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Joan Tapia

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¿Es la estulticia una eximente?

Tras el fracaso político y las consecuencias económicas, el secesionismo merece una severa derrota electoral pero luchará por una amnistía parcial

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (c) junto al vicepresidente del Govern y conseller de Economía, Oriol Junqueras, tras declarar la independencia en el Parlament. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (c) junto al vicepresidente del Govern y conseller de Economía, Oriol Junqueras, tras declarar la independencia en el Parlament. (EFE)

Cómo iba a explicar el independentismo que la república catalana proclamada el 27 de octubre —no con entusiasmo, pero sí con pompa y 300 alcaldes aplaudiendo— duró solo unos minutos y que con gran rapidez los partidos que proclamaron el 7 de septiembre que la legalidad española se había extinguido ante la nueva legalidad catalana se apuntaran con rapidez a unas elecciones autonómicas. Era la pregunta que todos los analistas nos hacíamos mientras Puigdemont denunciaba en Bruselas que España era como Turquía y Oriol Junqueras y siete 'consellers' más ingresaban en prisión incondicional —antes del juicio— por una decisión bastante extraña de una jueza de la Audiencia Nacional.

La pregunta está siendo contestada. El jueves pasado nos enteramos de que Carme Forcadell, la presidenta del Parlament (y antigua presidenta de la ANC, el motor del 'procés') declaraba en el Supremo que fue una declaración “simbólica” y que acataba el artículo 155, la bestia negra de Puigdemont y de Ada Colau, que rompía por eso el pacto municipal con el PSC.

Pero Forcadell solo admitía la realidad y reconocía que quien al cielo escupe, en la cara le cae. La independencia no pasó de simbólica, por darle un calificativo elegante, y el artículo 155 está vigente, y gracias a su vigencia —no a las dudas de Puigdemont la larga mañana del jueves 26 de octubre— los catalanes vamos a votar el día de la lotería.

El independentismo alega ahora en su defensa algo infumable: que el Gobierno catalán no estaba preparado para la independencia

Más sorpresa produce queque la 'consellera' de Educación en el exilio, Clara Ponsatí, y el portavoz oficial de ERC, Sergi Sabrià, declararan el lunes que “el Gobierno catalán no estaba preparado para hacer efectiva la declaración de independencia” y que hayan sido seguidos rápidamente por varios políticos secesionistas, desde el 'conseller' Toni Comín (en el exilio) al diputado Carles Campuzano, de la corriente mas sensata del PDeCAT.

O sea, que tras haber ido a las elecciones de 2015 con la independencia en 18 meses en el programa, tras múltiples proclamaciones sobre los avances de las estructuras de Estado, tras continuas descalificaciones (e incluso insultos) a los políticos catalanes que decían que estaban vendiendo mercancía averiada, y tras haber votado repetidamente en el Parlamento catalán a favor de la independencia, resulta que no estaban preparados. Que no habían hecho los deberes. Eso sí, no habían mentido, solo habían calculado mal “la respuesta represiva y violenta del Estado español”. Bueno, la respuesta represiva para el ciudadano ha sido nula —la del 1 de octubre es en todo caso anterior— y Rajoy ha convocado elecciones para el 21-D. ¿Respuesta represiva? ¿Es que no han leído ni un libro sobre la independencia de Irlanda o de Argelia? ¿Es que se creían que la independencia viaja en clase vip y coche oficial?

placeholder Los 'exconsellers' Clara Ponsatí (i), Toni Comín y Meritxell Serret, en Bruselas. (EFE)
Los 'exconsellers' Clara Ponsatí (i), Toni Comín y Meritxell Serret, en Bruselas. (EFE)

La realidad es que fue una estulticia, que los independentistas habían calculado muy mal sus fuerzas, que enredaron a centenares de miles de votantes prometiendo algo que —a la hora de la verdad— descubrieron en el minuto posterior que estaba fuera de sus posibilidades.

