaría simplemente escandalosa si no fuera porque el cinismo del mundo occidental lleva en sí el germen del sufrimiento para millones de ciudadanos ajenos a tan criminal trapicheo.

El periodista e historiador británico Paul Jonson, autor de Tiempos Modernos, conocido desde los años cincuenta a cuenta de sus ensayos en la célebre revista de la izquierda New Statesman, convertido después en íntimo de Margaret Thatcher y ahora de Tony Blair y George Bush, sorprendió ayer a medio mundo al asegurar que la guerra contra el terrorismo islamista está siendo “un gran éxito, en el sentido de que los extremistas, que han tratado siempre de traer la guerra hacia Occidente, particularmente hacia las grandes ciudades, están viendo ahora cómo Occidente ha pasado a la ofensiva y de forma gradual está logrando mantener a raya a los terroristas dentro de su propio territorio. En otras palabras, hemos logrado llevar la guerra hacia donde corresponde, al Medio Oriente, al corazón del mundo musulmán”.