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Los huevos revueltos de doña Sofía (y II)
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Jesús Cacho

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Los huevos revueltos de doña Sofía (y II)

“¿Dónde estaba el pájaro? ¿En qué nido aguardaba su hora o, mejor dicho, su deshora, el general Alfonso Armada? En un momento dado de aquella inacabable tarde












“¿Dónde estaba el pájaro? ¿En qué nido aguardaba su hora o, mejor dicho, su deshora, el general Alfonso Armada? En un momento dado de aquella inacabable tarde del 23-F, llena de momentos de gran confusión, en Zarzuela se recibió una llamada del general Armada para preguntar al Rey si deseaba que acudiera a palacio. Don Juan Carlos le dijo que no hacía falta y que siguiera en Madrid en su puesto en el Estado Mayor del Ejército, a las órdenes del general Gabeiras. Más tarde, el Rey no quiso hablar con Armada ni escuchar su propuesta, pero al final lo hizo y, encolerizado, terminó arrojando el teléfono al suelo. Sabino intentó razonar con el propio Armada, pero el susodicho andaba envuelto en lo que he leído que han dado en llamar “la reconducción de la reconducción”. El caso es que se presentó patéticamente en el Congreso a tratar el asunto con Tejero, pese a la desautorización del Rey”.

El Confidencial publica hoy la segunda parte de la personalísima descripción efectuada por Manuel Prado y Colón de Carvajal, el que fuera administrador privado del Rey durante dos décadas y su mejor amigo durante las tres últimas, sobre los sucesos del golpe de Estado del 23-F, relato fielmente reconstruido a partir de las notas del propio Prado que obran en poder de este diario. Manolo Prado, testigo de excepción en la Zarzuela durante casi 24 horas, compara el 23-F con “la etiqueta negra de un whisky amargo, muy mal destilado” y lo juzga “uno de los mayores manchurrones de la historia reciente de España”. Como el lector inteligente habrá podido deducir ayer con ocasión de la publicación de la primera entrega de este relato –que juzgamos del máximo interés para nuestros lectores-, las opiniones y juicios contenidos en el mismo pertenecen en exclusiva al citado Prado y Colón de Carvajal, y en modo alguno son compartidos por este diario o por su director.   

“En las vueltas y revueltas de esa noche llena de enredos es famosa la llamada del general José Juste, jefe supremo de la Acorazada Brunete, preguntando si en Zarzuela se encontraba Armada. Sabino [Fernandez Campo] contestó con una de esas frases que para la historia quedarán esculpidas en mármol de Carrara: “Armada ni está ni se le espera”. Con todo, el aludido siguió mojando pan en su propia salsa y por eso se le siguió viendo en televisión pululando por los alrededores de la Carrera de San Jerónimo. Era el espectro de una sombra llamada Don Nadie”.

Fumábamos como carreteros y los estómagos crujían de hambre. La Reina pidió que nos hicieran unos huevos revueltos, que era lo más adecuado para cenar en una noche en verdad revuelta

“Hablando de la temible Acorazada, recuerdo que el teniente coronel Agustín Muñoz Grandes (hijo del famoso general del mismo nombre) dijo en un momento dado que había escuchado por la radio que la Brunete, bajo el mando de Pardo Zancada, iba camino de Madrid. Fumábamos como carreteros y los estómagos crujían de hambre. La Reina pidió que nos hicieran unos huevos revueltos,  que era lo más adecuado para cenar en una noche en verdad revuelta. Se ha escrito, entre otras muchas sandeces, que doña Sofía se había ido a Inglaterra en avión con los niños. Lo cierto es que no se movió un minuto de Zarzuela. Sí es cierto que en el fondo latía en su interior la inquietud de lo sucedido a su familia con el golpe antaño perpetrado en su Grecia natal. Nunca le agradeceremos lo suficiente aquellos huevos revueltos. Literalmente la Reina tragó humo esa noche. Humo metafórico, el de la indisimulable inquietud a la que me he referido. Pero humo real también, porque ya digo que fumábamos y fumábamos hasta decir basta. Fueron muchas horas de nicotina y angustia”.