Es posible —y positivo— que la estulticia no esté tipificada en el Código Penal, pero la sanción política —la pérdida masiva de voto y la reducción de su representación parlamentaria a mínimos— debería ser inmediata y contundente. Porque además no ha sido el desliz de una noche de verano o el error de “una alegre muchachada”. Ha tenido consecuencias penosas y graves. Tras cinco años de 'procés', mucha crispación social y muchas energías mal empleadas, ahora resulta que más de 1.000 empresas han trasladado ya su sede fiscal (no solo la social) fuera de Cataluña, que el paro en octubre ha crecido el doble que en España, que la compraventa de viviendas en septiembre ha subido un 11% en España y solo un 2,1% en Cataluña, que el descenso de las estancias en hoteles el pasado mes ha sido del 7% en turistas y del 14% en ingresos, que el número de pasajeros del metro y autobús en Barcelona descendió un 2,95% en septiembre, que sería un milagro que Barcelona fuera elegida sede de la Agencia Europea del Medicamento, objetivo que tanto había movilizado a la ciudad y —al menos de labios para afuera— también al independentismo y a la alcaldesa de Barcelona, que el Congreso Mundial del Movil está en el aire...

Un acreditado notario confiesa que octubre ha sido el peor mes en muchos años, incluso peor que con la crisis

Son los últimos datos disponibles sobre el desastre económico del conflicto provocado por el error de cálculo del separatismo, pero la confidencia la noche del lunes de un acreditado notario de Barcelona lo dice todo: “En mi notaría, octubre ha sido uno de los peores meses de los últimos años, incluidos los de la crisis económica”.

Está bien —como sostienen 'El Periódico', 'La Vanguardia' e incluso el independentista 'Ara', los tres diarios con sede social en Barcelona— que el separatismo 'atempere' su discurso o incluso haga autocrítica. Y no se pueden recibir mal las declaraciones de Puigdemont a 'Le Soir', el gran diario de Bruselas, diciendo que siempre ha creído que “otra solución al encaje de Cataluña que la independencia es posible”. Lástima que no lo haya practicado cuando vivía en Barcelona y descalificó de entrada la oferta de Rajoy de negociar 45 de las 46 reivindicaciones (todas menos el referéndum de autodeterminación) que había planteado. No se trata —ni mucho menos— de decir que Rajoy lo ha hecho todo bien (hasta Aznar discrepa, aunque no adivino en qué dirección), pero lo innegable es que, juzgando por los resultados, el independentismo lo ha hecho rematadamente mal y Puigdemont parece más un tarambana que un revisionista.

El independentismo modera su discurso público

¿El error de cálculo o la estulticia serán vistos por los catalanes como una eximente o una justificación que logre que el independentismo sea amnistiado por los electores el 21-D? ¿Que sus tres listas consigan revalidar su actual mayoría absoluta, aunque esa mayoría no sea luego operativa? Porque cuesta ver a la CUP avalando esa 'otra solución' de la que habla Puigdemont a 'Le Soir', o aplaudiendo al bueno de Joan Tardà, siempre sincero aunque todavía más excesivo, cuando confiesa que no se ha logrado la independencia porque no hay mayoría social suficiente.

Puigdemont y Junqueras quieren pelearse por el voto, pero al final pueden pactar un frente con una sola idea: todo es culpa de Madrid

Es lógico que la CUP vaya a lo suyo y que ERC, que ya cedió en 2015 cuando Artur Mas promovió la lista única para evitar el sorpaso republicano, no quiera ahora volver a ceder. Pero es más preocupante que el PDeCAT, que debería ser el más capaz de rebobinar, haya optado por abrir expediente a Santi Vila y apostado por el maximalista Puigdemont. Para discutir el voto más separatista a Oriol Junqueras puede dar algún resultado. ¿Qué consecuencias tendría, por ejemplo, que el Supremo dejara en libertad con fianza a Junqueras en dos semanas y que al inicio de la campaña Puigdemont se presentara por su propia voluntad en Madrid reivindicando ser el legítimo presidente de Cataluña, como hace desde Bélgica?

Todo es táctica. Junqueras quiere llegar primero y la antigua CDC está dispuesta a todo —incluso a suicidar su futuro— para evitarlo. Tras el sonado fracaso, el secesionismo se muestra incapaz de repensar y replantear su estrategia con una propuesta nueva y un frente único. Aunque todavía no descarto del todo que en el último momento hagan una lista única —atención al viaje ayer de Marta Rovira a Bruselas— con solo un mensaje: “Nos equivocamos, sí, pero por culpa de Madrid”. Es lo que muchos —no todos, afortunadamente— socios del Barça sienten (no exactamente piensan): cuando el equipo pierde, la culpa principal no es del equipo —ni del entrenador o presidente de turno— sino de que los árbitros y compañía hacen trampa a favor del Real Madrid.

