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Las luces navideñas y el gol que metió el keniata
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Leopoldo Abadía

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Las luces navideñas y el gol que metió el keniata

Ayer paseé por Barcelona. La Diagonal, preciosa, llena de luces. Las demás calles, muy bonitas. Se acerca la Navidad.  Ha habido discusiones, porque, por el afán

Ayer paseé por Barcelona. La Diagonal, preciosa, llena de luces. Las demás calles, muy bonitas. Se acerca la Navidad.

 

Ha habido discusiones, porque, por el afán de ahorrar, el Ayuntamiento había dejado la ciudad un poco tristona el año pasado. La gente protestó y el Alcalde ha hecho caso.

En La Vanguardia, le han puesto semáforo verde, o sea, buena calificación, al Alcalde, diciendo que la iluminación navideña es “un salto adelante respecto a años anteriores y un estímulo para las ventas”. Y en un artículo del director de ese diario dice que la impresión de la gente “es ampliamente favorable” y que “los comerciantes y turistas, pese a tener dudas del incremento de ventas en las tiendas por la crisis económica, sí que creen que (las luces) ayudarán a crear ambiente navideño”.

Y el Ayuntamiento dice que “Más luz, más Navidad, más Barcelona”.

 

Pues me gusta mucho. Me encanta que una ciudad maja, agradable, simpática, como es Barcelona, se pare una vez al año y encienda las luces, muchas luces, para festejar que ha nacido el Niño Dios. Porque entiendo que eso quiere decir “más Navidad”. Y que lo de ayudar a crear el ambiente navideño va por ahí.

Y me encanta que haya frases en muchos idiomas, incluido alguno que debe ser árabe, deseándome “Bon Nadal”. Y quiero pensar que esas personas que han venido de sus países con su religión se han dado cuenta de cuál es la nuestra y la respetan. Y se integran tanto que hasta nos felicitan la Navidad.

El otro día, en Valencia, hablé sobre la interculturalidad, que es el paso siguiente a la multiculturalidad. Esta última es el fenómeno que se produce cuando hay muchas culturas juntas. Por ejemplo, en el Raval, un barrio barcelonés con personalidad muy propia, ves que hay mucha gente que no ha nacido aquí. Y corres el peligro de pensar que todos son iguales.

Pues no. El Gerente de una Fundación que ayuda en aquel barrio me decía hace poco que no todos son iguales. Que hay 19 etnias diferentes. Y cada una, en su sitio. Está la pista de básquet de los de no sé dónde. Y la calle de los comercios de otros de no sé dónde, pero de un no sé dónde distinto al anterior. Y así, hasta 19. Esos es multiculturalidad. Lo que pasa es que, si te descuidas, te encuentras con 19 etnias viviendo en 19 guetos, sin fiarse unos de otros y, pueblerinos ellos, pensando que los buenos son los de su gueto y que los otros son gente de no fiar.

El Gerente de esa Fundación me decía que, para conseguir que se traten y, si me apuráis un poco, que se respeten y, si me apuráis un poco más, que hasta se quieran algo, se le ocurrió hacer dos cosas: una, llevarles al Tibidabo y decirles: “Eso es Barcelona. Ahí es donde vivís. No os creáis que sois los únicos ni que vuestro gueto es el centro del mundo. Sois unos más, que aportáis lo que lleváis dentro. Y, además,  si conseguimos que los demás también aporten, el Raval  será una riqueza para la ciudad y no una carga”. Algo así como si les dijéramos a los de Cuenca que Cuenca es una preciosidad, pero que, visto desde Bruselas es poca cosa. Mucha cosa, si aporta. Nada, si decide ir por su cuenta.

La segunda cosa que hace mi amigo de la Fundación es organizar partidos de fútbol en los que mezcla gente de diferentes etnias en el mismo equipo. Me decía: “No sabes lo que le cuesta al filipino pasar la bola al keniata. Pero se la  acaba pasando”. Y cuando el keniata mete un gol gracias al pase del filipino, hace eso que se ve en la tele, salir corriendo con el dedo índice señalando al filipino, lo cual, en este caso, no es un gesto de mala educación, sino una manera de decir al filipino que, gracias a su pase, el equipo, no el keniata, ha metido  gol. Y repito, el equipo, no el keniata.

Pues me he enterado de que eso es la interculturalidad. O sea, es intentar que todos aportemos todo lo bueno que llevemos dentro. Ya sé que algunos parece que no llevan mucho bueno dentro, pero todos llevamos algo.

Hay interculturalidad espectacular y normal. La espectacular es la que se produce cuando yo, blanco, aporto algo al subsahariano que ha llegado en patera, que es negro. Y lo de negro no es un insulto. Es que es negro. Pero lo más espectacular viene cuando me doy cuenta de que ese subsahariano me puede aportar algo a mí. A veces, con su actitud me recordará lo que es trabajar. Otras veces, me recordará que, para vivir, no hacen falta muchas cosas que yo creía que necesitaba y no era verdad. Otras, me hablará de generosidad, ayudando a esos viejecitos españoles que, como los hijos tienen mucho trabajo, si no les ayuda el inmigrante de turno se mueren en un asilo.

La  interculturalidad normal es la normal, o sea, la mía con Esteve, mi vecino de arriba, o con Antonio, el portero de mi casa. Porque los tres tenemos diferentes culturas, o, por lo menos, diferentes formas de ver la vida. Y, si nos ayudamos unos a otros, resultará que, gracias a Antonio, soy mejor persona y que, gracias a Esteve, entiendo más cosas sobre la televisión, porque de eso, él sabe mucho.

Ya se ve que lo de las luces navideñas me ha hecho irme por las ramas, una vez  más.

Pero es que agradezco mucho que me feliciten la Navidad en idiomas exóticos, porque creo -quizá me paso de optimismo- que esos señores, que piensan de modo distinto, que rezan de modo distinto, o que no rezan en absoluto, han decidido respetar mis creencias, han encendido las luces y me felicitan porque ha nacido un Niño en Belén.

Ayer paseé por Barcelona. La Diagonal, preciosa, llena de luces. Las demás calles, muy bonitas. Se acerca la Navidad.