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Marta García Aller

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Por qué España no arde por las restricciones

Las encuestas en España muestran que la gente está a favor de las restricciones e incluso pide más, porque las actuales no parecen ni lo suficientemente estrictas ni lo suficientemente útiles

Foto: Un restaurante cierra la persiana en San Sebastián cumpliendo con las limitaciones horarias. (EFE)
Un restaurante cierra la persiana en San Sebastián cumpliendo con las limitaciones horarias. (EFE)

Cerca del Mercado de la Cebada, en Madrid, hay un señor que hace colas. Con su barra de pan bajo el brazo, se pone a menudo a esperar su turno a la puerta de los comercios en los que hay gente fuera, aunque no suele comprar nada. Por las mañanas, espera en el Carrefour, y por las tardes, es más del Lidl, porque busca las aceras al sol. Hacer colas en pandemia tiene la ventaja de poder rodearse de mucha gente a la vez sin tener que gastarse un duro y a veces incluso se puede aprovechar para charlar un rato con los vecinos. No sería extraño que le copiaran la táctica en Lucena. En este municipio cordobés, acaban de prohibir pararse en la calle entre las siete de la tarde y las seis de la mañana. Hacer colas será una de las pocas excepciones permitidas.

En Lucena se puede pasear, pero no quedarse quieto en la vía pública. El ayuntamiento ha tomado esta decisión para tratar de frenar la incidencia acumulada de positivos de covid, que roza el millar de casos por 100.000 habitantes. Pasado ese umbral, la Junta decretaría el cierre de la actividad no esencial, incluidos el comercio y la hostelería. Es decir, han prohibido pararse a charlar con alguien en mitad de la calle, para que la gente pueda seguir sentándose a charlar en un bar (la hostelería allí cierra a las 18:00). Está prohibido incluso pararse uno solo en la acera, no sea que se contagie a sí mismo.

placeholder Una persona compra un café para llevar en Valencia. (EFE)
Una persona compra un café para llevar en Valencia. (EFE)

La coordinación de las restricciones entre distintas regiones sigue sin mejorar en la tercera ola, pero a falta de un confinamiento contundente, está visto que sí crece la imaginación para seguir prohibiendo cosas nuevas. El Gobierno central insiste en que cada comunidad tiene instrumentos suficientes para frenar el virus, y la que no, se los inventa. Cada sitio trata de adaptar sus ordenanzas municipales como buenamente puede para contener la pandemia, mientras el Gobierno central sigue sin aclarar qué va a hacer si nada de esto sirviera.

La mayoría de comunidades, de Galicia a Murcia, pasando por Madrid y Cantabria, ya ha prohibido las reuniones en domicilios de no convivientes. Cada vez hay menos regiones con la hostelería abierta. La Generalitat valenciana, que empieza febrero con las peores cifras de toda la pandemia, ya hace tiempo que tiene clausurados los bares y restaurantes y reducido el horario comercial, también el cierre perimetral de las grandes ciudades, pero como la situación sigue siendo crítica, y la ley no permite de momento un confinamiento más severo, está probando a seguir prohibiendo cositas. La última restricción incorporada en Valencia es pasear por la playa sin mascarilla. A lo mejor así se frena antes el virus y si no, al menos, parecerá que se está haciendo algo más para intentarlo.

La última restricción incorporada en Valencia es pasear por la playa sin mascarilla. A lo mejor así se frena antes el virus y si no, al menos, parecerá que se está haciendo algo más para intentarlo

En media docena de países europeos, viven oleadas de disturbios callejeros contra los nuevos confinamientos. En España, sin embargo, apenas está habiendo protestas contra las prohibiciones. Será porque somos de buen conformar o porque como cada semana nos cambian las restricciones, ya nadie tiene muy claro cuáles son ni quién las decreta. Tal vez esta sea la verdadera grandeza de la tan cuestionada cogobernanza. Lo que criticábamos como obvia descoordinación puede estar resultando muy útil para apaciguar los ánimos de una ciudadanía que, si no se harta de todo lo que le prohíben, puede que sea por puro desconcierto. Bastante ocupados estamos en descubrir qué es lo último que nos han restringido hoy como para andar protestando por lo que nos prohibirán mañana.

Esta semana, en Viena, Ámsterdam y Bruselas, ha habido cientos de detenidos por las protestas violentas contra el toque de queda de las nueve de la noche y los nuevos confinamientos. Mientras tanto, en Madrid, miles de personas se han ido adaptando a la nueva clausura temprana de las calles de la capital en busca de una terraza con estufa para experimentar a media tarde el revolucionario descubrimiento de la 'meriendacena'. Reservar mesa en un restaurante a las 19:30 es lo más transgresor que hemos hecho últimamente por aquí. También es verdad que en la capital de España todavía gozamos de un inusual pseudoconfinamiento de manga ancha, hasta que a las nueve de la noche hay que arrebañar el plato y salir corriendo para casa.

Las encuestas en España muestran que la gente está a favor de las restricciones e incluso pide más, porque las actuales no parecen ni lo suficientemente estrictas ni lo suficientemente útiles. Entre los grandes partidos nacionales, los que más apoyarían que Moncloa o las autonomías tomaran medidas más drásticas son los de Vox (71,3%), seguidos de los del PP (68,8%) y el PSOE (48,3%), según el CIS. En España, las protestas antirrestricciones ya no tienen quién las abandere. Y la ciudadanía está mostrando un civismo y una capacidad encomiable de adaptarse a unas normas continuamente cambiantes. Lástima que esa obediencia generalizada no se vea correspondida por una mayor coordinación en las medidas, así como una mejor explicación de qué se está logrando con cada una.

Lo que criticábamos como obvia descoordinación puede estar resultando muy útil: puede que si la ciudadanía no se harta, sea por puro desconcierto

Nos hemos acostumbrado sorprendentemente a hacer lo que nos dicen, incluso si no siempre estamos seguros de por qué. Pero se echa de menos que la misma creatividad que ponen las distintas administraciones en seguir prohibiendo cosas, que ojalá funcione para frenar el virus, la dispongan también en la creación de ayudas, subsidios y medidas de apoyo a los afectados por la pandemia. Cuando las incidencias suben y se desbordan, prohibir no es la única medida de emergencia que puede tomarse. ¿Dónde están las ayudas para la salud mental de los ciudadanos? ¿Qué están haciendo últimamente para agilizar las ayudas a los pequeños negocios? ¿Y para reforzar el teletrabajo? ¿Y la asistencia sanitaria a los pacientes no covid cuyos tratamientos se retrasan? La gran mayoría de la gente está cooperando en el cumplimiento de las normas. Ojalá unas normas a la altura.

Cerca del Mercado de la Cebada, en Madrid, hay un señor que hace colas. Con su barra de pan bajo el brazo, se pone a menudo a esperar su turno a la puerta de los comercios en los que hay gente fuera, aunque no suele comprar nada. Por las mañanas, espera en el Carrefour, y por las tardes, es más del Lidl, porque busca las aceras al sol. Hacer colas en pandemia tiene la ventaja de poder rodearse de mucha gente a la vez sin tener que gastarse un duro y a veces incluso se puede aprovechar para charlar un rato con los vecinos. No sería extraño que le copiaran la táctica en Lucena. En este municipio cordobés, acaban de prohibir pararse en la calle entre las siete de la tarde y las seis de la mañana. Hacer colas será una de las pocas excepciones permitidas.

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