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Chikilicuatre como metáfora de la España de Zapatero
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Jesús Cacho

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Chikilicuatre como metáfora de la España de Zapatero

Hay fines de semana, meses e incluso años en que no está uno para nada. Éste ha sido uno de ellos. El sábado 24, la conspiración

Hay fines de semana, meses e incluso años en que no está uno para nada. Éste ha sido uno de ellos. El sábado 24, la conspiración de los países del Este, lo que el ínclito Caudillo hubiera denominado sin dudarlo como la “conjura judeo-marxista”, nos privó del merecido triunfo de nuestro sin par Chikilicuatre en la cosa esa de Pornovisión. Y el domingo nuestro no menos incomparable Fernando Alonso cosechó un nuevo fracaso por las calles de Montecarlo, donde volvió a ganar el odiado Hamilton. Ya es mala suerte, fracasa Alonso y gana Hamilton, esto tiene que ser cosa de la IV Internacional, porque de otro modo no hay forma de entender tanta desgracia como la que se ha abatido sobre los muros de la patria mía en apenas 48 horas.

Habrán observado que el piloto asturiano habla siempre en primera persona del plural: “no hemos tenido suerte”; “la avería en el alerón nos ha jugado una mala pasada”; “no tenemos coche para competir con Ferrari...”. Lo cual que el asturcón consigue hacernos partícipes de su desgracia, pluraliza la banalidad de su empeño y lo eleva a tragedia nacional. Todos nos sentimos fracasados con Alonso. También José Luis Uribarri, un tipo que al parecer sale de las zahúrdas de Prado del Rey una vez al año con motivo del bodrio de Eurovisión, hablaba la noche del sábado en plural mayestático en TVE –“muy bien por Portugal, que nos ha dado 10 votos”, decía campanudo, recordando aquella “tradicional amistad con nuestros hermanos portugueses” tan alabada por Franco, y hablaba como si estuviera en el salón de su casa, y decía cosas que hubieran repugnado a cualquier intelecto mínimamente aseado, para solaz de una italiana muy antigua, como de opereta, que parece haber encontrado una inagotable mina de oro en la tele pública española.

Al final, el tal Chikilicuatre cosechó 55 puntos, todos de sutura para el buen juicio de una sociedad que parece haber perdido su tradicional sentido del ridículo, o que tal vez ha sido ganada, sin presentar batalla, por lo chabacano y zafio, lo histriónico y casposo, lo raro y anómalo. Una sociedad sumida en la confusión más absoluta en torno a la categorización de lo que es bueno o malo, bonito o feo, aceptable o inaceptable. Chikilicuatre como síntoma de la degeneración de lo estético, que es por donde empieza siempre la quiebra de lo ético. Lo que eleva la anécdota –Chikilicuatre no pasaría de ser el animador ideal para una fiesta de despedida de solteros- a categoría de síntoma de un grave problema de fondo es que ha sido la televisión pública, cuyos enormes déficits pagamos religiosamente los españoles con nuestros impuestos, la encargada de llevar a cabo la exaltación de esta España descerebrada y hortera, un modelo que aparentemente se nos quiere imponer desde el Poder y no precisamente con fines altruistas.

La España sin neuronas. La España sin liderazgo, capaz de elevar lo trivial a categoría estética. Chikilicuatre pertenece al mismo género de mamífero que el otrora famoso Cojo Manteca. La diferencia es que éste fue visto como una excrecencia de un sistema que todavía creía en sí mismo, mientras que el Chiki ha sido elevado a los altares de la fama, paseado por el Instituto Cervantes de Belgrado, engalanado y celebrado con dinero público, como paradigma de la España que sigue confundiendo lo público con lo privado, la España que pasa curso con cuatro suspensos, perrea, perrea, la España anestesiada que intenta huir de la realidad y no quiere problemas, la España del relativismo moral donde no está claro lo que es bueno y malo, la España del pensamiento único que quiere paz, mucha paz, y que no le suban la hipoteca. La España de Zapatero.

España confundida. España en crisis. Crisis de sueños –de ideales, de valores, de objetivos-, y de realidades. La que hoy desangra al PP es un síntoma claro de otra paralela que sufre nuestro sistema de partidos. La doliente democracia española camina con la ayuda de dos muletas llamadas PP y PSOE absolutamente reacias a cualquier atisbo de democracia interna. Un Sistema que se niega a regenerarse (“los problemas de la democracia se arreglan con más democracia”, ha escrito Fareed Zakaria), víctima de la esclerosis de unos partidos convertidos en medio de vida de una casta y de un sistema educativo que ensalza la mediocridad y penaliza el esfuerzo, está condenado de forma progresiva a desembocar en la impúdica exhibición de lo banal, lo trivial, lo decadente. Lo friki.

El PP está siendo víctima del agotamiento de una concepción jerarquiza, dictatorial, del partido y su funcionamiento, y las heridas por las que hoy sangra no cicatrizarán hasta que sus líderes no se sometan a las reglas de la democracia interna, lo cual no quiere decir que Mariano Rajoy tenga ahora que seguir el manual de instrucciones que le dicta algún notorio zascandil que, al parecer, acaba de descubrir, albricias, que los partidos españoles no son democráticos. Porque la crisis no está solo en el PP, que es evidente también en el PSOE, si bien atemperada por el usufructo del Poder. El expediente abierto al diputado socialista Juan Antonio Barrio por haberse atrevido a votar en el Congreso a favor de la reprobación de David Taguas, tras su nombramiento como presidente de SEOPAN, es una de las demostraciones más escandalosas, por reveladoras, de esa absoluta falta de democracia interna que afecta a nuestros partidos políticos por igual.

El crecimiento económico de los últimos 12 o 13 años y su correlato de dinerito fresco en los bolsillos de una ciudadanía entregada al becerro de oro del consumo, ha sido el ungüento mágico que ha permitido al sistema de partidos seguir rodando cuesta abajo y acercándose cada día más a ese abismo a partir del cual será inevitable abordar las reformas –desde luego una en profundidad de la Constitución del 78- tanto tiempo aplazadas. En este sentido, la crisis que se nos viene encima, que ya está aquí, de una profundidad y duración desconocidas, amenaza con hacer saltar por los aires el actual estado de cosas, actuando como desencadenante de esos cambios. Algo bueno saldrá de esa conjunción de crisis de valores y crisis económica que estamos padeciendo. Algo bueno, espero, para la salud mental y moral de los españoles y el renovado vigor de nuestra alicaída democracia.

Hay fines de semana, meses e incluso años en que no está uno para nada. Éste ha sido uno de ellos. El sábado 24, la conspiración de los países del Este, lo que el ínclito Caudillo hubiera denominado sin dudarlo como la “conjura judeo-marxista”, nos privó del merecido triunfo de nuestro sin par Chikilicuatre en la cosa esa de Pornovisión. Y el domingo nuestro no menos incomparable Fernando Alonso cosechó un nuevo fracaso por las calles de Montecarlo, donde volvió a ganar el odiado Hamilton. Ya es mala suerte, fracasa Alonso y gana Hamilton, esto tiene que ser cosa de la IV Internacional, porque de otro modo no hay forma de entender tanta desgracia como la que se ha abatido sobre los muros de la patria mía en apenas 48 horas.