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José María Aznar: ¿memorias o desmemoria?
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Federico Quevedo

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José María Aznar: ¿memorias o desmemoria?

Siempre recordaré una anécdota de hace bastantes años, última legislatura de Felipe González, a la salida de un mitin del PP en Tenerife -¿o era en

Siempre recordaré una anécdota de hace bastantes años, última legislatura de Felipe González, a la salida de un mitin del PP en Tenerife -¿o era en Las Palmas?-. El entonces candidato y su esposa, Ana Botella, acompañados por un grupo de periodistas entre los que me encontraba dimos un paseo y a alguien se le ocurrió que podíamos ir a tomar algo. Creo que entonces fue Lucía Méndez quien propuso ir a un karaoke, y, para sorpresa de todos Aznar, dijo: “¿Y eso qué es?”. Ana Botella nos miró con cara de no le hagáis ni caso, pero lo cierto es que lo decía en serio: no sabía lo que era. Lo del karaoke es lo de menos, pero la anécdota evidencia que Aznar era, y es, aquello que Fernando Jáuregui y Pilar Cernuda resumieron en el título de un libro: un sequerón.

Con todo, para quien no le haya tratado con proximidad, Aznar puede tener una imagen fría y distante, pero en aquella época, más allá de su carácter castellano, el expresidente era un hombre cercano pero, eso sí, de trato correcto. En la pared de mi despacho casero cuelga una foto en la que estamos él, Victorino Ruiz de Azúa y yo tomando un café en la sede de los Cursos de Verano de la UIMP en El Escorial, durante alguno de los seminarios que organizaba el PP, con casi veinte años menos cada uno. 

Aznar tenía entonces un bigote negro muy poblado, menos melena de la que acostumbraba estos últimos tiempos, y un carácter algo más afable que se le fue endureciendo con el paso de los años, lógico teniendo en cuenta que en los primeros años de su gestión al frente del PP fue un hombre por el que casi nadie apostaba como caballo ganador, que incluso era tratado con desprecio por sus adversarios políticos, y sobre el que siempre pendió la espada de Damocles de más de un intento por removerle la silla dentro del PP. Pero primero le ganó un debate al hasta ese momento imbatible González, y, después unas elecciones. Donde no había carisma, acabó habiendo liderazgo.

La memoria se convierte en desmemoria cuando conscientemente se olvidan aspectos muy importantes que dan sentido a hechos ocurridos en el pasado, sobre todo si esos hechos entran en contradicción con actitudes o planteamientos posteriores

La historia que ahora José María Aznar cuenta en las memorias que se van a publicar en unos días empieza mucho antes, en su niñez, de la que dicho sea de paso sabemos poco, pero nos importa menos. El Aznar interesante, el que puede contar cosas de verdad, es el que un día recibió la visita de un grupo de notables de la entonces Alianza Popular comandado por Federico Trillo para proponerle suceder a Manuel Fraga. Aznar era entonces presidente de la Junta de Castilla y León, y ahí empezó una larga travesía política con muchos claroscuros de los que dudo que el protagonista aclare algunas de las circunstancias. 

Es verdad que de lo poco que conocemos de sus memorias, porque ha salido publicado estos días, es el momento y las situaciones que rodearon su decisión de elegir a Mariano Rajoy como sucesor en lugar de a Rodrigo Rato, pero para mí hay otros momentos más apasionantes en la vida política del hombre por el que nadie daba un duro y acabó poniendo los pies encima de la mesa del Despacho Oval mientras se fumaba un puro junto a George Bush, una de las imágenes, junto a la foto de las Azores, que le perseguirán para bien y para mal durante todo el resto de su vida.

Digo que dudo que Aznar nos aclare muchos de los interrogantes que puede haber sobre su vida pública porque en este tipo de libros -le ha pasado recientemente a José Bono- quienes los escriben tienden a justificarse y a no reconocer errores. La memoria se convierte en desmemoria cuando conscientemente se olvidan aspectos muy importantes que dan sentido a hechos ocurridos en el pasado, sobre todo si esos hechos entran en contradicción con actitudes o planteamientos posteriores. Por ejemplo, ¿qué va a contar Aznar del Pacto del Majestic? ¿Será capaz de reconocer que entonces mantuvo una actitud complaciente con el nacionalismo catalán y que incluso accedió a hacer a las Comunidades Autónomas uno de los mayores traspasos de competencias realizados desde que entró en vigor la Carta Magna? ¿Cómo justificará que tanto él como su entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, hablaran de Batasuna como el "movimiento de liberación nacional vasco", acercaran presos a las cárceles de Euskadi e, incluso, liberaran a más de medio centenar de ellos? ¿Nos explicará su convicción sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, o seguirá engañándose y engañando? ¿Cómo explicará que los mismos que quisieron acabar con su mandato en el PP, empezando por Pedro J. Ramírez, años después se volvieran inseparables amigos e incluso conspiraran junto a él contra Mariano Rajoy tras las elecciones de 2008? ¿Qué dirá de aquel congreso de Valencia en el que ni siquiera estrechó la mano de la persona a la que él mismo había elegido como sucesor?

Habrá que esperar a la publicación del libro para saber si de verdad Aznar da respuesta a estas y a otras muchas cuestiones que seguro que los lectores tienen en la cabeza, pero no hay que olvidar que buena parte de las cosas que él cuente están ya documentadas y existen las hemerotecas para dar fe de si su interpretación es o no la correcta. Lo cierto es que en ellas debería reflejarse el enorme cambio experimentado por una persona que llegó al poder desde la sencillez y la austeridad cartesiana, y acabó casando a su hija en el Monasterio de El Escorial como si de una boda real se tratara. El Aznar que conocí en la oposición, seguro de sí mismo, reservado, coherente en su vida pública y privada con su modo de ser y de pensar, no es el mismo Aznar arrogante y orgulloso que abandonó el Palacio de La Moncloa, aunque no serán sus memorias, sino la Historia, la que al final ponga en su sitio al hombre que consiguió en muy pocos años llevar a su país a lo más alto y casi hundirlo después en lo más profundo.

Siempre recordaré una anécdota de hace bastantes años, última legislatura de Felipe González, a la salida de un mitin del PP en Tenerife -¿o era en Las Palmas?-. El entonces candidato y su esposa, Ana Botella, acompañados por un grupo de periodistas entre los que me encontraba dimos un paseo y a alguien se le ocurrió que podíamos ir a tomar algo. Creo que entonces fue Lucía Méndez quien propuso ir a un karaoke, y, para sorpresa de todos Aznar, dijo: “¿Y eso qué es?”. Ana Botella nos miró con cara de no le hagáis ni caso, pero lo cierto es que lo decía en serio: no sabía lo que era. Lo del karaoke es lo de menos, pero la anécdota evidencia que Aznar era, y es, aquello que Fernando Jáuregui y Pilar Cernuda resumieron en el título de un libro: un sequerón.

José María Aznar Botella