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El peligro de la cloroquina (y de las falsas certezas)
Transmitir mensajes confusos y falsas esperanzas también puede perjudicar seriamente la salud
El coronavirus no solo pone en peligro la vida de los contagiados. El miedo a infectarse también puede matar. Un hombre de 60 años ha muerto en Arizona después de tomar fosfato de cloroquina, el compuesto que escuchó a Trump prometer en la tele que podía ser “un regalo de Dios” contra la pandemia. De momento, es solo uno de los cientos de tratamientos en estudio para tratar el Covid-19. La cloroquina lleva décadas usándose en fármacos para tratar la malaria, el lupus y la artritis reumatoide, pero aún no se sabe si será eficaz ni segura para curar el Covid-19 y mucho menos prevenirlo (algo difícil de probar, dado el gran porcentaje de pacientes de este coronavirus que se curan solos).
La mujer del fallecido, que está en cuidados intensivos a consecuencia de la intoxicación que le costó la vida a su marido, explicó a la NBC que ambos tenían miedo de enfermar de coronavirus y, después de escuchar que Trump se mostraba esperanzado con la utilidad de este fármaco, se acordó de que tenía algo con ese nombre en el armario. Disolvió una cucharada de fosfato de cloroquina en un refresco y lo bebieron. Sin embargo, el frasco que tenía esta pareja en Fénix no era ningún medicamento para ingesta humana, sino para desparasitar los peces del acuario. Y el fosfato de cloroquina en dosis elevadas resulta tóxico. Pasados 30 minutos, empezaron a sentir náuseas. Él murió en el hospital.
No es este triste suceso de Arizona el único caso de problemas derivados de automedicarse con cloroquina por temor al coronavirus. Después de que Trump insistiera en que tenía una corazonada sobre la eficacia de este compuesto, la demanda mundial en farmacias (y las búsquedas en Google) se ha disparado en todo el mundo con la esperanza de que sirva para combatir la pandemia, pese a que la OMS ha insistido en que aún no hay evidencia probada de su efectividad. Varios hospitales de Nigeria también han registrado casos de sobredosis por cloroquina estos días. Allí era más fácil de encontrar, porque muchos hogares nigerianos todavía la usan para tratar la malaria, aunque dejó de administrarse hace años. Las autoridades sanitarias de este país de 190 millones de habitantes han tenido que emitir un comunicado advirtiendo de los peligros de automedicarse con cloroquina frente al Covid-19.
Transmitir mensajes confusos y falsas esperanzas también puede perjudicar seriamente la salud. Cuando Trump afirmó en rueda de prensa que este medicamento era efectivo, la propia agencia del medicamento norteamericana (FDA) tuvo que rectificarle explicando que no había pruebas. Una cosa es acelerar los protocolos para validar los medicamentos, algo que ya se está haciendo en muchos países ante la emergencia de una enfermedad tan letal, y otra es prometer falsas certezas. La efectividad de algo no probado no cumple una función médica, sino propagandística, la de dar una aparente buena noticia que no sabemos si cura, pero seguro puede confundir a la población. La prevención que mejor funciona, de momento, es evitar el contacto para frenar los contagios.
La efectividad de algo no probado no cumple una función médica sino propagandística
Esto no quita que haya habido estudios esperanzadores en Wuhan sobre la utilidad de la cloroquina y la hidroxicloroquina frente al Covid-19. También en Francia el controvertido profesor Didier Raoult, del Instituto de Infecciones de Marsella, publicó un estudio en marzo (realizado solo en 26 pacientes) con resultados optimistas de este antipalúdico en pacientes contagiados. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha ordenado 750.000 dosis del compuesto y ya han comenzado a experimentar con él. Paralelamente, son cada vez más los científicos en Francia e internacionalmente que están dudando del estudio marsellés por su precipitación y fallos metodológicos. La portada de este martes del diario 'Libération' era: "Cloroquina: ¿esperanza o espejismo?", y la figura de Didier suma cada vez más detractores entre quienes piden prudencia.
La OMS ha insistido de nuevo esta semana en el peligro de los “estudios reducidos” sobre tratamientos y el peligro de las “falsas esperanzas”, pero cuando más de 2.000 millones de personas están en confinamiento forzoso y cerca de 20.000 han fallecido en todo el mundo, la urgencia en la búsqueda de respuestas no casa bien con la prudencia. Nada tiene que ver esta emergencia con el cortoplacismo en el que solían vivir la generación de políticos a los que les ha tocado sacarnos de ella.
De que este fármaco o algún otro de los más de 200 con los que se está experimentando en todo el mundo puede salir la cura al coronavirus depende la vida de millones de personas. Los científicos y los médicos están en ello, pero llevará un tiempo en el que los líderes políticos deberán tomar muchas decisiones. Y entre tanta incertidumbre, es peligroso automedicarse con falsas certezas.
El coronavirus no solo pone en peligro la vida de los contagiados. El miedo a infectarse también puede matar. Un hombre de 60 años ha muerto en Arizona después de tomar fosfato de cloroquina, el compuesto que escuchó a Trump prometer en la tele que podía ser “un regalo de Dios” contra la pandemia. De momento, es solo uno de los cientos de tratamientos en estudio para tratar el Covid-19. La cloroquina lleva décadas usándose en fármacos para tratar la malaria, el lupus y la artritis reumatoide, pero aún no se sabe si será eficaz ni segura para curar el Covid-19 y mucho menos prevenirlo (algo difícil de probar, dado el gran porcentaje de pacientes de este coronavirus que se curan solos).