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ERC y JxCAT juegan al 'tirasoga' mientras los constitucionalistas se quedan de piedra
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Isidoro Tapia

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ERC y JxCAT juegan al 'tirasoga' mientras los constitucionalistas se quedan de piedra

Una constante del 'procés' durante los últimos meses es que aquello que nadie quiere, ocurre, y en cambio lo que prácticamente todos anhelan, nunca sucede

Foto: El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters)
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. (Reuters)

JxCAT y ERC están inmersos en una especie de 'tirasoga' político: a un lado de la cuerda, los antiguos convergentes tiran para atraer a los republicanos a su posición de máximos: la investidura telemática de Puigdemont; en el otro, ERC forcejea para conseguir que en Cataluña haya un Gobierno autonómico 'efectivo', sin cuentas judiciales pendientes, que permita levantar el artículo 155. ¿Quién llevará el agua a su molino? Es todavía muy incierto, pero a día de hoy apostaría a que acabaremos más cerca de JxCAT. No, no creo que lleguemos al esperpento de la investidura telemática. Pero tal vez acabemos en un escenario que, en la práctica, no sea muy distinto (como una presidencia 'simbólica' para Puigdemont, con sueldo y cargo público, y el control por sus partidarios de todas las consejerías clave).

Como en el 'tirasoga', JxCAT tira con más fuerza de la cuerda porque cuenta con un equipo mejor cohesionado. Tiene el grupo parlamentario más numeroso entre los independentistas (34 diputados), ha conseguido establecer un relato eficaz sobre la investidura de Puigdemont, ya sea la restitución del presidente 'legítimo' (en la versión de los más acérrimos) o 'por qué tiene que ser Madrid la que decida a qué diputado podemos elegir' (el resto del independentismo), cuenta con el apoyo de la CUP, que sigue siendo clave para alcanzar la mayoría absoluta, y finalmente JxCAT es el partido que menos parece temer una nueva convocatoria electoral (ya sea por audacia o por imprudencia).

Foto: Puigdemont cita a los diputados de JxCAT para desbloquear su investidura. (EFE)

En los días posteriores al 'Comingate', todo parecía acabado para Puigdemont. Creímos por fin haber desenmascarado su juego de decir una cosa en público y otra en privado. Que aquellos pantallazos en el móvil de Comín, que más que mensajes parecían esputos sanguinolentos de un enfermo ("Todo se ha acabado", decía Puigdemont) habían rasgado el velo de la ignorancia de los catalanes. En realidad, ha ocurrido lo mismo que ya pasó que con el llamado 'Pussygate' de Trump, la revelación de una grabación poco antes de las elecciones americanas en la que el ahora presidente hablaba como el tabernero machista que todos sospechábamos que era. Llenó el ciclo de noticias durante unos días, nos permitió confirmar nuestra peor opinión sobre Trump (como ahora nos ha pasado con Puigdemont) y todo volvió a ser igual unos días después. Bienvenidos a la pos-realidad.

Una constante del 'procés' durante los últimos meses es que aquello que nadie quiere, ocurre (como la aplicación del artículo 155 o la DUI), y en cambio lo que prácticamente todos anhelan, nunca sucede (como la convocatoria anticipada de elecciones el pasado mes de octubre). Con Puigdemont puede pasar algo parecido: que se mantenga a los mandos efectivos del 'procés' pese a que casi todos (incluida la plana mayor del independentismo) preferirían que diese un paso al lado.

¿Es posible evitar que así suceda? La clave, en mi opinión, es que ERC está en una posición extremadamente débil. Y si nos cruzamos de brazos mientras unos y otros tiran de la cuerda, nos arriesgamos a que los independentistas nos lleven, una vez más, al barro.

Vaya por delante que no tengo ninguna simpatía ideológica por ERC, más bien me encuentro en sus antípodas. Tampoco tengo en mucha estima sus habilidades políticas: su desempeño durante los gobiernos tripartitos fue manifiestamente mejorable. Y su papel durante el 'procés' ha estado lejos del rol pragmático y constructivo que algunos pretendieron atribuirle. Pero la debilidad de ERC se ha convertido en uno de los principales obstáculos para la normalización política en Cataluña. Permite que Puigdemont siga pedaleando sin frenos e impide cualquier alternativa al unilateralismo.

Si nos cruzamos de brazos mientras unos y otros tiran de la cuerda, nos arriesgamos a que los independentistas nos lleven, una vez más, al barro

¿A qué me refiero con la debilidad de ERC? En primer lugar, su fracaso en liderar el bloque independentista en las pasadas elecciones, que era la evidente aspiración de los republicanos desde que decidieron secundar la apuesta soberanista de Artur Mas. En segundo lugar, el descabezamiento de ERC, cuyo líder, Oriol Junqueras, es el único 'político puro' que sigue en la cárcel de Estremera (además de los Jordis, el otro político encarcelado, el 'exconceller' Joaquim Forn, que ha renunciado a su acta de diputado). Y, finalmente, ERC, por simple torpeza política, ha aparecido como responsable de muchos de los más recientes desencuentros independentistas: el célebre tuit de Rufián sobre las '155 monedas de plata', la negativa de ERC a reeditar la lista conjunta independentista en las pasadas elecciones autonómicas o las reservas ahora manifestadas por restituir lo que algunos llaman el 'Gobierno en el exilio'.