“No olvidaré, además, que hacía frío. El Rey, vestido con el referido uniforme, llevaba encima una cazadora de piloto de vuelo. Recuerdo que, apoyado sobre el alféizar donde estaba la Secretaría del Rey, escuché lo que me pareció un ruido sordo como de camiones o maquinaria pesada. ¡La Brunete! Es lo que todos pensamos de inmediato, dándole la razón a Agustín. José Montojo, también presente en la escena y ayudante de campo del Rey, me miró diciéndome: “Habrá que decirle lo de la Brunete…” Un buen marrón. Tragué saliva y se lo comuniqué a don Juan Carlos. De inmediato se mandó a no recuerdo quién a las puertas de Zarzuela para comprobar si se trataba o no de la temible Acorazada. Había, en efecto, un ruido muy intenso, ronco, pero que resultó proceder de una especie de “acorazada” en plan civil, un convoy de maquinaria pesada que alguna gran empresa de obra civil estaba trasladando por la cercana carretera”.

Las llamadas de Constantino de Grecia

“El nombre de Pardo Zancada, compañero de carrera y amigo de Agustín, salió pues a colación. Estaba en el ajo y, por lo tanto, olía a ajo, que es lo que en el fondo acabaron oliendo otros muchos nombres de amigos y conocidos militares a lo largo de aquella noche de probadas lealtades y deslealtades. Sabino discutió con Agustín acerca de la conveniencia de que éste fuera al Congreso a convencer a Pardo de que depusiera su actitud. No era bueno que se viera en público a un ayudante cercano al Rey hablando con uno de los supuestos golpistas. Creo que Sabino tuvo razón, pero Agustín se personó en la carrera de San Jerónimo. De Pardo Zancada sólo pudo extraer como conclusión a la pregunta de cuál iba a ser su actitud una respuesta a la gallega: un sí pero no”.

“La noche seguía. Nadie, ni siquiera mi familia, sabía dónde me encontraba. Recuerdo que de cuando en cuando al Rey le llamaba su cuñadoConstantino de Grecia. Y en un momento dado me pidió que, aún con la debida cortesía, se lo quitara de encima. “Yo voy a hacer justo lo contrario de lo que él hizo con los militares en Grecia”, me dijo. Su padre, Don Juan de Borbón, le había llamado para recordarle precisamente el episodio de los coroneles griegos de 1967. En cierto modo, y aparte de la Reina Sofía, la Zarzuela estaba “helenizada” aquella noche. Como es sabido, la princesaIrene de Grecia estaba alojada –y sigue a día de hoy- en palacio y fue también testigo de lo ocurrido. Son cosas, empezando por las referencias a Constantino, que han permanecido ocultas durante largo tiempo. El Rey salió fortalecido de todo el montaje cuartelero del 23-F, pero su actitud corajuda en recuerdo del episodio griego contribuyó no poco a la forja del propio monarca como persona, sino también al  robustecimiento de la institución misma”.

“Sobre las dos de la madrugada llamó el jefe de gabinete del presidente francés Giscard d'Estaing. Con esa displicencia a veces tan propia de laGrandeur que tienen algunos franceses, solicitó que le pusieran inmediatamente con el Rey, El Rey me pidió que le escuchara yo y le hiciera saber de lo inoportuno del momento para atender al presidente galo. Desde París, la voz replicó: ¿Pero no se da cuenta usted de que se trata del presidente Giscard? Y yo le solté a mano cambiada: ¿Y no se da cuenta usted de que don Juan Carlos es el Rey de España y está reconduciendo un problema de la mayor envergadura…?”

