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Zoido quiere resucitar la Expo como terapia colectiva contra la crisis
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Zoido quiere resucitar la Expo como terapia colectiva contra la crisis

En Andalucía, y sobre todo en Sevilla, hay una generación de la Expo 92 que sembró la historia reciente de emprendedores, de una cultura de las

En Andalucía, y sobre todo en Sevilla, hay una generación de la Expo 92 que sembró la historia reciente de emprendedores, de una cultura de las colas con la paciencia del Sur, y dejó en la superficie urbana una isla Barataria, la Isla de la Cartuja, en la que durante mucho tiempo durmió la arquitectura de un sueño efímero. Veinte años después, Sevilla se ha propuesto resucitar el sueño de la Expo con la excusa del vigésimo aniversario de la muestra universal.

Se trata de una terapia de grupo con la que conseguir el grado de autoestima necesario para sobrevivir a la gran recesión. Al pairo de los convulsos tiempos que se viven, alguien acaba de echar a la mar el Pabellón de la Navegación, uno de los grandes iconos de la Expo, bajo el control de la Junta, y que se ha reabierto como un museo donde los veleros navegan, se escuchan historias de los grandes marinos y los niños aprenden los oficios a cubierta mientras escuchan el vozarrón de un marinero con cara de pirata borracho de ron que parece buscar el cofre del oro.

Jóvenes emprendedores sobre el Patio de Monipodio

Al ver la reapertura del Pabellón de la Navegación, la oposición socialista del Ayuntamiento sevillano pensó que sería bueno hacer de nuevo una obra tal que nos tomen por locos, porque de locos podría ser reabrir el concepto de la Expo aunque sea en la imaginación colectiva. El alcalde popular, Juan Ignacio Zoido, se ha dejado llevar, consciente de que la iniciativa encaja en esa filosofía de su Gobierno, que quiere amarrar al común de los vecinos en un afán compartido para potenciar la marca Sevilla. Así ocurrió con la Final de la Copa Davis y otros acontecimientos que están convirtiendo el tradicional chauvinismo en populismo participativo.

La idea que de la Expo se queda en el subconsciente colectivo es la de una etapa de la historia reciente en la que Sevilla superó su propio perfil universal, por encima incluso de quienes quisieron convertir los preparativos y negocios relacionados con la muestra en un Patio de Monipodio. Para la gente del común, la Expo fue el sueño que marcó a una generación en la que se podría ver una Sevilla alejada de los Álvarez Quintero, y en la que miles de jóvenes políglotas y con brillantes expedientes universitarios se mostraban orgullosos de participar en un hecho histórico. Aquello fue un espacio para soñar, pero también para despertar el afán emprendedor en una tierra en la que los empresarios brillaban por su ausencia.

Burbujas como machadianas pompas de jabón

En un abrir y cerrar de ojos, aquel mundo chocó con la crisis de los 90. La Isla de la Cartuja se convirtió en un territorio hostil que cubría miles de millones de inversión (de las pesetas de entonces) en nuevas tecnologías, con pabellones abandonados por países y comunidades, y ofertas de venta a precios de ganga para quienes quisieran poblar la última expansión urbana de la capital de Andalucía. Fue un ensayo para la gran crisis que ahora se vive, aunque nadie podría pensar entonces que pudiera existir una resaca peor que aquella en algo que se conoce como burbuja inmobiliaria. De hecho, algunas empresas que hicieron negocio con los restos del naufragio de la Expo han sido pasto de esta última burbuja, como si de un baile de las pompas de jabón machadianas se tratara.

La clave del Pabellón de la Navegación que ahora se abre como museo después de invertir 11 millones de euros en su readaptación, es la cultura del mar. El apoyo científico de esta exposición está en el Archivo de Indias, y a partir de esta experiencia, se va a preparar un programa que tiene como referente los grandes iconos de la muestra universal.

Un mar sin barcos

El recurso marítimo con el que Sevilla quiere exorcizar la crisis tiene sin embargo un perfil oscuro en el que se dibuja un mar sin barcos. La ciudad se acaba de quedar sin su otrora potente industria de Astilleros. La factoría se ha convertido en una nueva Isla de la Caruja donde las grúas proyectan sombras diabólicas sobre el futuro y un centenar de trabajadores inician un camino sin retorno hacia las oficinas de empleo. Casi sesenta años de industria naval se han ido al garete, y con ellos ochos siglos de tradición de la cultura de la construcción de barcos.

En este escenario, el Pabellón de la Navegación es hoy más que un pretexto para rentabilizar un recinto erigido a la sombra del 92. Para los cientos de niños que pasan por sus salas, puede ser un lugar en el que recordar la cara marinera de una Sevilla que ganaba el océano por la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda.

El populismo participativo de Juan Ignacio Zoido, un alcalde que llama a los vecinos a golpe de twitter, puede ser para algunos un reclamo nostálgico sin más. Pero todo apunta a que este recurso a la nostalgia como acicate contra la crisis está llamado a ser algo más que un ver los barcos venir y ver los barcos llegar. El Pabellón de la Navegación supone ya de hecho un activo rentable, que compagina su atractivo turístico con salas de congresos y servicios útiles, y que renace como un barco varado en veinte años de olvido.

En Andalucía, y sobre todo en Sevilla, hay una generación de la Expo 92 que sembró la historia reciente de emprendedores, de una cultura de las colas con la paciencia del Sur, y dejó en la superficie urbana una isla Barataria, la Isla de la Cartuja, en la que durante mucho tiempo durmió la arquitectura de un sueño efímero. Veinte años después, Sevilla se ha propuesto resucitar el sueño de la Expo con la excusa del vigésimo aniversario de la muestra universal.

Juan Ignacio Zoido