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Prohibido compartir la grapadora, ¿y la vacuna?
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Marta García Aller

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Prohibido compartir la grapadora, ¿y la vacuna?

La prohibición de compartir objetos por precaución sanitaria se produce en el momento en que la salud de todos depende de compartir algo más importante que una grapadora: el conocimiento

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Foto: EFE.

Entre las primeras lecciones que están aprendiendo los niños al volver al cole en los países afectados por el covid-19 donde las escuelas ya se están reabriendo está que no se les ocurra compartir nada con sus compañeros. Ni una goma de borrar, ni un juguete ni un trozo de bocadillo. Nada. El nuevo distanciamiento social necesario para prevenir contagios incluye una recomendación, inverosímil hasta hace solo 10 semanas, que contradice un pilar de la buena educación. Pero como este mundo está patas arriba, a los más pequeños hay ahora que enseñarles que está prohibido compartir.

También a los empleados que están volviendo a la oficina se les exige que eviten a toda costa intercambiar material de trabajo. Ni el cargador del móvil, ni la grapadora ni los clips. Todo tiene de pronto que ser individual por el protocolo de prevención de contagio. Si alguien necesita un boli, que se busque la vida. En el caso de los adultos, será más fácil entender que este escrúpulo en compartir que aparentemente nos vuelve a todos unos egoístas insolidarios es solo una medida sanitaria y temporal. Lo solidario, de hecho, es extremar la precaución. Pero será interesante observar cómo afecta a los más pequeños este cambio radical de conducta que nos lleva al distanciamiento permanente con todo el que no sea de la familia y en el que negarse a compartir una pelota es el nuevo símbolo retorcido de las buenas maneras.

Foto: Barra de un bar de pinchos en San Sebastián. (EFE) Opinión

La prohibición no solo afecta a los colegios y las oficinas. En España, las bibliotecas han vuelto a prestar libros, pero a regañadientes. Los dejan dos semanas en cuarentena una vez devueltos, como si se lo estuvieran pensando tres veces. Los bares y restaurantes que están reabriendo tienen que disponer las mesas para que ningún cliente toque algo que pueda luego necesitar otro. En tiempos del coronavirus, los envases y cubiertos desechables pasan a ser de lo más sensato. Es más, acaba de descubrirse que uno de los primeros casos de contagio de covid-19 que se produjo en enero en Alemania fue por compartir precisamente un salero en la cantina de la empresa. La paciente cero alemana fue una empleada procedente de Wuhan y fue ella la que contagió a algunos colegas más, pero en este brote hubo un trabajador que no había estado en ninguna reunión ni encuentro con ninguno de aquellos pacientes asintomáticos que habían contraído el virus. Salvo por aquel salero. Es el único vínculo que los investigadores han hallado al reconstruir la cadena de transmisión del virus. Dos empleados, que ni siquiera estaban sentados a la misma mesa del comedor, sin saberlo se intercambiaron el virus además de la sal, según revela un pormenorizado estudio publicado por la revista médica 'The Lancet'.

No deja de ser curioso que la prohibición de compartir objetos por precaución sanitaria se produzca justo en el momento en que la salud de todos depende más de compartir algo mucho más importante que una grapadora: el conocimiento. Los científicos de todo el mundo trabajan en línea para compartir los datos y la evolución de investigación de los tratamientos que pueden ayudar a combatir la pandemia. Solo una colaboración a gran escala puede permitir que la vacuna llegue cuanto antes y los hospitales de todo el mundo puedan aprender de lo aprendido en los demás para tratar mejor a los pacientes de esta nueva enfermedad que ha paralizado el mundo.

La Comisión Europea acaba de impulsar una nueva línea de investigación con 122 millones de euros para fomentar las estrategias de tratamiento y prevención. Una cláusula destaca que los hallazgos y las innovaciones han de poder compartirse de inmediato y ser asequibles para todos, de acuerdo con los principios de la Respuesta Global de Coronavirus, la iniciativa de la UE que ha movilizado 1.400 millones de euros.

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Sin embargo, en la carrera mundial por encontrar un remedio para el covid-19, están surgiendo los primeros palos en las ruedas. Según el 'Financial Times', algunos países con sectores farmacéuticos fuertes, como Estados Unidos, Suiza y Japón, están presionando en la OMS para enfatizar el papel de la propiedad intelectual en la promoción de la innovación y evitar que sea obligatorio compartir las futuras terapias anticovid-19 con fabricantes capaces de producirlas a bajo costo para que lleguen cuanto antes a todos los rincones del mundo.

En la Declaración de Doha (2001), los gobiernos acordaron que podrían anular la propiedad intelectual en una emergencia de salud pública

En la Declaración de Doha, firmada en 2001, los gobiernos acordaron que podrían anular la propiedad intelectual en una emergencia de salud pública. Entonces, el VIH era la preocupación principal. En la década de retraso en que los africanos lograron acceder a medicamentos asequibles contra el sida, decenas de millones de personas perdieron la vida. Ahora son cientos de millones las que están en juego por el covid-19.

Foto: Ian Haydon. (Cedida)

Por eso cuesta tanto entender que esté aumentando el temor a que muchos países, particularmente en África, puedan quedarse fuera de las nuevas terapias frente a la pandemia. Las potencias que quieren promover el papel de la propiedad intelectual para fomentar la innovación, como coartada para no garantizar la fabricación asequible de los hallazgos médicos en medio de una pandemia, prefieren apoyar el acceso a cualquier nuevo tratamiento a través de mecanismos voluntarios, como las donaciones. Pero dar lo que a uno le sobra no es compartir.

La pandemia mundial requiere una respuesta global tanto en la búsqueda de tratamientos como en la de las vacunas, porque mientras un país siga siendo vulnerable al covid-19, todos los demás lo seguirán siendo.Y la vacuna anticovid-19 no es una grapadora.

Entre las primeras lecciones que están aprendiendo los niños al volver al cole en los países afectados por el covid-19 donde las escuelas ya se están reabriendo está que no se les ocurra compartir nada con sus compañeros. Ni una goma de borrar, ni un juguete ni un trozo de bocadillo. Nada. El nuevo distanciamiento social necesario para prevenir contagios incluye una recomendación, inverosímil hasta hace solo 10 semanas, que contradice un pilar de la buena educación. Pero como este mundo está patas arriba, a los más pequeños hay ahora que enseñarles que está prohibido compartir.

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