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La verdad sobre el caso Arenas
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La verdad sobre el caso Arenas

Las elecciones andaluzas han permitido ver con claridad que la democracia puede deparar sorpresas, que no siempre va a remolque de lo predecible, un gran consuelo

Las elecciones andaluzas han permitido ver con claridad que la democracia puede deparar sorpresas, que no siempre va a remolque de lo predecible, un gran consuelo para quienes crean que la política es algo más que previsión demoscópica. Por desgracia, las elecciones andaluzas pasarán pronto al olvido, porque, previsoramente, alguien se ha ocupado de que una convocatoria de huelga general, uno de esos eventos en que todos resultan vencedores, se sobreponga con presteza y evite una reflexión más atenta de unos resultados tan sorprendentes como difíciles de gestionar.

Los partidos tienen una peligrosa tendencia a convertir sus fracasos en victorias resonantes, a que no percibamos el gesto amargo que han supuesto para todos. Es un déficit claro de inteligencia emocional, porque, en el PP, alguien debiera haber cogido el toro por los cuernos, reconocer paladinamente que algo se ha hecho mal, pedir disculpas a los electores, sin acusarles de no haber sabido estar a la altura de la oportunidad, y asegurar al respetable que al partido le queda energía suficiente para aprender de las decepciones. En la acera contraria, las declaraciones de Rubalcaba adivinando un cambio de ciclo electoral han sido más propias de un humorista escaso de chispa que de un líder político serio.

Se ha buscado responsabilizar a Arenas, un político de larga experiencia y mucha mano izquierda, como si hubiese sido una estrategia personal del líder andaluz la causante del desaguisado. No estoy en condiciones de saberlo con precisión, pero me temo que los errores cometidos se basan en defectos más de fondo. La respuesta más certera habría que darla conociendo datos que ahora no se poseen sobre las razones de la abstención de los votantes propios. Lo que sí está claro es que esa ha sido la clave que ha evitado obtener la mayoría absoluta, porque si cuando el contrario pierde apoyos el aspirante no los mantiene, el triunfo resulta imposible.

La sospecha de que un poder tan amplio pudiera ser un lenitivo de la prudencia debida, mezclada con la oscura conciencia de que el PP no respete otro programa que el de la conquista del poder para los muy suyos, ha podido actuar como freno de cualquier entusiasmo, de la incipiente lealtad de los nuevos votantes

Las razones de ese desafecto electoral pueden ser de dos tipos, y el futuro político de Rajoy, que se antoja hoy por hoy bastante largo, aunque no sin sobresaltos, dependerá, en buena medida, de que se acierte a interpretar esa conducta imprevista. Cuando ocurre lo inesperado, hay que aprender, y no basta consolarse con truismos.

La primera explicación a mano es que sus votantes han castigado al PP por las medidas tomadas en su contra, como la subida de impuestos. De todo habrá, pero no parece causa suficiente para un número tan abultado de ausentes. La segunda explicación, algo más verosímil, se centraría en que la campaña del PP, carecía, en realidad, de programa político, que, dando por supuesto el declive real del adversario, suponía que la fidelidad de los votantes del PP no estaría en cuestión, lo que no ha sido el caso. Lo que los datos parecen querer decir es que muchos votantes no se han conformado con un bagaje tan ligero, además de que puedan haber dado por supuesto que comerían faisán, por decir algo, antes de haberlo abatido.

La segunda explicación se apoya en dos hechos de indudable significado que el PP ha podido desestimar. El primero de ellos, el que se haya extendido sin ningún desmentido radical el runrún de que el Gobierno estaba jugando a los retrasos en su programa de ajustes para no perjudicar en la campaña andaluza. Este clima de opinión ha existido, y no favorecía en nada el fervor de muchos electores del PP, porque les subraya con cuatro líneas rojas, algo que sospechan y rechazan, que lo que más importe al PP sea lo que afecta a sus dirigentes, y no la responsabilidad con la gravedad y urgencia de los problemas colectivos de los españoles. El segundo hecho notorio, con influencia indiscutible en sectores bien informados, tal vez más de los que se supone, ha tenido que ver con la desafortunada, si no es algo más, coincidencia de la primera condena de Matas, exministro, expresidente del PP y de la comunidad balear, al tiempo que se conocían los nombramientos, efectivos o no, de sendos esposos de las mujeres con mayor mando en el PP. La sospecha de que un poder tan amplio pudiera ser un lenitivo de la prudencia debida, mezclada con la oscura conciencia de que el PP no respete otro programa que el de la conquista del poder para los muy suyos, ha podido actuar como freno de cualquier entusiasmo, de la incipiente lealtad de los nuevos votantes.

Caben, desde luego, otras interpretaciones, pero sería prudente que los políticos aprendieran a escoger las más ingratas para curarse en salud. El hecho de que los líderes tiendan a rodearse de voces complacientes supone un riesgo mortal y, en este asunto, lo que se conoce como prensa amiga ha podido contribuir a errores muy desagradables. Si aprende la lección, Rajoy podría llegar a encontrarse más cómodo con esta situación indeseada, que resultará muy endemoniada también para sus rivales, que con un poder absoluto de ejercicio siempre muy difícil, pase hoy lo que pase, que será nada.

José Luis González Quirós es analista político

Las elecciones andaluzas han permitido ver con claridad que la democracia puede deparar sorpresas, que no siempre va a remolque de lo predecible, un gran consuelo para quienes crean que la política es algo más que previsión demoscópica. Por desgracia, las elecciones andaluzas pasarán pronto al olvido, porque, previsoramente, alguien se ha ocupado de que una convocatoria de huelga general, uno de esos eventos en que todos resultan vencedores, se sobreponga con presteza y evite una reflexión más atenta de unos resultados tan sorprendentes como difíciles de gestionar.

Javier Arenas