Rovira, desde Bruselas: "Haremos un frente común político"

En función de los resultados obtenidos, el separatismo —revuelto o separado— debería tener el 21-D una severa derrota. Pero no es seguro. Porque muchas cosas —no todas irracionales— hacen pensar a muchos catalanes que España no los acepta como son. No es solo la traslación del reflejo del forofo del Barça, es un sentimiento basado en una acumulación de percepciones. Ha habido en los últimos años muchos Wert que han machacado con cosas similares a “hay que españolizar a los niños catalanes”, como si se tratara de lo que antes se decía de “cristianizar a los negritos”, o repetido lo de la “sagrada igualdad de todos los españoles” (a lo Susana Díaz o Rodríguez Ibarra) cuando se discutía cualquier retoque a la financiación autonómica, olvidando que la nacionalista Euskadi y la normalmente pepera Navarra tienen un régimen especial que nadie cuestiona (salvo Rivera, cuando se acuerda).

Foto: La secretaria general de ERC, Marta Rovira.

El independentismo solo tiene un clavo ardiendo que puede evitarle una aparatosa caída en las elecciones: Madrid no quiere a Cataluña y desamor con desamor se paga. Aunque esta vez Mariano Rajoy —con el visto bueno de Pedro Sánchez— ha hecho con el 155 lo que el 69% de los catalanes (contra el 28%) creen acertado según la encuesta de 'El País': convocar elecciones.

Las cosas son como son. Los catalanes son racionales y aprueban, o incluso aplauden, la convocatoria electoral. Pero el sentimiento de muchos (del 47,8% que votó independentista en 2015) está en otra parte. TV3, tan satanizada como el origen de todos los males, tiene una audiencia media del orden del 10%, muchas veces por debajo de Telecinco o incluso Antena 3, pero en el mes de octubre ha subido al 17%. Y durante 53 días seguidos ha sido líder de audiencia. Y no todo es mérito de su director, Vicens Sanchis, un independentista convencido y más inteligente que Puigdemont o Junqueras. Está relacionado con el sentir del 47,8% citado, que va ahora más a TV3 pese al gran esfuerzo informativo de La Sexta.

Foto: El portavoz del PDeCAT en el Congreso, Carles Campuzano (d), conversa con el portavoz de En Comù Podem, Xavier Domènech. (EFE)

Y en la misma encuesta de 'El País' —nada sospechoso de nacionalismo— que dice que el 66% de los catalanes no ve posible la independencia en un futuro cercano, nos encontramos dos 'detalles' a no olvidar. Uno, el 63% desaprueba —como Ada Colau y contra Miquel Iceta— la aplicación de artículo 155. Dos, el 44% cree que la culpa de que se haya llegado a la situación actual es del Gobierno español contra el 32% que señala al Gobierno catalán y un 24% (los más ecuánimes, pero los menos) que culpa a ambos gobiernos.

Resumiendo: uno, el independentismo se ha hecho acreedor —por su estulticia y por los resultados políticos y económicos obtenidos— a una severa derrota; y dos, los ciudadanos de Cataluña no están ciegos, pero le pueden dar a la estulticia una amnistía parcial (quedar cerca de la mayoría) porque creen —según la encuesta de 'El País'— que el Gobierno de España es el principal responsable del punto al que hemos llegado.

Cómo iba a explicar el independentismo que la república catalana proclamada el 27 de octubre —no con entusiasmo, pero sí con pompa y 300 alcaldes aplaudiendo— duró solo unos minutos y que con gran rapidez los partidos que proclamaron el 7 de septiembre que la legalidad española se había extinguido ante la nueva legalidad catalana se apuntaran con rapidez a unas elecciones autonómicas. Era la pregunta que todos los analistas nos hacíamos mientras Puigdemont denunciaba en Bruselas que España era como Turquía y Oriol Junqueras y siete 'consellers' más ingresaban en prisión incondicional —antes del juicio— por una decisión bastante extraña de una jueza de la Audiencia Nacional.

Carme Forcadell Carles Puigdemont