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Manuela Carmena: la mujer de las mil caras
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Isidoro Tapia

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Manuela Carmena: la mujer de las mil caras

La actual alcaldesa de Madrid es una política camaleónica. ¿Cuál es su verdadero rostro? Algunas pistas asoman en un libro de reciente publicación

Foto: La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. (EFE)
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. (EFE)

Se decía que en la pared del despacho de Enrique Tierno Galván colgaba un cuadro con dos caras. Por un lado, un retrato de Carlos Marx. En el reverso, otro del papa Juan XXIII. Dependiendo de quién fuese su interlocutor, Tierno mostraba un retrato o el otro. También Manuela Carmena, la actual alcaldesa de Madrid, es una política camaleónica. ¿Cuál es su verdadero rostro? Algunas pistas aparecen en un libro de reciente publicación.

De vez en cuando, cae un libro en tus manos que se queda retumbando en tu cabeza después de haberlo leído. 'A finales de enero', de Javier Padilla, ganador del Premio Comillas de historia, es uno de ellos. Padilla recrea uno de los periodos más convulsos de nuestra historia reciente: el que media entre la muerte de Enrique Ruano en 1969, mientras era custodiado por agentes de la policía (que el régimen franquista presentó como un suicidio, una versión muy dudosa), y el asesinato de Javier Sauquillo a manos de pistoleros de ultraderecha en un despacho de abogados de la calle de Atocha, en 1977. Del segundo atentado también sería víctima, aunque milagrosamente salvase su vida, Dolores (Lola) Sánchez, mujer de Javier, y antes novia de Enrique. No es por tanto ninguna exageración que el libro se presente como “la historia de amor más trágica de la Transición”.

De vez en cuando, cae un libro en tus manos que se queda retumbando en tu cabeza tras haberlo leído. 'A finales de enero', de Javier Padilla, es uno

En realidad, la historia va mucho más allá de este trágico, casi shakesperiano, drama personal. El libro de Padilla es un retrato de la historia de España. De la España que hoy conocemos, con sus (muchos) avances y sus (algunas) miserias. A pesar de su juventud, Padilla demuestra algunos de los registros de los mejores historiadores: en la narración, da un paso atrás dejando que sean los protagonistas los que hablen, mientras él solo interviene para señalar sus contradicciones (como cuando señala lo inverosímil de que fuese el psicólogo Carlos Castilla del Pino quien comunicase a Lola la muerte de Enrique) o para contextualizar a los personajes dentro de aquella época. Cuando Padilla interviene, lo hace con una prosa a veces sobria, otras colorida ("No siempre tiene uno la oportunidad de enamorarse mientras salva el mundo"; “Era más rentable sexual y socialmente ser rebelde que obrero"), pero siempre apropiada para mantener la tensión narrativa.

placeholder 'A finales a enero', de Javier Padilla.
'A finales a enero', de Javier Padilla.

El libro hace un recorrido por los principales hitos de la Transición: las protestas universitarias, el concierto de Raimon, el papel de los 'felipes' (la FLP, una organización universitaria a la que pertenecían los protagonistas, situada a la izquierda del Partido Comunista, y que como dice Joaquín Leguina, también integrante de ella, “moriría de un empacho de mayo del 68”), el propio atentado de Atocha, o la posterior legalización del Partido Comunista, hechos que en la memoria de Lola Sánchez siempre estuvieron relacionados, bajo la sombra de una mano negra que Lola siempre atribuyó, con más obsesión que evidencias, a Santiago Carrillo, una figura que representaba todo lo que Lola despreciaba: la disciplina en la acción, la elasticidad de los principios, siempre la postergación del futuro en nombre del presente. Al contrario que la mayor parte de su entorno, que lo celebra con jolgorio, Lola se muestra taciturna tras la muerte de Franco: “¿Para qué hemos muerto?”, se pregunta.


Manuela Carmena era la titular del despacho de abogados que asaltaron los pistoleros fascistas una fría tarde de finales de enero. Por una mera casualidad, Carmena no se encontraba en el despacho de Atocha 55, el escenario de la matanza. Por falta de espacio, Carmena trasladó aquel día una reunión a un anexo del despacho, situado en la calle Atocha 49. Gracias a ello, Carmena (y otra decena de personas) esquivaron el reguero de sangre y pólvora que se llevó por delante la vida de cinco compañeros y amigos (entre ellos Javier), y dejó maltrecha la vida de otros cuatro, incluida Lola.

