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La 'fiesta' de los constructores y la tarifa eléctrica: esta ronda la pagan los consumidores
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Jesús Cacho

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La 'fiesta' de los constructores y la tarifa eléctrica: esta ronda la pagan los consumidores

Comprendo que a algún que otro lector el título de esta columna le pueda parecer demasiado expeditivo, incluso tendencioso, pero a veces no hay mejor norma

Comprendo que a algún que otro lector el título de esta columna le pueda parecer demasiado expeditivo, incluso tendencioso, pero a veces no hay mejor norma que echarse en brazos del tremendismo para describir una situación como la que nos ocupa, la anunciada subida del precio de la energía eléctrica, un problema cuyos orígenes están claros y han sido explicados hasta la saciedad, pero cuya solución se nos presenta con los tintes de escándalo propios de una sociedad intervenida, con precios intervenidos, en la que un pequeño grupo de listos, millonarios avezados, con el visto bueno del Gran Interventor, ha decidido tomar al asalto las empresas eléctricas convencidos en su fuero interno de que, al final, está ronda terminarán pagándola los consumidores.

Estos días se han oído voces procedentes del Partido Popular sacando pecho y diciendo, muy engolado el tono, que durante los 8 años de Gobierno Aznar no se subieron los precios de la luz, como si eso fuera algo digno de encomio en un partido liberal, y no un síntoma claro del virus socialdemócrata, o socialista a palo seco, que acompañó en materia económica muchas de las decisiones de aquel Ejecutivo. Rodrigo Rato se sirvió de la tarifa eléctrica para contener el IPC, sin valor para coger el toro por los cuernos de la necesidad de arbitrar un sistema de libertad de precios también en este rubro de la energía, como se hace con la gasolina cuando uno se acerca al surtidor a llenar el depósito de su coche.

Y lo mismo ha seguido haciendo el Gobierno Zapatero, que hasta ahí llega el buen mozo, con lo cual el problema generado por una tarifa que no cubre los costes de producción no ha dejado de engordar, provocando soluciones milagrosas tan peculiares como el reconocimiento por el Ejecutivo de esos déficits tarifarios que las empresas han podido titulizar y descontar en ventanilla como si de una letra de cambio se tratara. Pero esa gigantesca letra colectiva –unos 15.000 millones de euros- tenía, tiene, que empezar a pagarse algún día, alguien debe poner orden en una situación que puede beneficiar coyunturalmente al consumidor particular, pero que desincentiva cualquier intento de ahorro energético, traspasando al final su efecto nefasto a la economía en su conjunto, incapaz de competir en costes con el exterior.

La solución –“larga, dura y difícil”, de acuerdo con la exitosa fórmula acotada por ese gran pensador que es Zapatero al referirse a la negociación con ETA- no puede ser otra a medio y largo plazo que la libertad de precios, que la necesidad de caminar decididamente por la senda de la libertad de precios, porque cuando la cuenta de resultados de una empresa depende de una tarifa cuya cuantía fija el Gobierno de turno es que algo va mal en esa economía, es que estamos en una economía intervenida, aunque le vaya muy bien al interventor de turno, que, dicho sea de paso, se viene negando sistemáticamente a sacar las manos del sector eléctrico, no se sabe muy bien por qué, o tal vez lo sabemos todos demasiado bien.

Los riesgos del intervensionismo económico han quedado claros estos días también con el proyecto de Decreto sobre energías renovables. La situación no puede ser más llamativa: un Ejecutivo decreta una serie de ventajas capaces de servir de acicate al desarrollo de tales energías, y otro, en pleno partido, decide cambiar radicalmente las reglas de juego sumiendo a los titulares las inversiones en la zozobra más absoluta. Y bien, o las ventajes fiscales arbitradas por unos eran desmedidas, o la decisión de otros de acabar con ellas es un disparate.

Y aquí están. Ya han puesto manos a la obra. De modo que a Juan Español sólo le queda resignarse y disponerse a aflojar el bolsillo –lo niegue Zapatero o Rita la Cantaora-, pagando la luz que consume un tanto por ciento más cara, simplemente para permitir que al pobre Florentino Pérez le salgan los números. ¿No es maravilloso?

Comprendo que a algún que otro lector el título de esta columna le pueda parecer demasiado expeditivo, incluso tendencioso, pero a veces no hay mejor norma que echarse en brazos del tremendismo para describir una situación como la que nos ocupa, la anunciada subida del precio de la energía eléctrica, un problema cuyos orígenes están claros y han sido explicados hasta la saciedad, pero cuya solución se nos presenta con los tintes de escándalo propios de una sociedad intervenida, con precios intervenidos, en la que un pequeño grupo de listos, millonarios avezados, con el visto bueno del Gran Interventor, ha decidido tomar al asalto las empresas eléctricas convencidos en su fuero interno de que, al final, está ronda terminarán pagándola los consumidores.