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Sobre el bikini de Leire Pajín y el derecho a la intimidad
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Sobre el bikini de Leire Pajín y el derecho a la intimidad

“El primer criterio de un periódico responsable como The New York Times se basará siempre en lo que sus lectores necesitan saber sobre su mundo durante

“El primer criterio de un periódico responsable como The New York Times se basará siempre en lo que sus lectores necesitan saber sobre su mundo durante el curso del día -los acontecimientos que, de un modo u otro, pueden afectar a su salud, su bolsillo o su futuro y el de sus hijos-. El criterio básico del tabloide es aquello que ‘interesa’ a sus lectores -chismorreos, sexo y escándalos-”. Las palabras de Walter Cronkite en sus Memorias de un reportero reproducen fielmente el viejo dilema entre información y cotilleo, entre el periodismo serio y la carnaza que los medios ofrecen al público en numerosos programas de televisión y en, por qué no decirlo, no pocas páginas de los rotativos de papel y en las ediciones digitales.

Ayer este debate volvió a ponerse sobre la mesa, y no por alguno de los reiterados escándalos a los que nos tienen acostumbrados los habituales de las revistas del corazón, sino por la aparición en el diario El Mundo de unas fotos robadas de la ministra Leire Pajín luciendo bikini en Menorca durante un par de días de asueto con sus padres en la isla. El propio director del periódico, Pedro J. Ramírez, se encargó de generar la polémica en Twitter al preguntarse qué tenía que haber hecho al encontrarse esas fotos encima de su mesa.

¿Qué tenía que haber hecho? No publicarlas. O llamar a la interfecta y preguntarle si tenía algún inconveniente en que lo hiciera. Este no es un debate sobre la libertad de información o de opinión, en la medida en que a los ciudadanos las fotos de Pajín en bikini no nos aportan absolutamente nada. Si acaso, lo único relevante es que la ministra estaba pasando unos días de descanso, y eso se podía contar en unas líneas sin necesidad de enseñarnos sus carnes sin el consentimiento previo de la dueña de las mismas.

La diferencia entre un periódico serio y un periódico sensacionalista está precisamente en eso, en saber diferenciar la información que verdaderamente es relevante para la opinión pública porque afecta a su vida tanto desde el punto de vista individual como colectivo, de aquello que simplemente interesa por razones inocuas. Razones inocuas para los demás, pero no para la propia interesada, que fue objeto de escarnio en la plaza pública de las redes sociales y llegó a ser ayer TT en Twitter a cuenta de su figura embutida en un dos piezas. Luego si informativamente el reportaje gráfico no nos aporta nada, mas allá de la contemplación de un físico que se encuentra dentro de la media -a ver cuántos de los que se ríen en las redes sociales pueden presumir de tener el cuerpo de Ronaldo o de Irina Shaek-, la única razón del mismo solo puede ser esa, la de hacer un daño innecesario y buscar una falsa polémica.

Nunca un medio o un periodista debería invadir la intimidad de un personaje público, salvo en aquellos casos (que son unos cuantos) en los que estos personajes públicos comercien y hagan negocio precisamente con su intimidad

Y en periodismo no vale todo, por más que muchos se empeñen en ello. Hay razones más que suficientes para estar en un profundo desacuerdo con la ministra Pajín: desde la Ley de Muerte Digna hasta su posición sobre el crimen del aborto, pasando por su descabellada posición sobre la igualdad de género convertida casi en religión de Estado… Se la puede criticar por la situación real de la sanidad española y por estar preocupada de cuestiones menores en lugar de ponerse manos a la obra a resolver el problema del déficit sanitario… Nos hemos reído, por qué no decirlo, de algunas de sus intervenciones públicas como aquella famosa de la conjunción planetaria que ha dado lugar a una de las consecuciones de sketches más populares de la televisión, Los Pajinianos en Los Clones de Intereconomía TV.

Pero todo eso forma parte de su papel como personaje público ligado a su actividad política. La cuestión es, ¿hasta dónde llega nuestro derecho a la invasión de la intimidad de un personaje público? ¿Es lo mismo un político que un famoso de los que habitualmente salen en las revistas del corazón? Yo creo que no, el político no vive -o no debe vivir- de su presencia en ese tipo de medios aunque algunas veces comparezca en ellos porque también a ese lector-espectador le pueden interesar ciertos mensajes menos políticos pero sí más humanos.

Es por eso que suele ser habitual la foto de vacaciones del presidente del Gobierno y su familia y no es raro que muchos políticos se dejen inmortalizar en sus lugares de descanso e incluso concedan entrevistas. Pero siempre con previo consentimiento. La invasión de la intimidad va mucho más allá. Vuelvo a la pregunta del párrafo anterior y contesto: nunca un medio o un periodista debería invadir la intimidad de un personaje público, salvo en aquellos casos –que son unos cuantos- en los que estos personajes públicos comercien y hagan negocio precisamente con su intimidad.

Obviamente, si Leire Pajín se dedicara a vender falsos robados playeros a las revistas o saliera en pelotas en la portada de Interviú habría puesto su intimidad en entredicho. Pero no es el caso. Ni siquiera es una Belén Esteban que cuente todas sus intimidades ante una audiencia de millones de personas… Es una mujer dedicada a la política, con mayor o menor acierto -poco, desde mi punto de vista, y muy criticable en sus acciones-, pero que tiene el mismo derecho de cualquier otro mortal a que se preserve su intimidad y la de su familia, y se respete su derecho a estar en una playa con bikini, sin bikini y con el aspecto físico que le venga en gana tener sin que nadie pueda o deba servirse de ello para atacarla.

“El primer criterio de un periódico responsable como The New York Times se basará siempre en lo que sus lectores necesitan saber sobre su mundo durante el curso del día -los acontecimientos que, de un modo u otro, pueden afectar a su salud, su bolsillo o su futuro y el de sus hijos-. El criterio básico del tabloide es aquello que ‘interesa’ a sus lectores -chismorreos, sexo y escándalos-”. Las palabras de Walter Cronkite en sus Memorias de un reportero reproducen fielmente el viejo dilema entre información y cotilleo, entre el periodismo serio y la carnaza que los medios ofrecen al público en numerosos programas de televisión y en, por qué no decirlo, no pocas páginas de los rotativos de papel y en las ediciones digitales.

El Mundo Pedro J. Ramírez