Dos Palabras
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Así mató la nueva política al viejo periodismo
Me atrevo a creer que este tiempo que estamos viviendo se ha llevado por delante una forma de hacer periodismo que era la única razonable: buscar la verdad
Dos días antes de anunciar que volvería a presentarse a la reelección como presidente de la Xunta de Galicia por tercera vez, Alberto Núñez Feijóo nos acompañaba en Vigo en los micrófonos de la COPE. Fuera de micrófono y entre otras cosas nos comentó cómo había cambiado el ejercicio de la política en tan poco tiempo. Ya en antena, le pregunté por ese comentario hecho a micrófono cerrado y dijo una frase que resume creo que bastante bien el tiempo que vivimos: “Se le da más importancia a un tuit ocurrente que a un presupuesto bien hecho”.
Esa es la consecuencia fundamental de la nueva política con respecto a la vieja –si es que puede hacerse esa distinción, cosa que rechazo-: la banalización. Ya reflexioné sobre eso durante la campaña electoral del 20D, pero hay un elemento sin duda fundamental para que esto sea así, y es la participación de los medios de comunicación de forma activa en esa trivialización de lo que debería ser mucho más serio. De hecho, me atrevo a creer que este tiempo nuevo que estamos viviendo se ha llevado por delante una forma de hacer periodismo que, en mi opinión, era la única razonable: buscar la verdad.
Ahora lo que se busca no es la verdad, sino la foto. Me llamó especialmente la atención el pasado miércoles la escenificación de esa trivialidad en el encuentro entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Salieron de dentro del Congreso por una puerta para hacer un paseíllo por la Carrera de San Jerónimo como si tal cosa, y volver a entrar en el mismo sitio por otra puerta, mientras una nube de fotógrafos y cámaras de televisión registraban el momento para la posteridad. Una tomadura de pelo. Una farsa muy bien montada, en la que los periodistas entramos a formar parte no sé si siendo conscientes o no del modo en que nos utilizan.
Es verdad que en los días que he acudido al Congreso de los Diputados he podido percibir entre mis compañeros una cierta admiración casi orgásmica hacia los representantes de esto que hemos dado en llamar la ‘nueva política’. Es ver aparecer a Pablo Iglesias y como que se les ilumina el rostro de la emoción. Pero Pablo Iglesias es un manipulador… Listo, inteligente, pero manipulador al fin y al cabo, un político de última hora al que los principios le repugnan aunque al menos tiene algo de contenido intelectual que, eso sí, le hace mirar por encima del hombro al resto de sus correligionarios.
No es el caso de Pedro Sánchez. Nunca antes había llegado a la política alguien tan vacío, tan vacuo, tan simple y tan carente de escrúpulos. Al menos de Albert Rivera si puede decirse que tiene algunas ideas claras, aunque la misma obsesión por el 'marketing' que los otros. Porque todo se reduce a eso: a la foto, al titular, a la frase bien hecha y al tuit ocurrente… No hay fondo, solo forma. No importan las ideas, solo los gestos. Y el problema es que los periodistas hemos caído en esa trampa y participamos activamente de ella.
Ahora lo que existe es una nueva clase política que desprecia a la prensa y la manipula, que nos obsequia con su desdén al tiempo que nos utiliza
A mí me dio vergüenza ajena el espectáculo del pasado miércoles, lo digo completamente en serio. Pero lo que me dio vergüenza ajena no fue que ellos hicieran el paripé, sino que nosotros se lo consintiéramos, que les ofreciéramos todo el escenario, incluidas las bambalinas, para la escenificación de su farsa o de su comedia.
Hubo un tiempo en que los periodistas no estábamos ahí para servir de excusa, y mucho menos para ser un mero comodín o un transcriptor de las lindezas de sus señorías. No, hubo un tiempo en el que entre el político y el periodista existía un respeto mutuo, un respeto basado en la convicción de que ambas profesiones tenían un fin común de servicio público. El político sabía que el periodista intentaría encontrar siempre la verdad, y el periodista sabía que el político intentaría ocultársela si la verdad podía ser incómoda para él.
Pero de ese juego de voluntades surgía, como digo, un respeto mutuo que ahora no existe. Ahora lo que existe es una nueva clase política que desprecia a la prensa y la manipula, que nos obsequia con su desdén al tiempo que nos utiliza para transmitir mensajes vacíos y principios intercambiables. Y nos dejamos. Es más, nos sumamos. Porque ya no buscamos la verdad. Buscamos la audiencia.
Dos días antes de anunciar que volvería a presentarse a la reelección como presidente de la Xunta de Galicia por tercera vez, Alberto Núñez Feijóo nos acompañaba en Vigo en los micrófonos de la COPE. Fuera de micrófono y entre otras cosas nos comentó cómo había cambiado el ejercicio de la política en tan poco tiempo. Ya en antena, le pregunté por ese comentario hecho a micrófono cerrado y dijo una frase que resume creo que bastante bien el tiempo que vivimos: “Se le da más importancia a un tuit ocurrente que a un presupuesto bien hecho”.