Es noticia
Sebastián y el tercer partido
  1. España
  2. Dramatis Personae
José Luis González Quirós

Dramatis Personae

Por

Sebastián y el tercer partido

Los comportamientos electorales, a los que, piadosamente, se adjudica una racionalidad a posteriori para que los comentaristas puedan seguir ganándose la vida, son lo suficientemente caóticos

Los comportamientos electorales, a los que, piadosamente, se adjudica una racionalidad a posteriori para que los comentaristas puedan seguir ganándose la vida, son lo suficientemente caóticos como para que sea muy fácil incurrir en alguna simpleza cuando se habla de ellos.

Por ejemplo, la abstención. Se sabe de ella que no es un fenómeno metereológico, aunque su estudio es casi tan complejo como el del tiempo. Siempre que unas elecciones se pierden, cosa, como se sabe, que casi nunca sucede, los comentaristas de gabinete se suelen ganar, honradamente, la vida asegurando que la abstención ha afectado a los nuestros y pronosticando que el bache coyuntural se pasará a las primeras de cambio. En realidad no hay manera fiable de averiguar si se ha producido una desafección momentánea o un cambio de tendencia, y de eso viven los arúspices.

Los peores, con todo, no son los errores de interpretación: son mucho más graves los intentos de encontrar alguna solución mágica a lo que no nos gusta. En estas elecciones hemos visto un par de ejemplos luminosos del fracaso de esas estrategias oportunistas.

El más claro es el bofetón que se han pegado un par de missus dominici zapaterinos: Sebastián en Madrid y Soraya Rodríguez en Valladolid. Ambos fueron santificados con el ungüento amarillo de ZP y ambos han conseguido bajar el número de votos respecto a sus antecesores en idéntica batalla.

La creencia de que una supuesta personalidad pueda tener un tirón electoral que arrastre significativamente más que la marca, ha sido severamente puesta en entredicho, especialmente cuando se pretende actuar, como ha pasado tanto en Madrid como en Pucela, al margen de los currantes del partido que ven cómo, desde arriba, se cuela el listo de turno. Supongo que no es ningún secreto que los más directamente afectados por los acoplados del jefe no se extenúan en la campaña y celebran, en el fondo, el sabor de lo agridulce cuando se produce el recuento.

Madrid proporciona otro estudio de caso realmente notable en lo que al PP concierne. Que dos políticos tan brillantes pero tan distintos como Esperanza Aguirre y el ambicioso Gallardón acaben sacando casi exactamente el mismo número de votos entre millones de votantes, debe querer decir algo. Y es que no cabe decir que los candidatos ni suman ni restan porque, como la experiencia indica, a nada que te descuides se dedican a lo segundo. Lo de añadir es bastante más improbable, es decir, que Simancas resta menos que Sebastián y punto.

La segunda estrategia oportunista en materia electoral es la del “partido nuevo”. Visto el resultado, se adivina que hace falta un nuevo partido que, como por casualidad, se ha de colocar en el centro. Ese es el propósito que anima las cuitas de Savater y sus bravos colegas vascos y que, de alguna manera, puso en pie a Ciutadans en las elecciones catalanas. Como los propios promotores de Ciutadans saben mejor que nadie, es mucho más fácil tener una idea política interesante que poner en píe una organización de masas.

Es significativo que quienes más se han apuntado en esta dirección sean destacados intelectuales, lo cual seguramente está relacionado con su natural tendencia a confundir la clarividencia del diagnóstico con la posibilidad del remedio, cuando se trata de realidades que se hallan muy distantes.

No se trata sólo de sistemas electorales, sino, sobre todo, de los valores, las creencias, los intereses, las apreciaciones y las opiniones de millones de personas. No es nada fácil acomodar esa realidad tan compleja a un sistema representativo y, como muy bien saben los que se dedican a esto, cualquier sistema de representación es, inevitablemente, un sistema de deformación, como no puede ser de otra manera cuando se pretende que unos cientos representen a millones.

El enorme valor que tienen quienes, desde fuera, se dedican a denunciar los defectos de esta democracia, ese bipartidismo desequilibrado por nacionalistas miopes cuando no por auténticos oportunistas bien organizados, es que mantienen viva la conciencia de que hay cosas que cambiar. Pero la durísima lección que cabe extraer de nuestra ya abundante experiencia electoral es que fuera de los grandes partidos apenas hay nada que hacer. Que se lo pregunten a los discretos disidentes de Zapatero o a los damnificados por cualquier otro líder.

Lo verdaderamente grave de nuestra situación es que, dentro de los partidos, tampoco se puede hacer mucho, aunque, en cualquier caso, se puede hacer infinitamente más que desde fuera. El problema específicamente español es que, por razones variopintas, la derecha suele ser tenida por sinónimo del averno para muchos de esos intelectuales que, de haberse dado un supuesto contrario, no habrían dudado ni un momento en apoyar al partido supuestamente progresista. Costará un tiempo acabar con ese absurdo, y algo debería hacer el PP para eliminar un prejuicio que obliga a gentes hoy escandalizadas por las locuras de Zapatero a realizar todo tipo de piruetas para no decir que votan al PP.

La derecha debería, en particular, abrirse mucho más a los debates pendientes en su seno y dejar de dar la sensación de que, valga el ejemplo, unas veces apoyan a los Obispos y otras se dedican a cultivar el voto de Chueca, asunto ciertamente nada desdeñable, por puro sentido de la oportunidad. No es una utopía imaginar que el PP pudiera tener, sobre esas y otras muchas cuestiones, una posición política inteligente que, sin satisfacer plenamente los deseos contradictorios de unos y de otros, fuera razonablemente suficiente para todos.

Bastaría, en realidad, con que el PP se tomara en serio su fuerte ingrediente liberal y respetara, como es razonable, las distintas sensibilidades que sobre asuntos tan espinosos hay en la sociedad española y en el seno mismo del partido. Al PSOE, en realidad, le pasa lo mismo, pero por efecto de la mitológica Bula de la Santa Cruzada, es claro no se le aplica la misma vara de medir.

Abrir el debate interno en los partidos, obligándoles a hacer política en serio, debería ser primera y fundamental labor de los intelectuales, teniendo en cuenta el largo camino que queda por recorrer hasta conseguir que nuestros partidos sean menos ocurrentes y más serios. Empeñarse, por el contrario, en fundar un partido bisagra a base de puras ideas, por oportunas, ciertas y brillantes que pudieran resultar, es un esfuerzo que, por desgracia, no conducirá más que a aumentar la melancolía de los héroes de turno.

Ni el listo de Minnesota puede arrasar en Madrid, ni el libro más brillante y oportuno podrá cambiar la conducta electoral de millones. Es en los alrededores de los partidos -además de en su propio seno-, en los medios de comunicación y en esa sociedad civil que reclama liberarse del secuestro partidista, dónde habría que librar las importantes batallas pendientes para que los partidos se muevan desde dentro. Por desgracia, el riesgo de quedar aplastados y en ridículo es, hoy por hoy, demasiado fuerte como para que lo asuman alegremente personas inteligentes y muy valiosas, que no deberían quedar masacradas por la tectónica de placas electoral.

* José Luis González Quirós es periodista.

Los comportamientos electorales, a los que, piadosamente, se adjudica una racionalidad a posteriori para que los comentaristas puedan seguir ganándose la vida, son lo suficientemente caóticos como para que sea muy fácil incurrir en alguna simpleza cuando se habla de ellos.

Miguel Sebastián