“En plena noche de autos, el príncipe Felipe no hacía sino entrar y salir de un sitio a otro. Su padre le dijo, lo recuerdo bien, que llegado el momento tendría que estudiar la desequilibrada historia de España, pero que ahora mismo la estaba viendo transcurrir vivita y coleando en aquella noche sin horas. Al día siguiente, 24 de febrero, con los ánimos mucho más calmados, el Príncipe llegó a quejarse en el almuerzo de Zarzuela del funesto ajetreo con que había llegado el año 81, que en las pocas semanas transcurridas había conocido la muerte de su abuela la  Reina Federica, la dimisión de Adolfo Suárez y el golpe de la noche anterior. Con su lenguaje despejado y sin afectación soltó un rotundo “¡Joder, vaya mes!” que forzó la sonrisa de los presentes”.

“Descansa, chiquitín, que te lo has ganado”

De cuando en cuando al Rey le llamaba su cuñado Constantino de Grecia. Y en un momento dado me pidió que, aún con la debida cortesía, se lo quitara de encima

“A medida que transcurría el tiempo, siempre enredados en la incertidumbre de las verdades a medias, al Rey lo tentaron sus allegados con la idea de que mandara al Ejército a poner orden en el Congreso, con el fin de rasurarle definitivamente el bigote a Tejero. Pero él, prudentemente, andaba cauteloso. Temía una masacre. Su prudencia quizá pudo llegar a desesperar a alguno de sus colaboradores, pero esa calma sensata produjo sus réditos. El Rey esperaba que el paso de las horas fuera minando la moral de los sublevados. Y de hecho así fue”.

“Llegó la mañana del 24 de febrero con un cielo nuevo y los vencejos revoloteando por aquel Madrid que acababa de vivir una de sus noches más oscuras. El Rey se reunió esa mañana con la Junta de Defensa Nacional y con los representantes de los partidos políticos. Llegó Suárez a Zarzuela (no recuerdo si acompañado por el malogrado Abril Martorell, hombre relevante hoy caído en injusto olvido). Entró pues Suárez en el despacho del monarca: “Señor, hay que ver lo que son las cosas, siempre he pensado mal de Armada y resulta que de no haber sido por él no sé qué habría pasado anoche en el Congreso”. La ingenuidad del ex presidente resultó enternecedora. El Rey le quitó la venda de los ojos. Armada era el que, haciendo honor a su apellido, la había armado. Suárez se echó las manos a la cabeza. Al salir de Zarzuela me miró como preguntándome qué coño estaba haciendo yo allí. Quiso saber si había pasado la noche en compañía del Rey. Le contesté con un “¿Tú qué crees…?”, acompañado por un ceremonial bostezo”. 

“No soy novelista ni periodista avezado en la crónica intrépida y el reportaje, pero he intentado describir lo mejor posible lo que viví aquella noche como testigo privilegiado. El Rey supo domeñar la situación y nunca soltó las bridas ayudado por sus más valiosos edecanes, con el gran Sabino al frente. Creo que el 23-F lo confirmó en el trono, conclusión por otra parte nada original. Nadie debe llamarse a escándalo si digo que el príncipe Felipe, como futuro monarca, quizá necesite otro 23-F para reinar en España. Hablo, naturalmente, de un metafórico 23-F, acorde con los nuevos tiempos de esta España cansina de hoy, con tanta democracia adormecida por el orfidal del aburrimiento, con tanto nacionalismo cuarteador de este país en porciones del que, sospecho, es más juancarlista que monárquico”. 

“Después de aquella noche de ojeras me despedí del Rey a la puerta de Zarzuela. “Me voy a casa, no vayan a creer que he estado de juerga”, le dije. En verdad sí que había estado de juerga, pero en una en la que estuvo a punto de cambiar el rumbo de España. “Descansa, chiquitín –así solía llamarme don Juan Carlos-, que te lo has ganado”, me respondió, con un atisbo de sonrisa en el rostro. Al llegar a mi domicilio, a eso de las seis de la tarde del día siguiente, en casa me esperaba casi otro golpe de estado, pero esta vez doméstico. ¿Dónde te has metido tanto tiempo…? No supe qué contestar a mi mujer”.

Juan Carlos Navarro Fundación Reina Sofía Banco de España