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Me asomo a la ventana, y ya no está el chico de ayer
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Me asomo a la ventana, y ya no está el chico de ayer

En cierta ocasión le escuché a un cura decir que Dios era amigo de los canallas, de los buenos canallas, esos que pecan como descosidos pero

En cierta ocasión le escuché a un cura decir que Dios era amigo de los canallas, de los buenos canallas, esos que pecan como descosidos pero en cuyos corazones rebosan el amor y la bondad. Y la ternura. Antonio Vega fue un gran canalla, de esos con los que uno se fundiría en un intenso abrazo si se los encontrara tomando una cerveza en cualquier bar de Malasaña. Hoy Antonio Vega está en los cielos, seguro. No me cabe la menor duda, y hará un dueto con Enrique Urquijo y los dos tocarán Ojos de Gata y Chica de Ayer para que tantos y tantos hijos de la movida que por una u otra razón han abandonado este triste lugar llamado tierra y moran donde las almas se transforman en seres visibles, vuelvan a vivir el instante eterno que acompaña a cada una de sus notas, a cada una de sus letras.

“Un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar en un mundo descomunal”, escribía Antonio en Lucha de Gigantes. No sé si era premonitorio, quizá sí, quizá no, pero él era un gigante en permanente duelo consigo mismo. “En la esquina de una calle se paró. En su casa aún no saben que escapó”. Cada estrofa, cada rasgueo de guitarra me rompe un poco el corazón. Llevo dos días escuchando como un descosido ‘Chica de Ayer’ en una de las últimas versiones que grabó Antonio, un disco en directo, Básico, y su voz rota ya anuncia que su garganta ha sido víctima de tantos años de descontrol, pero quizá por eso suena como nunca, intensa, dura y a la vez hermosa y suave. ¡Joder!, es que uno es parte de aquello y cuando se va el segundo de sus ídolos, el único que junto a Enrique Urquijo ha sabido pulsar la fibra sensible y hacerlo con una envidiable maestría, que quieren que les diga, me llega al alma y pienso que ya nos vamos haciendo viejos y nuestras guitarras empiezan a criar malvas en un rincón oscuro de una olvidada buhardilla.

Me asomo a la ventana y ya no está el chico de ayer, ese galán de voz suave y letras armoniosas, ese genio a cuya locura daban aliento el silencio, la brisa y la cordura. Antonio Vega se ha ido y se ha llevado un poco de todos los que sufrimos, vivimos, amamos, gozamos y lloramos con su música y su pasión. No sé que ha sido lo que se lo ha llevado, aunque imagino que como le ocurriera a Enrique Urquijo había vivido demasiado intensamente lo que otros vivimos en dosis más escasas. Aquello que se llamó la movida fue una explosión de libertad, pero también de excesos propios de una época en la que los que entonces no llegábamos a las dos décadas necesitábamos dar rienda suelta a todo lo que se nos había estado prohibiendo bajo la dictadura. Sexo, droga y rock’n’roll. Era difícil escaparse a esa peligrosa combinación cuyas poderosas redes eran capaces de atrapar al más timorato, y si encima alguno de ellos se podía permitir el lujo de subirse a un escenario en un pueblo con mar, era lógico que cualquier noche después del concierto acabara en la barra del único bar abierto y en los brazos de una camarera con ojos de gata, borrachos como cubas, después de cantar al piano del amanecer todo su repertorio. Si, ya sé que no es suya esa canción, pero podría serlo porque Enrique y Antonio compartían una sensibilidad muy parecida, los dos amaron como poca gente puede decir que ha amado, y los dos vivieron la vida en medio de una tormenta de sueños y pesadillas. Y al lado de los dos hubo siempre un paño de lágrimas que hoy lloran en silencio sus ausencias. Margarita, “mujer hecha de algodón, mujer de risas y llantos, mujer toda de un gesto tallado en pluma, mujer”.

¿Por qué escribo yo esto? Verán, desde que Antonio se fue hace un par de días siento un pequeño vacío que solo consigo llenar con música, con su música, con la música de otros que formaron parte de aquella intensa vivencia juvenil. Es difícil de explicar porque no creo que nunca vuelva a repetirse una época como aquella ni se vuelva a dar cita una generación de músicos tan brillante, tan sobrada de talento y tan falta de cordura. Durante años frecuente casi a diario uno de los templos de la movida, el Honky Tonk, en la calle Covarrubias. Iba allí cada noche, unas veces acompañado, otras solo, pero siempre encontraba allí alguien con quien compartir una cerveza mientras la música fluía por nuestras venas. Casi siempre había un grupo tocando, unas veces mejor, otras no tanto, pero cuando una noche fallaba la actuación por allí andaban Ramón Arrollo, el Maestro Reverendo -le conocerán por sus actuaciones amenizando el Caiga quien Caiga de tiempos de Wyoming- y otros cuyo nombre no me acuerdo como ese tipo alto que salía también en el programa de Wyoming y que tocaba -y toca, supongo- la guitarra como los ángeles. En una ocasión comenzaron una jam session y hacía falta que alguien se sumara con una  guitarra de acompañamiento. Hice lo que pude, pero acabamos a las seis de la mañana con los dedos marcados por los surcos de las cuerdas y las gargantas rotas del humo del tabaco, el alcohol y los berridos. Por eso me duele perder las referencias de aquel tiempo, por eso las lágrimas me rompen las esquinas de los párpados cuando escucho esa voz en mis oídos: “Quiero decirte, quiero decirte que mi adiós no fue huir del follón. Quiero que entiendas, quiero que entiendas que ha de haber un par, para ser dos”. Adiós, Antonio Vega, que ya estás en los cielos.

En cierta ocasión le escuché a un cura decir que Dios era amigo de los canallas, de los buenos canallas, esos que pecan como descosidos pero en cuyos corazones rebosan el amor y la bondad. Y la ternura. Antonio Vega fue un gran canalla, de esos con los que uno se fundiría en un intenso abrazo si se los encontrara tomando una cerveza en cualquier bar de Malasaña. Hoy Antonio Vega está en los cielos, seguro. No me cabe la menor duda, y hará un dueto con Enrique Urquijo y los dos tocarán Ojos de Gata y Chica de Ayer para que tantos y tantos hijos de la movida que por una u otra razón han abandonado este triste lugar llamado tierra y moran donde las almas se transforman en seres visibles, vuelvan a vivir el instante eterno que acompaña a cada una de sus notas, a cada una de sus letras.