¿Cómo fortalecer a ERC? En mi opinión, hay que ofrecerles una salida. El principal problema de los republicanos es que apenas tienen alternativas en su negociación con JxCAT. Prácticamente la única es la convocatoria de nuevas elecciones, pero la experiencia sugiere que cuando se repiten comicios, los votantes favorecen los extremos (apuesten en ese caso por un reforzamiento de JxCAT y de Ciudadanos), y castigan a los responsables del bloqueo (y ERC tiene cierta habilidad para cargar incluso con los mochuelos que no le corresponden). ¿Qué otras alternativas existen? El otro día, Joan Tapia sugería algunas: el tripartido de izquierdas está lejos de la mayoría absoluta (la suma de ERC, PSC y Podem está todavía 11 diputados por debajo), pero la rozarían con algunos diputados exconvergentes. Por su lado, Ciudadanos podría promover alguna iniciativa para superar el bloqueo: como los números entre los constitucionalistas no suman, podría ser un Gobierno de concentración con representantes de los dos bloques, o incluso la abstención de Ciudadanos en la investidura de un dirigente nacionalista con un programa inequívocamente respetuoso con el ordenamiento constitucional.

Ninguna de estas fórmulas es fácil. Es más, me atrevería a decir que todas son inviables. Pero su principal virtud no es que vayan a materializarse, sino que fortalecen a ERC en la negociación que mantiene a cara de perro con los partidarios de Puigdemont. Eso sí, estas fórmulas tienen que ser creíbles, lo que exige que los partidos constitucionalistas dejen de darse codazos entre sí: que el PP deje de empujar a Arrimadas a la investidura con el único propósito de que se estrelle y se le borre el aura de ganadora que la acompaña. Y, a su vez, que Ciudadanos deje de arremeter contra el PSC cada vez que Iceta amaga un milímetro con sondear otras combinaciones de gobierno, por mucho que esto le funcione de maravilla a Rivera a nivel nacional.

El principal problema de los republicanos es que no tienen alternativas en su negociación con JxCAT

¿Y no sería mejor no hacer nada, esperar a que los independentistas se despellejen entre sí y recoger entonces los cascotes del 'procés'? En condiciones normales, sería la estrategia adecuada. Pero nada es normal en el 'procés'. Es cierto que las recientes elecciones catalanas tuvieron lugar en un escenario de hipermovilización, con una participación por encima del 80%. Pero la hipermovilización tuvo lugar en los dos bandos, tanto en el lado constitucionalista como en el independentista, y nada asegura que una (eventual) pérdida de tensión afecte más a unos que a otros. Está además la resiliencia de los dos millones de votantes independentistas (el famoso 47% del voto) que han demostrado su compromiso incluso en los escenarios más adversos. Y no olvidemos que el independentismo se presentó en listas separadas, y que una lista conjunta podría añadir tres o cuatro diputados adicionales por el simple juego de los restos.

En definitiva, nada garantiza que unas nuevas elecciones vayan a arrojar un resultado distinto. Ni siquiera que para entonces las caras visibles del 'procés' estén inhabilitadas por el Tribunal Supremo (algo no solo judicialmente dudoso, sino políticamente controvertido): el proceso independentista fabrica nuevos héroes con la misma facilidad con la que Cruyff fabricaba mediocentros.

Llegados a este punto, mirando desde la zanja constitucionalista, hay solo dos caminos a seguir: uno, dejar que el independentismo se ahogue en sus propias contradicciones. Como el conflicto en Cataluña ha despertado nuestro 'hooliganismo' más patrio, no serán pocos los partidarios de esta opción. Y, sin embargo, en mi opinión, el camino más adecuado es el segundo, el mismo que Winston Churchill señalaba en sus memorias de la Segunda Guerra Mundial: "En la guerra, determinación; en la derrota, desafío; en la victoria, magnanimidad; en la paz, buena voluntad". Son las horas más trémulas para los independentistas. Para los constitucionalistas, quizás ha llegado el momento de ser magnánimos.

JxCAT y ERC están inmersos en una especie de 'tirasoga' político: a un lado de la cuerda, los antiguos convergentes tiran para atraer a los republicanos a su posición de máximos: la investidura telemática de Puigdemont; en el otro, ERC forcejea para conseguir que en Cataluña haya un Gobierno autonómico 'efectivo', sin cuentas judiciales pendientes, que permita levantar el artículo 155. ¿Quién llevará el agua a su molino? Es todavía muy incierto, pero a día de hoy apostaría a que acabaremos más cerca de JxCAT. No, no creo que lleguemos al esperpento de la investidura telemática. Pero tal vez acabemos en un escenario que, en la práctica, no sea muy distinto (como una presidencia 'simbólica' para Puigdemont, con sueldo y cargo público, y el control por sus partidarios de todas las consejerías clave).

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Junts per Catalunya Ciudadanos