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De la soledad de Zapatero y ‘El motín del Caine’
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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De la soledad de Zapatero y ‘El motín del Caine’

Cierto que en poco puede parecerse Rodríguez al genial Humprey Bogart, pero sí que hay uno de sus personajes que a la vista de lo que

Cierto que en poco puede parecerse Rodríguez al genial Humprey Bogart, pero sí que hay uno de sus personajes que a la vista de lo que ocurre en este país podría tener cierto parangón con el presidente del Gobierno. Se trata del capitán Queeg, aquel hombre a mando de un navío que acabó encerrado por sus propios hombres tras un motín a bordo. Me vino a la memoria la magnífica película de Edward Dmytryk, adaptación de la novela de Herman Wouk, cuando el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados un Mariano Rajoy investido de una primordial solemnidad se dirigió a los bancos de la izquierda de la Cámara y les conminó: “Ustedes, que ganaron las elecciones, que tienen una mayoría legítima en esta cámara, que con esa mayoría y con ningún voto más, invistieron como presidente de gobierno al señor Rodríguez Zapatero, reconsideren su posición”. Y cuando un poco más adelante, al final de su turno de réplica, insistió ante esos mismos diputados para recordarles que si el presidente no rectifica, “también tienen una responsabilidad ante la nación”. La responsabilidad de cambiar las cosas.

 

Quizá a fecha de hoy ese recurso de Rajoy pueda parecer una exageración, o como el propio Rodríguez dijo en su turno de réplica a Rajoy, una falta de coraje para presentar una moción de censura, pero lo cierto es que lejos de ser esas cosas la intención de Rajoy tenía mucho más contenido de fondo que de forma. Tal y como está establecida la moción de censura en nuestro país, la misma no responde a la motivación que indica su nombre ya que realmente se convierte en un examen a quien la presenta que muy difícilmente tiene posibilidad de ganarla, luego si de lo que se trata es de introducir un cambio de rumbo en un política errática y que se está demostrando equivocada hasta el punto de que la ciudadanía así lo percibe y por eso castiga al PSOE en las encuestas –y lo hará en las siguientes convocatorias electorales-, las únicas alternativas pasan porque Rodríguez convoque elecciones o que quienes le votaron modifiquen su decisión.

Lo primero es como pretender que el capitán Queeg, superado por la tormenta, incapaz de tomar las decisiones justas, en un arranque de responsabilidad y sentido común dejara el mando del barco a alguno de los suyos. En lo que recuerda Rodríguez a Queeg es, precisamente, en eso, en que el personaje que encarnó Bogart era un paranoico, un hombre que quiso cambiarlo todo hasta el punto de conminar a sus hombres con aquella frase mítica: “En este barco hay cuatro maneras de hacer las cosas: la buena, la mala, la de la Marina y la mía”. Rodríguez ha ejercido un poder sobredimensionado durante todo este tiempo, ha sometido todo lo que le rodeaba a sus exigencias y a sus designios hasta el punto de haber desnaturalizado la esencia misma de la democracia y la división de poderes. Pero, sobre todo, se ha movido sobre esa “estrecha senda de decisiones justas y de buena suerte, que bordea un abismo sombrío de posibles errores”, en el que ha caído finalmente cuando la tormenta se ha echado encima del navío sin posibilidad alguna de escape.

La tormenta de Rodríguez se llama crisis económica y ha actuado, al igual que la tormenta de El Motín del Caine, como el detonante que ha puesto de manifiesto lo peor de la conducta del capitán que dirige esta nave, enfrentándole a sus peores decisiones, conduciéndole a sus mayores errores y equivocaciones.

Rajoy exige un golpe de timón

En la medida en que Queeg se niega a reconocerlos y asumir su responsabilidad, sus compañeros deciden dar un golpe de timón y relevarle de cargo. ¿Tenían motivos? Si. También los tienen quienes ahora apoyan a Rodríguez, y una enorme responsabilidad ante el país. Si algo dejó claro el debate del pasado miércoles es que Rodríguez sigue instalado en la exaltación de sus propios errores, que sigue empeñado en convencerse y convencernos de que gracias a él lo peor ha pasado ya y lo mejor está por llegar, que como el capitán Queeg ha contado todas y cada una de las fresas que hay en el armario y ante la sospecha de que alguien –en este caso el PP- ha podido robar algunas, exige que sus hombres se desnuden y abran las puertas de sus armarios en esa comisión sacada de la chistera de las improvisaciones y con la que pretende hacernos creer que de esa manera todo se arreglará y volverá a encauzarse por el camino correcto de la recuperación y la creación de empleo.

Mentira, como ha puesto de manifiesto el último informe del Banco de España que no es precisamente un organismo enemigo del Gobierno. La realidad es que seguimos instalados en la misma recesión, sin que nada de lo que hace el Gobierno, sin que el rumbo que ha ordenado el capitán de la nave nos lleve a puerto seguro.

¿Hará caso la bancada socialista de la exigencia de Rajoy? Hoy no, sin lugar a dudas, pero no es menos cierto que detrás de la fachada disciplinaria que esa bancada presenta como un aparente muro de cemento armado, las columnas del edificio se resquebrajan a modo de comentarios en tertulias y confidencias de pasillo, por no decir que algunos críticos empiezan ya a tener claro que con Rodríguez es imposible que el PSOE pueda llegar a algún sitio seguro. Habrá que esperar todavía unos meses antes de que las palabras de Rajoy vuelvan a sonar en nuestros oídos con mucho mayor sentido del que pudieron ofrecernos el pasado miércoles, pero la propia reacción de Rodríguez y los gestos encubiertos de algunos de sus diputados pusieron de manifiesto que Rajoy había tocado una tecla acertada. Quizás ese sea el mayor riesgo que corre Rodríguez Zapatero, un capitán solitario bajo una falsa apariencia de sociabilidad al mando de un partido que se resiste a perder el poder y que cuando vea que esa pérdida es más que inevitable, a lo mejor se plantea seriamente la idea de cambiar de timonel. Claro que quizás para entonces puede ser demasiado tarde. O no.

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Cierto que en poco puede parecerse Rodríguez al genial Humprey Bogart, pero sí que hay uno de sus personajes que a la vista de lo que ocurre en este país podría tener cierto parangón con el presidente del Gobierno. Se trata del capitán Queeg, aquel hombre a mando de un navío que acabó encerrado por sus propios hombres tras un motín a bordo. Me vino a la memoria la magnífica película de Edward Dmytryk, adaptación de la novela de Herman Wouk, cuando el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados un Mariano Rajoy investido de una primordial solemnidad se dirigió a los bancos de la izquierda de la Cámara y les conminó: “Ustedes, que ganaron las elecciones, que tienen una mayoría legítima en esta cámara, que con esa mayoría y con ningún voto más, invistieron como presidente de gobierno al señor Rodríguez Zapatero, reconsideren su posición”. Y cuando un poco más adelante, al final de su turno de réplica, insistió ante esos mismos diputados para recordarles que si el presidente no rectifica, “también tienen una responsabilidad ante la nación”. La responsabilidad de cambiar las cosas.

Mariano Rajoy Debate Estado de la Nación