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Ni humillar al nacionalismo, ni permitir que nos humille
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Federico Quevedo

Dos Palabras

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Ni humillar al nacionalismo, ni permitir que nos humille

Esto solo se va a arreglar cuando desde todas las partes se actúe con generosidad y comprensión para poder lograr un acuerdo

Foto: El diputado de ERC Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados. (EFE)
El diputado de ERC Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados. (EFE)

La imagen de Gabriel Rufián enseñando a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, unas esposas falsas con las que intentaba representar la opresión del Estado fue, sin duda, la culminación del esperpento, la gota que colmó el vaso del histrionismo. Es difícil que después de lo de la impresora y ahora lo de las esposas, el diputado de ERC pueda hacer ya un ridículo mayor. Empeñado como está en hacer su papel, en crearse un personaje, Rufián no se ha dado cuenta de que se está convirtiendo en una caricatura de sí mismo, pero en una caricatura patética y vergonzante.

El otro día un diputado independentista me dijo: “Rufián se representa a sí mismo, no representa al independentismo”. Y es que hay mucha gente dentro de ese mundo que mira para otro lado y se avergüenza cada vez que el diputado de ERC suelta alguna perla de las suyas. Son conscientes de que les hace daño, porque “ofrece una imagen muy poco seria del independentismo”.

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Lo cierto es que en las últimas semanas los líderes independentistas tampoco han ayudado a mejorar esa imagen: desde la huida de Puigdemont hasta la declaración de Forcadell, pasando por las escenografías hilarantes de Rufián y terminando en el bulo indignante de Marta Rovira, el soberanismo parece empeñado en humillarse a sí mismo. Da la impresión de que solo a Joan Tarda le queda un punto de cordura, y no siempre…

Pero esa no es la realidad. La realidad es que sigue habiendo en Cataluña un independentismo que se lo toma en serio, y no haremos nada bueno si desde este lado de la barrera contribuimos a humillar aún más a quienes por ahora han perdido la batalla. Al vencedor se le supone siempre generosidad y altura de miras, y en este caso no debería ser menos. Y me consta que desde algunas tertulias, desde algunos programas de televisión, se alienta la humillación, se llama al boicot aunque sea con mensajes equívocos, se participa del linchamiento de quienes en apariencia han perdido en su pulso contra el Estado de derecho. Eso no hace más que alimentar la llama del separatismo, reafirma a quienes se sienten independentistas y convoca a nuevos partidarios del nacionalismo extremo.

Ya hemos vivido otras veces las consecuencias de la humillación. Pasó en Alemania tras la I Guerra Mundial, y provocó la segunda. Y en el fondo subsistía también un nacionalismo sentimentalmente arraigado en la sociedad alemana. Salvando las distancias, que son muchas, el ejemplo debe servir para tenerlo en cuenta, y para ser conscientes de que esto solo se va a arreglar cuando desde todas las partes se actúe con generosidad y comprensión para poder lograr un acuerdo satisfactorio.

Pero eso tampoco significa permitir que sea el nacionalismo el que nos humille a nosotros. Durante muchos años hemos permitido que el nacionalismo se hiciera dueño del relato, un relato en el que ellos aparecían como víctimas y España, o sea, nosotros, como verdugos. Y ese relato es falso y profundamente injusto. No podemos permitir que se nos insulte con esposas falsas o con mentiras sobre muertos en las calles, ni haciendo creer más allá de nuestras fronteras que en España no se vela por los derechos humanos.

Ya hemos vivido otras veces las consecuencias de la humillación. Pasó en Alemania tras la I Guerra Mundial, y provocó la segunda

Es un insulto, yo al menos lo siento así, que las autoridades de Bruselas nos pregunten como son nuestras cárceles… ¡Pues seguro que mucho mejores que las de ellos! España es un país que en materia de derechos civiles, incluidos los que asisten a los presos, está mucho más avanzado que muchos de sus socios europeos. Y el Gobierno tiene la obligación moral, y política, de contrarrestar ese discurso.

Hasta ahora no lo ha hecho, ha dejado que se extienda por Europa la sensación de que España sigue siendo esa 'Francoland' que reseñaba Antonio Muñoz Molina. Y no es así. No podemos permitir que sea así. En esto también el Gobierno nos debe una explicación a los ciudadanos españoles, que no tenemos por qué aguantar que se nos siga mirando por encima del hombro como si fuéramos una subcultura europea. Y por eso, sobre la mesa de negociación que deberá crearse después de las elecciones del 21-D, el Gobierno tiene que poner también sus reivindicaciones, que pasan por la presencia del Estado en una Cataluña de la que había desaparecido durante décadas.

La imagen de Gabriel Rufián enseñando a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, unas esposas falsas con las que intentaba representar la opresión del Estado fue, sin duda, la culminación del esperpento, la gota que colmó el vaso del histrionismo. Es difícil que después de lo de la impresora y ahora lo de las esposas, el diputado de ERC pueda hacer ya un ridículo mayor. Empeñado como está en hacer su papel, en crearse un personaje, Rufián no se ha dado cuenta de que se está convirtiendo en una caricatura de sí mismo, pero en una caricatura patética y vergonzante.

Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Gabriel Rufián Soraya Sáenz de Santamaría Marta Rovira