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“Harás y dirás muchas cosas que nos helarán la sangre, Patxi”
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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“Harás y dirás muchas cosas que nos helarán la sangre, Patxi”

En los bajo-muros que separan los espacios en el Bar Daytona todavía hay manchas rojas que serán de pintura, pero que podrían ser de sangre. No

En los bajo-muros que separan los espacios en el Bar Daytona todavía hay manchas rojas que serán de pintura, pero que podrían ser de sangre. No lo sé. Lo que sé es que allí, en aquella mesa redonda, sentado sobre el banco, cerca de la ventana, se encontraba tomando un café y leyendo el periódico un policía local de Andoain un 8 de febrero de 2003, sin percatarse de que uno de los clientes del local no hacía más que mirarle fijamente a él y a su alrededor, como buscando el momento oportuno; hasta que lo encontró y acercándose a la altura de aquel policía vestido de paisano, de mirada distraída tras sus gafas redondas e inconfundible combinación de bigote y perilla, empuñó una pistola y apuntándole descerrajó cuatro tiros que impactaron en la cabeza, el hombro y el estómago de su víctima.

Nadie movió un músculo y, por supuesto, nadie se atrevió a detener al asesino, que huyó mientras Joseba Pagazaurtundua se desangraba en el suelo del local. Moriría unas horas después, para desconsuelo de su mujer y sus dos hijos, de una hermana concejala socialista en Urnieta y de una madre que había educado a sus hijos en los principios que inspiraron a Sabino Arana y a Carlos Marx, una combinación letal que llevó al propio Pagaza a militar en ETA político militar a los 16 años.

Cinco años después de aquel asesinato terrible que abrió una herida profunda en el seno del socialismo vasco, Pilar Ruiz Albisu, la madre de Joseba Pagazaurtundua, escribía una carta a Patxi López, todavía candidato a lehendakari por el PSE, en la que terminaba diciéndole esta frase que ayer volvió de nuevo a mi memoria tras preguntarme cómo ha sido posible la humillación de esa llamada Conferencia Internacional de Paz en San Sebastián de la que el propio López se congratulaba porque en su comunicado final se pedía el fin de la violencia que identifica un conflicto que solo ha existido en la escenografía fascista de los asesinos.

“Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son”. Era el momento de aquello que se llamó el ‘proceso de paz’, y López encabezaba una delegación del PSE que se reunió con ETA-Batasuna en un hotel de Bilbao. Para muchas de las víctimas que habían visto caer a los suyos bajo las balas de los asesinos y que militaban bajo las siglas del PSE, para los Múgica, para los Pagaza, aquello era una afrenta a la memoria de los muertos en defensa de la libertad y del socialismo democrático. Aquel proceso acabó como ustedes ya saben, con ETA volando la T-4 de Barajas en aquello que Zapatero llegó a llamar “desagradable accidente” y matando a dos inmigrantes latinoamericanos.

Lo último que deberíamos hacer ahora los demócratas es darle a ETA ni las más mínima esperanza de conseguir ni tan siquiera el más liviano de sus objetivos

Tiempo después, Patxi López sería elegido lehendakari con los votos del Partido Popular en un escenario aparentemente muy distinto a aquel que dio origen a la carta de Pilar Ruiz Albisu y que implicaba la vuelta al espíritu de colaboración entre Gobierno y oposición y a la lucha sin cuartel contra ETA con las únicas armas que tiene el Estado de Derecho: la Justicia y la Policía. Pero desde el pasado 22 de mayo, desde que ETA volviera a las instituciones de la mano de Bildu, los pasos atrás han sido evidentes y hoy, tras esta patraña humillante de la Conferencia Internacional de Donosti, volvemos a situarnos en el mismo lugar en el que lo dejó Pilar Ruiz Albisu.

Una fugaz baza electoral

En estos días previos y posteriores al encuentro de estos profesionales de las conferencias por encargo con resultado predecible en función de quién pague y cuánto, se ha generado en la política y en las redes sociales un intenso debate que, desdibujado por una amplia gama de matices, se extremaba bajo dos axiomas irreconciliables: unos dicen que el PP y las víctimas quieren que ETA siga viva y matando, y otros que el Gobierno y el Partido Socialista vienen a ser lo mismo que ETA y coinciden con ETA en sus objetivos. Ambas cosas son una barbaridad propia de la visceralidad con la que en este país afrontamos tantas veces los debates llevados por las entrañas en lugar de por la razón.

Es evidente que ETA está débil y que está buscando una salida a su situación, y lo es también que eso es un éxito de todos los demócratas y de las fuerzas policiales bajo mando de todos los gobiernos, incluido este último y su más destacado ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. No me duelen prendas en reconocerlo. Pero también debería ser evidente que, precisamente por eso, lo último que deberíamos hacer ahora los demócratas es darle a ETA ni las más mínima esperanza de conseguir ni tan siquiera el más liviano de sus objetivos.

Y, ¿con qué nos encontramos? Justo con todo lo contrario: con un Gobierno, con un lehendakari y con un Partido Socialista liderado por Rubalcaba que parecen haber depositado sus escasas esperanzas de recuperación electoral en la carta marcada por ETA del fin de la violencia. Y de estos tres agentes, hay dos -Gobierno y Partido Socialista- a los que todavía les puede la prudencia conscientes de que la experiencia indica que nada que venga de ETA es fiable, pero el tercero, el lehendakari, parece estar jugando otra partida, una partida que tiene su final más allá del 20 de noviembre, cuando tras una derrota abultada del Partido Socialista se abra el melón del liderazgo nacional al que aspira un Patxi López que quiere presentarse con la ‘laureada’ de haber sido el artífice de la paz.

¡Y una mierda, Patxi! No puede haber paz sin condena, no puede haber paz sin rendición, no puede haber paz sin justicia, no puede haber paz sin vencedores y vencidos y que los primeros sean los demócratas y las víctimas y los segundos los asesinos, no puede haber paz sin reparación a las familias de los muertos y a los heridos porque de lo contrario los primeros habrían muerto en balde y te pesaría para siempre como una losa.

No hay más paz que la que lo sea como consecuencia de la derrota de ETA y su desaparición, y todo lo demás es darle a ETA esperanzas de una victoria, sea esta más o menos larga, pero victoria en cualquier caso. Y duele ver cómo el lehendakari, cómo su partido cuyas siglas han aportado tanta sangre y sufrimiento, actúan ahora de comparsas más o menos involuntarios de la estrategia de la pandilla de canallas, tan solo a cambio de una fugaz baza electoral o de un interés personal que se volverá irreconciliable con el dolor. Duele, y hiela la sangre.

En los bajo-muros que separan los espacios en el Bar Daytona todavía hay manchas rojas que serán de pintura, pero que podrían ser de sangre. No lo sé. Lo que sé es que allí, en aquella mesa redonda, sentado sobre el banco, cerca de la ventana, se encontraba tomando un café y leyendo el periódico un policía local de Andoain un 8 de febrero de 2003, sin percatarse de que uno de los clientes del local no hacía más que mirarle fijamente a él y a su alrededor, como buscando el momento oportuno; hasta que lo encontró y acercándose a la altura de aquel policía vestido de paisano, de mirada distraída tras sus gafas redondas e inconfundible combinación de bigote y perilla, empuñó una pistola y apuntándole descerrajó cuatro tiros que impactaron en la cabeza, el hombro y el estómago de su víctima.

Patxi López