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¿Por qué ya nadie quiere a Pablo Iglesias?
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Federico Quevedo

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¿Por qué ya nadie quiere a Pablo Iglesias?

Podemos continúa en proceso de pérdida de respaldo electoral y el entusiasmo que generó al principio de su aparición en la escena política se ha enfriado considerablemente

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el responsable de la Secretaría Política de Podemos, Íñigo Errejón. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y el responsable de la Secretaría Política de Podemos, Íñigo Errejón. (EFE)

Es verdad que en las pasadas elecciones municipales y autonómicas los satélites de Podemos, y el propio partido de Pablo Iglesias, obtuvieron algunos éxitos electorales que les permitieron acceder, aunque nunca por victoria propia, sino por efecto de los llamados pactos de perdedores, a algunas alcaldías importantes como las de Madrid, Barcelona o Cádiz, y que han sido decisivos a la hora de que la izquierda gobierne en sitios importantes como Valencia, Castilla-La Mancha... Esos éxitos, y principalmente las alcaldías mencionadas, han podido trasladar a la opinión pública la sensación de un abultado resultado electoral, cuando la realidad es que en el cómputo global autonómico –donde se presentaba con la marca Podemos, porque en las municipales se presentaban movimientos satélites– no superó el 15% de los votos.

Pocas semanas después, lejos de rentabilizar esa imagen, lo que dicen los sondeos es que Podemos continúa en proceso de pérdida de respaldo electoral y que el entusiasmo que generó al principio de su aparición en la escena política se ha enfriado considerablemente, como lo pone de manifiesto la escasa participación en su proceso de primarias. Su propio líder, que hace meses aparecía en las encuestas como el más 'querido' por los españoles, ha visto deteriorada su imagen, quizás porque ha calado entre la opinión pública la sensación de que se trata de una personalidad altamente narcisista, vanidosa y muy poco simpática para el gran público.

Podemos va a tener que luchar contra dos gigantes que cuando ponen a trabajar sus maquinarias electorales son imparables

Pero, sin duda, lo que más daño está haciendo a Podemos es la reacción de los dos grandes partidos. Si Pablo Iglesias creía que el PP no iba a responder a la amenaza que supone Podemos para el establishment y que el PSOE se iba a dejar robar el espacio así como así, se equivocaba de pleno. El presidente del Gobierno está utilizando muy inteligentemente el discurso del temor a un posible pacto de izquierdas que ponga en peligro la recuperación, y gracias a ese discurso el PP está recuperando una buena parte del voto que se le había quedado en la abstención.

Y el PSOE ha reaccionado también volviendo a ofrecer a los suyos un discurso de izquierdas y nuevas caras que atraen a votantes que les habían dado la espalda. En ese contexto hay que encuadrar la decisión tomada ayer por la nueva secretaria general del PSM, Sara Hernández, de sustituir a Carmona al frente del grupo socialista municipal. En la entrevista que le hice hace unas semanas, Sara Hernández ya me 'avisaba' de sus intenciones al afirmar que su intención era cambiar el "sistema operativo" del PSM, que era lo mismo que decir arrasar con el tomasismo. Eso no pone en peligro el acuerdo que ha situado a Manuela Carmena al frente del Ayuntamiento de la capital –el PSOE no va a hacer nada que se pueda entender como un beneficio al PP–, pero sí que va a intentar influir más en la política municipal y que se evidencie que la sartén por el mango la tienen ellos.

Podemos va a tener que luchar contra dos gigantes que cuando ponen a trabajar sus maquinarias electorales son imparables. Si a eso se une, como ya he escrito y dicho más veces, una gestión allí donde tiene más visibilidad que genera muchos interrogantes y no pocas incertidumbres, el margen para recuperar el entusiasmo y la ilusión del principio se estrechan hasta la casi desaparición. Podemos es víctima del sentido común y, sobre todo, es víctima de sí mismo.

Es verdad que en las pasadas elecciones municipales y autonómicas los satélites de Podemos, y el propio partido de Pablo Iglesias, obtuvieron algunos éxitos electorales que les permitieron acceder, aunque nunca por victoria propia, sino por efecto de los llamados pactos de perdedores, a algunas alcaldías importantes como las de Madrid, Barcelona o Cádiz, y que han sido decisivos a la hora de que la izquierda gobierne en sitios importantes como Valencia, Castilla-La Mancha... Esos éxitos, y principalmente las alcaldías mencionadas, han podido trasladar a la opinión pública la sensación de un abultado resultado electoral, cuando la realidad es que en el cómputo global autonómico –donde se presentaba con la marca Podemos, porque en las municipales se presentaban movimientos satélites– no superó el 15% de los votos.

Mariano Rajoy