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Rajoy lo tiene claro: "O yo, o el caos"
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Federico Quevedo

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Rajoy lo tiene claro: "O yo, o el caos"

El presidente no quiso apelar al voto del miedo, pero sí al miedo a que en manos de otros se pierda todo lo conseguido en estos años

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

Cuando hace una semana escribí que Alexis Tsipras se había convertido en el mejor aliado de Mariano Rajoy para ganar las elecciones generales, no me equivoqué ni un ápice. Una semana y un referéndum después, las consecuencias del populismo como aventura de Gobierno en Grecia son tan palpables y tan desastrosas que el presidente del Gobierno no tiene más que airear todo lo ocurrido en aquel país desde que gobierna Syriza y, sobre todo, el lamentable espectáculo de las últimas semanas, para que el electorado ‘moderado’ español no se llame a engaño sobre lo que puede ocurrir en España si la izquierda llega al poder en cualquiera de las fórmulas en las que está incluida Podemos.

Porque pensar en una mayoría suficiente –absoluta o casi– del PSOE de Pedro Sánchez es, a día de hoy, una quimera. Y a eso se agarró como un clavo ardiendo el presidente del Gobierno el sábado por la mañana en su discurso de clausura de la Conferencia Política del Partido Popular. No quiso apelar al voto del miedo, pero sí al miedo a que en manos de otros se pierda todo lo conseguido en estos años y que ahora empieza a ofrecer un rostro distinto al del drama de la crisis.

Me preguntaba yo el viernes si el PP sabría aprovechar esta oportunidad. La respuesta es un ‘sí y no’. Sí porque, en efecto, el PP ha abierto en esta reunión del fin de semana la puerta a una serie de cambios muy importantes y, además, de difícil digestión para un partido cuya cultura dista mucho de lanzarse a la piscina sin saber seguro si hay o no agua en el fondo… No es el PP un partido dado a las aventuras y, sin embargo, ahora va a recorrer el camino de la renovación por obligación probablemente sin saber todavía muy bien hasta dónde les va a llevar: elección directa de candidatos y dirigentes, limitación de mandatos, reforma de la ley electoral, obligación de firmar la baja en caso de verse incurso en un proceso judicial…

Y más que va a venir en el futuro cuando el PP termine de confeccionar su programa electoral de la mano de Pablo Casado, Moragas y Andrea Levy a las órdenes de un Rajoy dispuesto a dar todos los pasos que hagan falta para ganar las elecciones de finales de otoño –13 de diciembre es la fecha que se apunta como más probable–.

Y no porque, como siempre, el PP se equivoca a la hora de comunicar. El avance en los cambios quedó ensombrecido por el discurso de un Rajoy vestido ya de candidato y dispuesto a dar la batalla hasta el último voto. Y eso fue lo que demostró el sábado: que lejos de haberse dormido en los laureles, tiene más ganas que nunca de salir a pelear. Eso, evidentemente, introduce un plus de energía vital en un partido que estaba bastante deprimido como consecuencia de los últimos procesos electorales y cuyos militantes habían llegado a pensar que el presidente había tirado la toalla e incluso estaba dispuesto a adelantar las elecciones para evitar un desastre mayor.

Pues no. Serán cuando tocan, y Rajoy quiere ese margen para dar la batalla. El hecho de que el próximo día 9 de agosto el ministro Montoro lleve los Presupuestos al Parlamento es un indicio más que suficiente de que Rajoy no esta dispuesto a regalar ni un día a sus adversarios. El problema es que tanta personificación actuó como un cortafuego en las redes sociales y los medios de comunicación hacia la atención que deberían haber prestado a los cambios que se avecinan. Si el PP quiere presentarse como el partido de la regeneración, tiene que dejarse ver, y dudo mucho que la mayoría de la opinión pública tenga hoy una idea ni siquiera aproximada de los asuntos que se debatieron en esa Conferencia Política.

Y no porque no lo hayan intentado, que me consta que lo han hecho, sino porque la intensidad del discurso de Rajoy –“O yo, o el caos” –, corrió un tupido velo sobre la energía modernizadora del encuentro. Ciertamente, todo el mundo allí presente creía que Rajoy iba a hacer un discurso innovador y regeneracionista… Pero no… ¿Para qué? Lo que verdaderamente importaba era destacar que todo lo que se había logrado a costa de un esfuerzo casi sobrehumano se podía destruir en muy poco tiempo en manos de Pablo Iglesias y los suyos. ¿Novedoso? No, pero tremendamente efectivo el mismo día en el que Alexis Tsipras inclinaba la cabeza aceptando las consecuencias dramáticas de haber llevado a Grecia al borde del abismo. Y punto.

Cuando hace una semana escribí que Alexis Tsipras se había convertido en el mejor aliado de Mariano Rajoy para ganar las elecciones generales, no me equivoqué ni un ápice. Una semana y un referéndum después, las consecuencias del populismo como aventura de Gobierno en Grecia son tan palpables y tan desastrosas que el presidente del Gobierno no tiene más que airear todo lo ocurrido en aquel país desde que gobierna Syriza y, sobre todo, el lamentable espectáculo de las últimas semanas, para que el electorado ‘moderado’ español no se llame a engaño sobre lo que puede ocurrir en España si la izquierda llega al poder en cualquiera de las fórmulas en las que está incluida Podemos.

Mariano Rajoy Grecia Alexis Tsipras Andrea Levy