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El fracaso de Pedro Solbes o el final de una larga agonía
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Jesús Cacho

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El fracaso de Pedro Solbes o el final de una larga agonía

El hombre llamado a insuflar confianza, acabó convertido en epítome de la incertidumbre. El economista obligado a dar seguridad, terminó travestido en representación viva de miedo. 

El hombre llamado a insuflar confianza, acabó convertido en epítome de la incertidumbre. El economista obligado a dar seguridad, terminó travestido en representación viva de miedo.  El político requerido a resolver problemas, acabó devorado por la mayor crisis económica que ha padecido España desde el final de la dictadura de Franco. Un fracaso sin paliativos. Un fracasado. Solbes sale del Gobierno por la puerta de atrás, con su currículo empañado hasta tal punto que los malos datos macroeconómicos que en 1996 dejó al abandonar el último Gobierno González parecen buenos comparados con el paisaje de desolación que ahora deja en términos de recesión y paro. 

Dramática la evolución a peor de un político profesional convertido en viva representación del tancredismo desde el momento en que, procedente de Bruselas, se convirtió en responsable de la Economía española bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Como la herencia económica recibida de la era Aznar era buena, nuestro hombre, con fama de saberse la asignatura, decidió darle hilo a la cometa y seguir cómodamente instalado en lo alto de la gigantesca burbuja, fundamentalmente inmobiliaria, que era ya la seña de identidad de nuestra economía desde finales de 2002.

A lo largo de todo 2003 y no digamos ya durante la campaña electoral de 2004, era una evidencia entre los economistas más responsables de derecha e izquierda la necesidad que el nuevo Gobierno iba a tener de tomar medidas macroeconómicas destinadas a enfriar de forma paulatina esa economía recalentada. Que Rodríguez Zapatero no hiciera nada al respecto es explicable, puesto que sabe poco de todo y nada de economía; que Pedro Solbes se cruzara de brazos, es casi un delito de omisión imperdonable en un hombre que necesariamente tenía que saber que la burbuja del ladrillo y del consumo desaforado financiado con ahorro ajeno, necesariamente tenía que terminar estallando en cuanto alguien o algo pusiera freno a la orgía del dinero fácil.

Esta es, en mi modesta opinión, la gran acusación que hay que hacerle a Solbes: la grave responsabilidad asumida al no haber adoptado las decisiones, cambios, medidas “macro” que reclamaba la situación por comodidad, pereza o pura deshonestidad intelectual. Es más que probable que España no hubiera podido quedar al margen de la tremenda crisis internacional que padece el mundo desarrollado, pero es casi seguro que la crisis, la nuestra, no tendría ni de lejos la profundidad y violencia que ahora presenta, con más de 4 millones de parados que pronto serán 5 si los Dioses no lo remedian. 

Caída en picado de su valoración

El deterioro de imagen de Tancredo Solbes ha sido constante en los últimos tiempos, conforme la crisis empezaba a dar sus dentelladas en el empleo. Si en octubre de 2007, era, según el CIS, el segundo miembro del Gobierno más valorado por los españoles, solo por detrás de la vicepresidenta De la Vega, un año después su credibilidad hacía aguas, hasta el punto de que en el último barómetro del mencionado CIS, nuestro hombre suspendía, teniendo además hasta a 11 ministros por delante en cuanto a valoración de la opinión pública. Pedro Solbes ardía en la zarza de la responsabilidad contraída en la “no gestión” de la crisis.

Es evidente que el deterioro de su posición, acorde con el de la situación económica, le había colocado hace tiempo fuera de juego y del cargo. Pero el hombre que lleva un cuarto de siglo sin bajarse del coche oficial aun se atrevía hace escasos días a salir a la palestra para confirmar, después de haber sido reconvenido por Zapatero, su candidatura como titular vitalicio de Economía. Misión imposible. El deterioro de su figura era tan evidente, la falta de confianza que transmitía a los agentes económicos tan obvia, que un Zapatero necesitado de oxígeno para seguir respirando no ha tenido más remedio que cargárselo.

No seremos nosotros quienes lamentemos su marcha. A su tradicional incuria une ese acrisolado sectarismo que distingue, con escasas excepciones, a buena parte de la militancia socialista. Cinco años ha permanecido en el cargo y varios más han sido los intentos, sobre todo al principio de su mandato, que este diario ha efectuado de recabar opinión o contrastar información  con él. Con nulo resultado. Quien no está conmigo, está contra mí. Su marcha no puede ser más que recibida con una expresión de intenso alivio. Bien ido sea. 

El hombre llamado a insuflar confianza, acabó convertido en epítome de la incertidumbre. El economista obligado a dar seguridad, terminó travestido en representación viva de miedo.  El político requerido a resolver problemas, acabó devorado por la mayor crisis económica que ha padecido España desde el final de la dictadura de Franco. Un fracaso sin paliativos. Un fracasado. Solbes sale del Gobierno por la puerta de atrás, con su currículo empañado hasta tal punto que los malos datos macroeconómicos que en 1996 dejó al abandonar el último Gobierno González parecen buenos comparados con el paisaje de desolación que ahora deja en términos de recesión y paro.