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Y ahora, ¿quién va a hablar catalán en la intimidad?
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Y ahora, ¿quién va a hablar catalán en la intimidad?

El independentismo ha provocado una violenta fractura en la sociedad catalana rompiendo amistades, familias y hasta matrimonios. El Gobierno está defendiendo la democracia y el Estado de derecho

Foto: El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy. (Reuters)

Se ha llegado al punto de no retorno: habrá choque de trenes. De hecho, ya lo está habiendo en la medida en que cada desafío a la ley y a la democracia que llevan a cabo el Govern de la Generalitat y la mayoría independentista del Parlament, es respondido con la implacable acción del Estado de derecho. Pero una vez que la espiral de acción-reacción se ha puesto en marcha, es de temer que la confrontación vaya en aumento hasta llegar a un punto en el que seremos testigos de algo más que palabras.

Eso es algo que ya parece inevitable, por desgracia. La fractura que ha provocado el independentismo en la sociedad catalana es tan violenta como el huracán Irma, y ha roto amistades, familias y hasta matrimonios. Ha roto la convivencia en pedazos y ese es para mí el mayor delito que han cometido quienes iniciaron esta aventura hacia el abismo, Artur Mas y el pujolismo, y quienes se han empeñado en llevarla hasta el final, con Puigdemont y Junqueras a la cabeza. Ningún pueblo, ninguna ciudadanía, ninguna sociedad se merece que la maltraten como lo han hecho los nacionalistas embarcados en una locura colectiva cuyo daño va a ser irreparable. En su necesidad de tapar la gravísima corrupción de décadas y eludir la acción de la Justicia, y de esquivar el castigo por la nefasta gestión económica de la crisis, el nacionalismo ha secuestrado a toda la sociedad catalana en su conjunto y la ha convertido en rehén de su propia esquizofrenia.

placeholder Carles Puigdemont saluda al expresidente Artur Mas durante el Consell Nacional del PDeCAT. (EFE)
Carles Puigdemont saluda al expresidente Artur Mas durante el Consell Nacional del PDeCAT. (EFE)

Y aquí estamos, a punto de que empiecen a llover las ostias como panes. Pero, cuidado, porque ellos, aún siendo los mayores responsables llevados por su irracionalidad, no son los únicos. El jueves escuché con mucha atención el discurso de Mariano Rajoy. Un discurso de hombre de Estado. Impecable en cada una de las palabras dichas. El Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer, sin duda alguna, y por eso ha recibido el respaldo de Ciudadanos y del PSOE. No cabe otra opción, porque se trata de defender la democracia y el Estado de Derecho de un ataque comparable al golpe de Estado del 23-F. Nada que decir, y solo aplaudir y respaldar la reacción de defensa del Estado.

Foto: Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, durante su reunión de urgencia en La Moncloa este 7 de septiembre. (Reuters)

Además, Rajoy sabe que se juega mucho en este envite, que va mucho más allá del que protagonizó Artur Mas el 9 de noviembre de 2014. Aquel entonces el Gobierno no apareció y el Estado se escondió detrás de un sofá, y eso al PP le costó pagar una carísima factura en las elecciones autonómicas siguientes. Volver a hacer lo mismo tendría unas consecuencias tremendas para Rajoy, incuso penales esta vez, y no está dispuesto a pasar por ahí.

[Directo: el inicio de la ruptura catalana]

Pero, dicho todo eso, si ahora estamos donde estamos no es solo por la, como he dicho, irracionalidad de los separatistas, sino también por la responsabilidad de quienes no han hecho nada, absolutamente nada para evitarlo. Es más, yendo incluso un poco más atrás en el tiempo, esa responsabilidad alcanza a quienes incluso favorecieron que se fuera creando el caldo de cultivo de un sentimiento independentista y permitieron el abandono del Estado de Derecho en Cataluña dejando indefensos a miles, millones de catalanes que veían cómo las leyes fundamentales se vulneraban sin que nadie hiciera nada para evitarlo. Y no solo eso, sino que además se consintió la corrupción y, conociéndola, se miró para otro lado en aras de un falso interés general. Hablo de González que se acobardó con el caso Banca Catalana, de Aznar que pactó con Pujol teniendo informes demoledores facilitados por el CNI encima de su mesa y que lejos de actuar se puso a hablar catalán en la intimidad, de Zapatero que consintió en avanzar por el camino de la falsa autodeterminación.

El discurso de Rajoy había sido impecable en todas y cada una de las palabras dichas, pero no lo fue en las ‘no dichas’

Pero desde que en aquel mes de septiembre de 2012 Artur Mas acudiera a La Moncloa a pedirle a Rajoy un pacto fiscal, y allí le cerraran todas las puertas sin opción a ni siquiera abrir una ventana, la respuesta política al desafío soberanista ha sido la nada y el inmovilismo. No es que no se planteara la posibilidad de una consulta no vinculante convocada por el Estado como algunos hemos venido defendiendo –con mucha incomprensión por parte del ‘otro’ nacionalismo, por cierto-, es que ni siquiera se abrió una negociación ni se ofreció salida o alternativa alguna, aunque fuera para forzar su rechazo. La famosa ‘operación diálogo’ no fue más que una ‘operación de imagen’ que ha salido mal, muy mal, y solo se ha sabido actuar desde la más estricta respuesta burocrática, algo que poco tiene que ver con el necesario diálogo y mano tendida que debe caracterizar a un buen gobernante.

Les decía unas líneas más arriba que el discurso de Rajoy había sido impecable en todas y cada una de las palabras dichas, pero no lo fue en las ‘no dichas’. Al discurso de Rajoy, para ser de verdad el discurso de un hombre de Estado, de alguien que está por encima de diferencias políticas y quiere ser el presidente de todos los españoles, le faltaba lo esencial: la mano tendida, no a los políticos cortoplacistas, ciegos y enloquecidos del nacionalismo, sino a la sociedad catalana, a toda en su conjunto, para buscar juntos una respuesta a sus demandas, que están ahí y que hay que escucharlas, y la promesa de que una vez que todo esto concluya se les escuchará sin rencores ni resentimientos. Pero eso había que sentirlo, aunque no se hable catalán en la intimidad.

Se ha llegado al punto de no retorno: habrá choque de trenes. De hecho, ya lo está habiendo en la medida en que cada desafío a la ley y a la democracia que llevan a cabo el Govern de la Generalitat y la mayoría independentista del Parlament, es respondido con la implacable acción del Estado de derecho. Pero una vez que la espiral de acción-reacción se ha puesto en marcha, es de temer que la confrontación vaya en aumento hasta llegar a un punto en el que seremos testigos de algo más que palabras.

Parlamento de Cataluña Carles Puigdemont Mariano Rajoy