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La sombra de la legislatura de 1993-96
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Isidoro Tapia

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La sombra de la legislatura de 1993-96

No fue una legislatura en balde. Hubo dos hechos políticos que, en retrospectiva, merecen un cerrado aplauso. Uno, fue algo que se hizo; lo segundo, algo que no ocurrió

Foto: Felipe González, en el Congreso de los Diputados. (Cordon Press)
Felipe González, en el Congreso de los Diputados. (Cordon Press)

Seguramente la legislatura que transcurrió entre junio de 1993 y marzo de 1996 (la última de Felipe González) fue el periodo más negro de nuestra etapa democrática. Un director de la Guardia Civil se fugó por medio mundo antes de que lo capturase un misterioso Capitán Khan; en apenas seis meses dimitieron tres ministros por tres escándalos distintos (entonces todavía se dimitía); el líder de la oposición se salvó milagrosamente de un atentado de ETA, y la propia política antiterrorista se convirtió en carne de contienda electoral.

Y, sin embargo, no fue una legislatura en balde. Se aprobó, por ejemplo, el Código Penal de 1995, sustituyendo al código franquista, que databa del año 1944. En particular, hubo dos hechos políticos que, en retrospectiva, merecen un cerrado aplauso. Uno, fue algo que se hizo; lo segundo, algo que no ocurrió. De ambos podrían tomar nota nuestros actuales líderes políticos para evitar que la presente legislatura acabe en tragedia.

No fue una legislatura en balde. Hubo dos hechos políticos que merecen un cerrado aplauso. Uno, fue algo que se hizo; lo segundo, algo que no ocurrió

Lo que se hizo fue el Pacto de Toledo. En 1995, todos los partidos aprobaron de forma unánime las conclusiones de una comisión parlamentaria con 15 recomendaciones para garantizar la sostenibilidad de nuestro sistema de pensiones. Más allá de los aspectos técnicos, el mensaje de más calado fue el político: las pensiones quedaban fuera de la refriega electoral. Como en todos los grandes acuerdos, no fue (tan solo) un ataque espontáneo de patriotismo. Al Partido Popular le hacían daño las dudas sobre su compromiso con el sistema público de pensiones. En las anteriores elecciones, las de 1993, González había dado jaque mate a Aznar en el segundo debate electoral cuando cuantificó así la propuesta fiscal de los populares: “Si usted aplica la reforma fiscal que ha prometido, ingresará 800.000 millones de pesetas menos. Eso significa 8.000 pesetas menos para cada pensionista”. El propio González, dos años después, necesitaba como agua de mayo salir del asedio de los escándalos de corrupción: un acuerdo multipartidista sobre pensiones representaba una oportunidad de hacerlo. Pero más allá de los intereses puntuales, no deberíamos restar importancia al hecho mayor: que en mitad de un vendaval político, todos los partidos acordasen aparcar la discusión sobre nuestro sistema de pensiones.

Foto: Imagen: iStock.

¿Sería posible un acuerdo parecido ahora? Es dudoso, pero sin duda sería deseable. La mejor manera de garantizar el sistema de Seguridad Social no es a través de un regate en corto para subir las pensiones mínimas un 3% con el evidente objetivo de dejar en mal lugar a tu socio parlamentario (que había anunciado el día anterior una subida del 2%), ni improvisando unos impuestos finalistas a la banca, por muy bien que retumben en estos días en la caja de resonancia colectiva. Sin duda, hay decisiones políticas que adoptar (¿qué porcentaje del PIB queremos dedicar a garantizar las pensiones de nuestros mayores?), pero son más las cuestiones técnicas, como la evolución de la población, la natalidad o la esperanza de vida, cuyo tratamiento resulta imposible a través de una puja en la plaza pública.

¿Cuál fue el segundo episodio destacado de aquella legislatura, el que no tuvo lugar? Fue la presentación de una moción de censura con el objetivo de convocar elecciones. A principios de 1995, Aznar se la propuso a Anguita, y el líder comunista no le puso malos ojos. Los dos líderes se reunieron en la cafetería del Congreso, a la vista de todos los periodistas, y a la salida Anguita declaró: “La situación es muy complicada y cada uno debe mostrar un gran sentido de la responsabilidad para que el país salga adelante, como está haciendo el PP”. Anguita le pidió a Aznar que le pusiese por escrito las condiciones de esta moción, con el compromiso de que se convocarían elecciones de manera inmediata. La verdadera razón por la que finalmente Anguita no la apoyó es porque no daban los números: entre PP e IU sumaban 159 diputados, e incluso sumando al PNV, Coalición Canaria y el grupo mixto no llegaban a los 176 necesarios.

