Es noticia
Boris Becker vende su mansión por 20 millones de euros
  1. España
  2. Diario Robinson
Matías Vallés

Diario Robinson

Por

Boris Becker vende su mansión por 20 millones de euros

He visto a Boris Becker en Mallorca alejado de las fotos. Parecía un gato enjaulado, hiperactivo, necesitado de cariño, nervioso ante la mera hipótesis de que

Foto: Boris Becker vende su mansión por 20 millones de euros
Boris Becker vende su mansión por 20 millones de euros

He visto a Boris Becker en Mallorca alejado de las fotos. Parecía un gato enjaulado, hiperactivo, necesitado de cariño, nervioso ante la mera hipótesis de que no se le haya reconocido. La primera vez que visitó la isla, a mediados de los ochenta, todavía no era un veinteañero. Por entonces, la prótesis psicológica del durísimo entrenador Ion Tiriac le ofrecía la solvencia suficiente para derrotar en Palma al mayor de los Sánchez Vicario. Con el tiempo, cumplió el ritual inevitable de sus compatriotas –desde los cancilleres Kohl o Schröder a emperadores financieros como el Wulf Bernotat de E.On o el Reinhard Mohn de Bertelsmann–, y convirtió a la isla en su paraíso vacacional.

El campeón de Wimbledon afianzaría en 1997 su relación con Mallorca, mediante la compra de Son Coll en el municipio de Artà –donde también asienta sus reales Miquel Barceló, ingresado ya en el clasicismo pictórico–. Para cerrar la operación, satisfizo unos seiscientos mil euros. El traslado del tenista a la isla vino revestido de la aureola doliente de los exiliados. Justificó la decisión en el racismo imperante en su país, que se entrometía en su relación con Barbara Feltus. En Mallorca no se cuestionan razas ni credos, sólo billeteras. Al igual que suele ocurrirles a las parejas hipotecadas, el matrimonio interracial se disolvió en el lapso entre sus primeras vacaciones hoteleras y la construcción del palacio de verano. Desde la ruptura, la estrella navega como una nave sin rumbo, de lo cual se aprovechó alguna modelo rusa.

Con estos antecedentes, en Mallorca no ha sorprendido que el Sunday Times, dominical de Rupert Murdoch, haya titulado en castellano 'Hasta la vista' –falta el 'baby' de Schwarzenegger en Terminator– una visita guiada por la finca del tenista. El resultado, si no las intenciones, es claramente promocional, y el hombre que ganó un Grand Slam a una edad más temprana que Rafa Nadal anuncia que, con gran dolor de su corazón, se desprenderá de sus posesiones a cambio de unos 20 millones de euros, por encima de los tres mil millones de pesetas antiguas. Con los beneficios de la transacción se trasladaría a Son Vida, urbanización situada en las faldas de las montañas que envuelven a Palma, y donde en su día residió Adolfo Suárez.

La venta de Son Coll era notoria en Mallorca, pero la entrevista guiada con Becker ha servido para comprobar su peculiar sentido del cumplimiento de la legislación urbanística. La propiedad incluye accesorios como una habitación de yoga… y también problemas urbanísticos difíciles de saldar. El tenista se ha inscrito en la tradición de las celebridades –Douglas, Schiffer– que han levantado sus mansiones entre controversias y sanciones económicas. En el reportaje habla con orgullo de "preservar la tradición", aunque una pista de baloncesto de tamaño real no figura entre las instalaciones de la arquitectura típica mallorquina.

Becker incurre en lo descacharrante al considerarse maltratado por la coalición de izquierdas que gobierna el municipio de Artá. La idea de un alemán que se sintiera discriminado en Mallorca equivale a la de un madridista que se sintiera fuera de sitio en el Bernabéu. El tenista aplica a su desarrollo urbanístico las ideas de Seseña o del lejano Oeste, según las cuales puedes construir lo que quieras mientras tu ampliación no invada la cocina del vecino. Como tantos otros deportistas que le precedieron, el campeón no ha tenido suerte con las mujeres ni con las casas. Mientras aclara su futuro inmobiliario, pasea por hoteles como Dorint o Mardavall, donde ahora puede coincidir con Alberto Aza, de la Casa del Rey.

He visto a Boris Becker en Mallorca alejado de las fotos. Parecía un gato enjaulado, hiperactivo, necesitado de cariño, nervioso ante la mera hipótesis de que no se le haya reconocido. La primera vez que visitó la isla, a mediados de los ochenta, todavía no era un veinteañero. Por entonces, la prótesis psicológica del durísimo entrenador Ion Tiriac le ofrecía la solvencia suficiente para derrotar en Palma al mayor de los Sánchez Vicario. Con el tiempo, cumplió el ritual inevitable de sus compatriotas –desde los cancilleres Kohl o Schröder a emperadores financieros como el Wulf Bernotat de E.On o el Reinhard Mohn de Bertelsmann–, y convirtió a la isla en su paraíso vacacional.