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Los renglones torcidos del resultado electoral
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Isidoro Tapia

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Los renglones torcidos del resultado electoral

Las elecciones autonómicas y municipales, gracias a la mayor proximidad de candidatos y electores, tienen un punto de autenticidad

Foto: Ciudadanos debería tomarse un tiempo para diseñar su estrategia a medio plazo. (EFE)
Ciudadanos debería tomarse un tiempo para diseñar su estrategia a medio plazo. (EFE)

Aunque a veces caigamos en el fetichismo al repasar episodios políticos del pasado (seguramente Kennedy no ganó las elecciones porque Nixon sudase en el debate en televisión, ni Clinton por tocar el saxo en el programa de Arsenio Hall), hay otros que pegan un volantazo al rumbo de los acontecimientos. A estas alturas, parece claro que la moción de censura que desalojó a Rajoy de la Moncloa fue uno de ellos. Porque ha producido en nuestro país un vuelco político sin precedentes, que el superdomingo electoral no ha hecho sino confirmar.

He criticado muchas veces las circunstancias de aquella moción, y todavía albergo dudas sobre que haya tenido un efecto verdaderamente regenerador sobre la política española. Pero resulta ya innegable que ha sido uno de los golpes más audaces, y a su vez más efectivos, que se han dado en la política española en muchos años. Un año después de aquella moción, el PSOE ha confirmado la victoria en las generales imponiéndose en la triple convocatoria electoral, y en algunos casos (especialmente en las europeas, donde la circunscripción única hace más fácil la interpretación del resultado electoral) su triunfo ha estado por encima de las expectativas.

Foto: Pablo Casado, junto a los candidatos populares, tras conocer los resultados electorales. (EFE)

Por su parte, las elecciones autonómicas y municipales, gracias a la mayor proximidad de candidatos y electores, tienen un punto de autenticidad: los ciudadanos ponen nota, con su voto, a la acera que pisan todos los días, o a las farolas que alumbran sus calles. Quizás el expresidente Rajoy se refería a esto en una de sus frases más memorables: "Es el vecino el que elige el alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos, el alcalde". La primera interpretación siempre en unas municipales debe ser que el candidato es el factor más importante.

Que el alcalde de Cádiz haya reforzado su mayoría, subiendo del 28% al 45% hasta rozar la mayoría absoluta, mientras en cambio Manuela Carmena vaya a perder la alcaldía de Madrid, o Ada Colau la de Barcelona, se explica antes por factores locales que nacionales. Mejor les hubiese ido tanto a Carmena como a Colau dedicando sus desvelos a madrileños y barceloneses, respectivamente, en lugar de ambicionar sin disimulo un perfil político de proyección nacional. Probablemente, haya sido esa dedicación a sus menesteres locales la que mejor explique la victoria del alcalde de Cádiz.

Más allá del mapa de cada municipio, el resultado electoral también dibuja corrientes de fondo en la política española. La primera es la victoria socialista y el desfonde de Podemos. Deberíamos, no obstante, tener cuidado al colegir que este resultado debilita las opciones de un Gobierno de coalición; seguramente un Pablo Iglesias herido sea más consciente que nunca de que su supervivencia política pasa por tener acceso directo al BOE. Y está por ver que los socialistas tengan cartas para resistir un órdago del líder de Podemos.

Iglesias ha sido el mayor damnificado de la noche electoral, pero está por ver si esta debilidad la usa a su favor en su intento por entrar en el Gobierno

La segunda corriente de fondo es la que afecta a la derecha. Vox se ha venido abajo respecto a su resultado en las generales (que ya estuvo por debajo de algunas expectativas): en las elecciones europeas, su apoyo se ha reducido a la mitad, y a la vista de los resultados parece que la mayor parte del voto que ha perdido Vox ha vuelto al Partido Popular, que ha conseguido de esta manera ensanchar la ventaja respecto a Ciudadanos, que se ha quedado lejos del sorpaso. El resultado del 26-M debería ser también un importante toque de atención para la formación naranja. La estrategia de jugarse a una sola carta (desplazar al PP como fuerza hegemónica en el centro derecha) su futuro político está salpicada de riesgos. Al no haber culminado este sorpaso, y abrirse ahora un periodo de glaciación electoral (las únicas elecciones en el horizonte son las vascas y gallegas en el otoño de 2020, y podría suceder que ni en 2021 ni 2022 hubiese citas con las urnas), Ciudadanos debería tomarse un tiempo para diseñar su estrategia a medio plazo. En mi opinión, mal haría limitándose a apuntalar los gobiernos del PP en lugar de recuperar un eje de transversalidad cuando así lo justifiquen la necesaria regeneración política (como sería el caso de Castilla y León) o la elección entre el menor de dos males (como Aragón). Ambos factores, por cierto, habían sido hasta ahora decisivos en la formación naranja para decidir su política de alianzas.

Así que el mejor resumen de las elecciones es que el resultado parece escrito con renglones torcidos: para los socialistas, una victoria rotunda que sin embargo no les ha permitido recuperar ninguna plaza emblemática, sino que, por el contrario, seguramente se traduzca en un retroceso de su poder territorial. En particular, en la Comunidad de Madrid, si los socialistas no han conseguido acceder al Gobierno en las condiciones más favorables (al rebufo de la victoria en las generales, con un candidato socialista bien valorado y una candidata popular cuya campaña ha sido errática), uno se pregunta si los socialistas alguna vez serán capaces de volver a gobernar en Madrid. Iglesias ha sido el mayor damnificado de la noche electoral, pero está por ver si esta debilidad la utiliza a su favor en su intento por entrar en el Gobierno; Ciudadanos ha salido rasguñado, aunque la aritmética electoral y el juego de las mayorías le ofrece oportunidades con las que corregir el tiro, y finalmente Casado, que parecía disfrutar en la noche electoral de la euforia propia de quien ha visto una bala mortal pasar rozándole, debería también mirar debajo de las apariencias: el centro derecha en España está ahora mismo más roto que la izquierda y sus confluencias en Madrid. Que ya es decir.

Aunque a veces caigamos en el fetichismo al repasar episodios políticos del pasado (seguramente Kennedy no ganó las elecciones porque Nixon sudase en el debate en televisión, ni Clinton por tocar el saxo en el programa de Arsenio Hall), hay otros que pegan un volantazo al rumbo de los acontecimientos. A estas alturas, parece claro que la moción de censura que desalojó a Rajoy de la Moncloa fue uno de ellos. Porque ha producido en nuestro país un vuelco político sin precedentes, que el superdomingo electoral no ha hecho sino confirmar.

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