¿Cuál fue el segundo episodio destacado de aquella legislatura? La no presentación de una moción de censura con el objetivo de convocar elecciones

¿Por qué creo que hubiese sido una decisión dañina para los intereses generales? Porque, por muy debilitado que esté un Gobierno, la celebración de elecciones debe producirse en un contexto de normalidad institucional. Una coalición contra natura, aunque sea exclusivamente para disolver las Cortes, representa un ejercicio de excepcionalidad que debe guardarse bajo siete llaves. Los socialistas lo habrían denunciado como un pucherazo; muchos votantes, tanto populares como comunistas, se habrían preguntado si aquella decisión era fiel a su voto (¿mi voto para hacer presidente a Aznar?, se preguntarían los votantes de IU; ¿presidente con el apoyo de los comunistas?, se preguntarían los populares). El sistema parlamentario es ciertamente un sistema de mandatos representativos: elegimos a los políticos antes que las políticas, pero, aceptando esta premisa, el círculo de decisiones de los representantes debe permanecer dentro de un margen de previsibilidad para sus votantes. De lo contrario, la confianza de los ciudadanos se devalúa y nuestras instituciones se resienten.

¿A qué viene agitar este fantasma?, se preguntarán algunos. Viene a cuenta de una declaración del líder de los socialistas que ha pasado relativamente desapercibida. Hace unas semanas, Sánchez declaró que si Rajoy “no aprueba los Presupuestos ni convoca elecciones, le exigiremos que se someta a una cuestión de confianza". Alguien podría pensar que se trataba de una ocurrencia más, pero en general yo prefiero aplicar el principio de la alternativa más plausible, es decir, suponer, aunque sea como hipótesis de trabajo, que detrás de cada anuncio hay un plan. Sánchez sabe que, aunque no haya Presupuestos, Rajoy no va a convocar elecciones o someterse a una cuestión de confianza porque se lo exija el líder de los socialistas (lo hará, en todo caso, si Rajoy cree que conviene a sus propios intereses).

¿Y si Sánchez presenta una moción de censura comprometiéndose a convocar elecciones? Iglesias seguramente no tendría más remedio que apoyarla

¿Qué hará entonces Sánchez si no hay Presupuestos y Rajoy no atiende su petición? El siguiente paso lógico sería presentar una moción de censura, pero ya sabemos que los números son complicados para los socialistas: para que salga adelante, necesitan el apoyo de los partidos independentistas, algo tóxico en la actual coyuntura política. Sánchez podría entonces presentar una moción a sabiendas de que va a perderla, pero es una jugada arriesgada (los paralelismos con Hernández Mancha serían demasiado gruesos). Pero ¿y si Sánchez presenta una moción de censura comprometiéndose a convocar elecciones de forma inmediata? Iglesias, por una vez pillado a contrapié por los socialistas, seguramente no tendría más remedio que apoyarla. Los partidos independentistas verían con entusiasmo un poco de jaleo en Madrid y tal vez la apoyarían sin condiciones ('blanqueando' así su voto favorable). Pero incluso si sumamos el apoyo de los catalanes y los de Bildu, solo se alcanzan 175 diputados. Faltaría un diputado más para desequilibrar la balanza. ¿Se prestarían PNV o Coalición Canaria a darlo? Aquí el cálculo es más complejo: pero si el PNV acaba de rechazar los Presupuestos de Rajoy (es la premisa de todo este enredo), tendría complicado negar su apoyo a Sánchez para derribar al Gobierno. Y, finalmente, los socialistas disfrutarían de la iniciativa política por primera vez en esta legislatura, y aunque solo fuese por unas horas o días, Sánchez entraría en el Palacio de la Moncloa para organizar desde allí las próximas elecciones.

¿Es todo una elucubración febril de un columnista al que se le han hecho largas las vacaciones de Semana Santa? Puede ser, pero por si acaso, si finalmente durante las próximas semanas Rajoy no consigue aprobar sus Presupuestos, yo iría rescatando de la hemeroteca las cartas que se cruzaron hace más de 20 años Aznar y Anguita. Allí está todo escrito.

Seguramente la legislatura que transcurrió entre junio de 1993 y marzo de 1996 (la última de Felipe González) fue el periodo más negro de nuestra etapa democrática. Un director de la Guardia Civil se fugó por medio mundo antes de que lo capturase un misterioso Capitán Khan; en apenas seis meses dimitieron tres ministros por tres escándalos distintos (entonces todavía se dimitía); el líder de la oposición se salvó milagrosamente de un atentado de ETA, y la propia política antiterrorista se convirtió en carne de contienda electoral.

José María Aznar