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Un adiós desde la isla ‘chic’
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Matías Vallés

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Un adiós desde la isla ‘chic’

No vamos a reivindicar un exceso de autonomía en la hora del adiós, pero la prensa nacional ofrece al año menos información de Mallorca que la

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Un adiós desde la isla ‘chic’

No vamos a reivindicar un exceso de autonomía en la hora del adiós, pero la prensa nacional ofrece al año menos información de Mallorca que la internacional. Centenares de páginas, la mitad con denuncias sobre deficiencias generalmente higiénicas -el agua de las piscinas o las playas-, y la otra mitad con la pretensión de descubrir la isla secreta, que mantiene su encanto por encima de los diez millones de turistas anuales. El interés mundial se transforma en una obsesión en el caso de Ibiza. Se puede afirmar sin exageración que ninguna publicación planetaria que se precie puede dejar que pase un año sin dedicar algunas de sus páginas a la exaltación del ocio que simboliza el territorio ibicenco.

Cuando las Baleares desean evaluar su cotización, no miran hacia Madrid, sino a Londres y Nueva York. Cuando el verano se cierra con la actriz Goldie Hawn paseando por el feudo habitual de Claudia Schiffer y Michael Schumacher, la prensa mundial ha emitido su veredicto. Mallorca es 'chic' y, más concretamente, 'rustic chic'. Ibiza también es 'chic', pero 'hippie chic'. Así lo han decretado respectivamente uno de los dominicales más importantes de Europa –el Sunday Times londinense de Rupert Murdoch– y de Estados Unidos –el New York Times de la familia Sulzberger, aunque no podemos descartar que Murdoch también se lo compre un día de éstos.

La evocación del rusticismo sería ofensiva para otras geografías, pero sienta balsámica en una isla multitudinaria, la cuna del turismo industrializado. Al acuñar su 'rustic chic', el Sunday Times repasaba los hoteles campestres que han florecido en los últimos años, y que parecen inverosímiles al asociarlos con el nombre de Mallorca. Estos coquetos establecimientos se separan de los existentes en otras autonomías por sus precios, que pueden provocar más de un escalofrío. La rehabilitación hostelera de una finca rural o un palacio urbano es uno de los procesos más frecuentes en la isla. Por no hablar de los miles de residencias que se convierten en hoteles ilegales, con las transacciones correspondientes realizadas en el extranjero, al margen por completo del fisco español.

Sin ir más lejos, el londinense Daily Telegraph –el gran rival del Times de Murdoch– informaba el pasado sábado de "Una revolución palaciega en la Palma histórica". Debajo de ese ocurrente titular, narraba la transformación de las casas señoriales, a menudo con propósitos turísticos. El mercado comprador se halla en el extranjero, si descontamos ocasionalmente a un Jaume Matas que se compra un palacete y le cuesta el cargo. Al margen del asunto inmobiliario concreto, queda verificado que, para informarse sobre lo que ocurre en Mallorca, basta con leer la prensa extranjera.

Respecto a Ibiza, el New York Times dictaminó con sus aires inabordables que "entra en contacto con sus raíces hippie-chic". Se trataría de una regeneración de las esencias, aunque podríamos preguntarnos cuántas ibizas caben en una isla tan pequeña. De hecho, el rotativo neoyorquino se alarmaba ante la difícil convivencia del espíritu tradicional con el alud de autopistas de ocho carriles, clubes náuticos y campos de golf. Las islas abarcan todas las contradicciones, y quizás sólo este pandemónium las haga irresistibles. Ahora cierran por fin de vacaciones, puesto que el otoño es el secreto mejor guardado de Mallorca.

No vamos a reivindicar un exceso de autonomía en la hora del adiós, pero la prensa nacional ofrece al año menos información de Mallorca que la internacional. Centenares de páginas, la mitad con denuncias sobre deficiencias generalmente higiénicas -el agua de las piscinas o las playas-, y la otra mitad con la pretensión de descubrir la isla secreta, que mantiene su encanto por encima de los diez millones de turistas anuales. El interés mundial se transforma en una obsesión en el caso de Ibiza. Se puede afirmar sin exageración que ninguna publicación planetaria que se precie puede dejar que pase un año sin dedicar algunas de sus páginas a la exaltación del ocio que simboliza el territorio ibicenco.