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Un ‘agujero negro’ amenaza al Gobierno de Mariano Rajoy
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Federico Quevedo

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Un ‘agujero negro’ amenaza al Gobierno de Mariano Rajoy

El nuevo Ejecutivo sería bueno si estuviera bien dirigido, pero nace con la misma sombra que durante los cuatro años ocultó cualquier posibilidad de reacción, absorbiendo toda la energía positiva

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (Reuters)

Pocas veces he visto a periodistas y medios de comunicación de uno y otro lado coincidir tanto como lo han hecho en las horas siguientes a conocerse el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy: “Más de lo mismo”, “continuista”, “poco peso político”, “gobierno técnico”… Algunos con mayor sentido crítico, otros incidiendo en la previsibilidad del propio presidente del Ejecutivo, pero más o menos todos hemos coincidido en esa misma percepción de continuismo. Podría decirse que este Gobierno es perfectamente intercambiable con el de la legislatura anterior, como si aquí no hubiera pasado nada.

Incluso los gestos hacia el socio de investidura, como son los tres nombres salidos de la mesa de negociación e incorporados a la del Consejo de Ministros –Báñez, Nadal y Montserrat–, podían ser calcados a otros tres del Ejecutivo de 2011 –la misma Báñez, Gallardón y Pastor–. A todos ellos podría reconocérseles, de partida, talante negociador, vocación de consenso, hambre de pactos. Tanto en su conjunto como individualmente, este Gobierno puede considerarse como un Gabinete prestigioso. Lo mismo ocurría en 2011, sobre todo porque entonces aquel Gobierno nacía comparado con el que había sido el que rigiera los destinos del país los ocho años anteriores… Currículum frente a currículum, los gobiernos de Bibiana Aído y Leire Pajín no llegaban ni a la suela de los zapatos al equipo diseñado por Rajoy.

Un Rajoy que ha preferido ser conservador a ambicioso e inmovilista a audaz al repetir cinco años después la misma alineación

Un Rajoy que cinco años después repite la misma alineación, aunque varíen algunos nombres. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, y eso es exactamente lo que le está pasando al presidente del Gobierno. Puede que hasta le salga bien, porque de sus propios errores acaba consiguiendo victorias aunque sean pírricas, porque los errores de los demás siempre son más voluminosos y no tienen su capacidad de resistencia, pero en algún momento esta estrategia suya del parapeto se le tiene que volver en contra. Rajoy ha preferido ser conservador a ambicioso, inmovilista a audaz. Es su estilo, su carácter, pero parecía que las circunstancias podían obligarle a dar un paso en la dirección correcta, y no lo ha hecho.

Insisto, mirado uno a uno, no es un mal Gobierno. Incluso diría que es un buen Gobierno. Lo sería si estuviera bien dirigido, pero nace con la misma sombra que durante los cuatro años anteriores ocultó cualquier posibilidad de reacción, absorbiendo toda la energía positiva con la que algunos de los ministros pretendían hacer frente al descrédito que caía como una pesada losa sobre la labor del Ejecutivo. Yo no soy un experto en estas cosas, pero de lo poco que sé sobre agujeros negros es que estos absorben todo lo que se encuentra cerca de su radio de acción neutralizándolo y haciéndolo desaparecer, sean estrellas, planetas o cualquier otro cuerpo celeste.

Pues bien, este Gobierno tiene un agujero negro, el mismo agujero negro que consiguió neutralizar al Gobierno anterior: la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Cabía esperar que Rajoy, consciente del inmenso daño que el excesivo poder desplegado por la vicepresidenta hizo a la imagen del anterior Ejecutivo, tanto de manera colectiva como individual, y teniendo en cuenta que incluso algunos de sus amigos más próximos se vieron afectados por la labor de zapa llevada a cabo desde los despachos de Moncloa, hubiera actuado en consecuencia. Pero no. Lejos de restarle poder, le ha dado aún más. Cierto que ha perdido una pata importante para sostener su particular equilibrio: la portavocía.

placeholder Soraya Sáenz de Santamaría llegando al Palacio de la Moncloa. (Reuters)
Soraya Sáenz de Santamaría llegando al Palacio de la Moncloa. (Reuters)

Pero eso no significa que haya perdido la influencia y, de hecho, seguirá ejerciendo el control de esa tupida red de intereses mediáticos que le han permitido labrarse una particular imagen personal, al tiempo que reclutaba una extensa tropa de acólitos que actuaban a sus órdenes y a las de su inmediata segunda. La vicepresidenta, que llegó ahí por casualidad y que igual que ha sido la mano derecha de Rajoy podía haber sido la de Felipe González, no entiende el poder como un acto de servicio al bien común, sino como un ejercicio casi castrense de lealtades incondicionales supeditadas a su propia ambición.

Y eso implica, también, una determinada forma de gobernar que tiene muy poco que ver con la lógica del interés general, y sí con la de ejercer el mando de una tropa de abogados del Estado que son, en definitiva, los que simbolizan un diseño cuasi militarizado del ejercicio del poder: la ley llevada al extremo de lo sagrado como única forma de ejercitar la política, por encima de cualquier otra forma democrática de entendimiento. Eso fue lo que hizo que el anterior Gobierno sufriera un deterioro de imagen imparable mientras la suya propia se mantenía a salvo de cualquier envite. Y me temo que se volverá a repetir la misma historia.

Pocas veces he visto a periodistas y medios de comunicación de uno y otro lado coincidir tanto como lo han hecho en las horas siguientes a conocerse el nuevo Gobierno de Mariano Rajoy: “Más de lo mismo”, “continuista”, “poco peso político”, “gobierno técnico”… Algunos con mayor sentido crítico, otros incidiendo en la previsibilidad del propio presidente del Ejecutivo, pero más o menos todos hemos coincidido en esa misma percepción de continuismo. Podría decirse que este Gobierno es perfectamente intercambiable con el de la legislatura anterior, como si aquí no hubiera pasado nada.

Mariano Rajoy Moncloa