Manuela Carmena era la titular del despacho de abogados que asaltaron los pistoleros fascistas una fría tarde de finales de enero. No se encontraba allí

No es la única coincidencia entre la actual alcaldesa de Madrid y los protagonistas de esta historia. Todos procedían de familias acomodadas del franquismo, eran en cierto modo hijos de los vencedores que rompían con el régimen franquista como quien corta el cordón umbilical. Carmena, como Enrique, como Javier, como Lola, era también persona con una profunda sensibilidad social. Enrique murió demasiado joven (Padilla cita a Baltasar Gracián: "La muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto"), pero Lola y Javier trabajaron durante años levantando los movimientos vecinales en Madrid, mientras Carmena dedicaría gran parte de su carrera profesional a defender los derechos laborales de los trabajadores, conquistados peldaño a peldaño a lo largo de las últimas décadas.

También Carmena, Enrique, Javier y Lola se caracterizaban (se caracteriza todavía, en el caso de la alcaldesa) por un hondo dogmatismo político. Dogmatismo en el fondo, más allá de la suavidad (las magdalenas) en las formas. "La historia de la oposición al franquismo es la historia de un fracaso", dice Padilla. Y no solo porque Franco muriese en la cama, sino porque fue un fracaso doble: Carmena, Enrique, Javier o Lola también perdieron en la Transición. Como bien señala Padilla, las tendencias ideológicas que triunfaron una década más tarde, la socialdemocracia, el liberalismo o el conservadurismo democristiano, eran marginales en la universidad española y en la oposición antifranquista.

Foto: Atentado contra Carrero Blanco en 1973. (EFE)
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El fracaso de esta generación de opositores duros al franquismo fue el triunfo de todos los españoles. Porque si algo caracteriza la Transición española, es que no hubo vencedores ni tampoco vencidos. En Portugal, el derrocamiento del régimen de Salazar se produjo por un pronunciamiento militar, y los militares mantendrían su vigilante influencia en la vida política portuguesa durante décadas. En muchos países de la antigua órbita comunista, los colectivos que habían liderado la oposición lideraron también (normalmente por periodos demasiado largos o con un control demasiado absoluto) la transición a las democracias. En nuestro país, ocurrió lo mismo a nivel autonómico: los partidos que encarnaron la reivindicación autonomista, los nacionalistas vascos en el País Vasco, Convergència en Cataluña o los socialistas en Andalucía, disfrutaron del monopolio del poder durante décadas.

Lo atípico de la Transición española es que quien la hizo, Adolfo Suárez (él sí un verdadero héroe de la retirada), duró apenas un suspiro al frente del barco, su partido político se descompuso con su presidencia y quienes recogieron el testigo con una mayoría apabullante, los socialistas, habían sido un grupo minoritario dentro de la oposición al franquismo.

Lo atípico de la Transición española es que quien la hizo, Adolfo Suárez (él sí un verdadero héroe de la retirada), duró apenas un suspiro al frente del barco

La Transición española fue una historia de perdedores, de derrotas y de retiradas. Dejó un reguero de mucho dolor (como señala Padilla, entre 1975 y 1982, hubo 504 víctimas mortales, lo que convierte la Transición española en la más violenta de Europa, tan solo por detrás de Rumanía), un sistema político imperfecto, con más dudas que certezas. Y nos ha dejado también una curiosa paradoja: que las posiciones políticas más dogmáticas e intransigentes, las que quedaron arrinconadas durante la Transición por su incapacidad para tejer compromisos y llegar a acuerdos, se presenten ahora con el ropaje de la transversalidad política. Manuela Carmena es el mejor ejemplo de ello. ¿Lobo o cordero? ¿Magdalenas o jarabe de palo? En realidad, todas las cosas al mismo tiempo. Porque lo que importa es el lado desde el que se mire a Carmena.

Se decía que en la pared del despacho de Enrique Tierno Galván colgaba un cuadro con dos caras. Por un lado, un retrato de Carlos Marx. En el reverso, otro del papa Juan XXIII. Dependiendo de quién fuese su interlocutor, Tierno mostraba un retrato o el otro. También Manuela Carmena, la actual alcaldesa de Madrid, es una política camaleónica. ¿Cuál es su verdadero rostro? Algunas pistas aparecen en un libro de reciente publicación.

Manuela Carmena